17.
Desde cualquier ángulo del Centro
Correccional del Norte de Nevada, uno tiene la posibilidad de disfrutar de
un horizonte perfilado por las cumbres de las montañas. Paisaje idílico para
evadirse si no fuera porque quienes lo contemplan están privados, fundamentalmente,
de libertad, y de otras cosas, ya que casi todo aislamiento va acompañado de pérdida
de la realidad y de los espacios abiertos, así como de un cambio en los olores
que se agrupan en la vida cotidiana, que pasan a ser una mezcla de condimentos aromáticos,
sudores corporales, combustible quemado, vocerío y rincones corrompidos de
orines que echan para atrás. La riada psicológica se lleva por delante la
estabilidad mental de las personas más débiles. Por eso, se da el caso de reos
que, aguardando con mayor o menor resignación el final de sus días o un
traslado inmediato a otro penal, sueñan con adentrarse en la vegetación
paseando a la luz de la luna. Sin duda, dichas emociones eran nuevas para Johnny
García, quien llegó en mitad de la noche, en un furgón blindado, con otros
reclusos recogidos en distintos puntos y a los que aplicaron el protocolo de
seguridad y distanciamiento, para que los demás prisioneros no les recibieran con
esa ley interna que tienen contra los violadores. La primera impresión que le
causó la celda fue positiva, ya que estaba convencido de que pasaría allí sólo
unos cuantos días, los justos hasta que aclarasen la equivocación cometida con
él, un indefenso e inocente ciudadano. Sin embargo, no sabía que alguien con
muchas influencias se había ocupado de acelerar el proceso que le conduciría directamente
a…
La
hija mediana del casero de mi cliente se casó con un compañero de instituto después
de cinco años de noviazgo. El banquete de boda, dándole gusto a su padre, lo
celebraron en Las María’s. Authentic
Mexican food, donde él
trabajaba de encargado. Como ya he dicho en otras ocasiones, una de las
condiciones para que Mayalen ocupase el modesto cuarto pegado al garaje de la
casa de este hombre era limpiar el restaurante siempre que hubiera un evento, y
cuando a la comunidad mexicana ubicada en Carson City se le antojara reunirse y
almorzar al más puro estilo de su país, lo cual sucedía casi a diario. Aunque
la distancia entre la vivienda y el local distaba apenas de unas pocas cuadras,
para ella dicho recorrido resultaba agotador, pero lo hacía agradecida a los
paisanos que la acogieron con cariño. Despistada, como de costumbre, tropezó
con los bordes de un alcorque que estaban levantados. ‘¡Abuela, que se va a
dar usted una leche!’, –exclamaron dos que iban en moto, fumados y
muertos de la risa–. ‘Gracias’. Tenía la costumbre de entrar por la puerta
trasera, así que rodeó la calle hasta llegar al callejón donde dejaban los
cubos de basura, de los que rescató varios alimentos aún envasados pensando que
con eso se podría dar de comer a más de una familia. Amontonó algunos cartones
desperdigados y tocó con los nudillos en el cristal de la ventana, por si había
alguien dentro. En vistas de que nadie contestó, abrió y, con exquisita
sensibilidad, pasó para no romper de golpe el himen de los espacios en
silencio. En el salón principal convivían solitarios: copas medio llenas,
platos de usar y tirar con trozos de tarta intactos, un lazo amarillo que pudo
haber rodeado unas flores nupciales, la partitura de un vals caída junto al
piano y un antifaz colgado en el respaldo de una silla. Antes de empezar con la
faena, sentada en el borde del escenario, se cubrió el pelo con un pañuelo y, ocultando
el rostro entre las manos, soñó que aquella fiesta era en honor a Alexa. Por
eso la imaginó descendiendo de una limusina blanca, soltando al viento el
vestido de lino mientras atravesaba la alfombra roja como si fuera una actriz
de Hollywood. Sin embargo, aquellos pensamientos no se parecían en nada a la
vida perra que le había tocado vivir a su nieta. Entonces, arribaron las
lágrimas e hicieron un alto en el alfeizar de la boca, dejando ahí el sabor
salado del océano Pacífico. Cuántas promesas quedaron apagadas, como cuando,
siendo pequeña, dijo: ‘Abuela, ¿tú de dónde eres?’. ‘De Colima, una
preciosa ciudad de México’. ‘¿Me llevarás algún día?’. ‘Claro. Y
al Volcán del Fuego, cerca de Jalisco’. Eso, ya nunca podría hacerse
realidad. Se sobresaltó porque llamaban insistentemente a la puerta. ‘Hola. Ha
dicho mi tío que venga a ayudarte’. ‘¿Y de quién eres sobrina?’. ‘Del
cocinero... Joder, ¿todavía no has empezado? ¡Madre mía! Aquí nos van a dar las
mil y monas como no espabilemos’, –protestó aquella rubia con pinta de hippie.
‘Michelle,
por favor: Averigua cuántos juicios, en Carson City, de casos cuyos patrones sean
parecidos al nuestro, han sido juzgados en otros estados y por qué. Busca similitudes
con la acusación particular, el nombre del juez, del fiscal, del abogado, el veredicto.
En fin, todo aquello que pueda servirnos de orientación. ¡Ah!, espera un momento.
Me gustaría que esta noche vinieras con Ethan a cenar a casa, para acordar la
línea de trabajo que más nos convendría seguir. ¿Se lo dices tú?’. ‘Cuenta
con ello’. ‘Prometo sorprenderos con un plato típico de Wyoming’. ‘Calla,
por Dios, que me crujen las tripas. ¿A qué hora vamos?’, –preguntó entre
risas–. ‘¿Te parece bien a las seis?’. ‘Perfecto. Estoy deseando
saborear la comida del viejo oeste’. ‘De acuerdo, aunque no te hagas
demasiadas ilusiones, porque como chef no doy la talla, –abrió mucho los
ojos–. Nos vemos pues. Ahora, terminaré de redactar un informe y saldré un
poco antes. Si por casualidad el jefe te pregunta por mí, dile que fui a resolver
un asunto, pero que no sabes exactamente cual’. ‘Allison’. ‘Dime’.
‘No te olvides de tu especialidad en postres’. ‘¿Te refieres al
maravilloso “cheesecake”?’, –pregunté en tono irónico–. Asintió, y regresó
al refugio de libros y documentos esparcidos por su mesa. De vuelta a mi
despacho repasaba mentalmente el protocolo de la puesta en escena de la
barbacoa portátil Char-Guiller, la mejor del mercado, y los accesorios
que necesitaría. Un verdadero lío, ya que de eso siempre se encargaba mi amante.
Lo mío era el suministro de cervezas, pepinillos picantes, botes gigantes de
mostaza y muchas cajetillas de tabaco, para que no nos faltara. Bueno, lo
primero era elegir qué comprar: ¿bistecs o costillas de bisonte? Mejor ambas
cosas, más vale que sobre.
‘Estoy
aquí, en la parte de atrás. Entrad’, –grité, contrariada porque vinieron
demasiado pronto–. Me peleaba con la bandeja de acero para las brasas, no ajustaba
bien y tampoco era capaz de encajar las parrillas. Igual se habían oxidado de no
usarlas. ‘¿Necesitas ayuda?’, –se ofreció el detective–. ‘Sí, por
favor. A ver si tú tienes más suerte’. ‘Mira, he traído este vino. ¿La
abrimos para ir calentando motores?’, –dijo la becaria con guasa–. ‘Cógete
las copas de la cocina, están en el mueble de arriba, segunda puerta’, –indiqué–.
‘Chinchín’, –propusimos los tres a la vez–. ‘Bueno, esto está listo.
Si quieres puedes traer ya la carne, –así lo hice–. ¿A las señoras les
gusta poco hecha, mucho o en su punto?’, –soltó, con los brazos en jarras, y
nosotras elegimos–. No recordaba haber disfrutado tanto últimamente de una
velada. Estaba siendo especial porque mis invitados eran buenos comensales y
grandes conversadores que no rellenaban los huecos de la charla con
estupideces. Aprovechamos, como habíamos previsto, para marcar las directrices de
por dónde dirigiríamos la defensa. La segunda botella que nos bebimos era un Roserock
Drouhin, de Oregón, de los viñedos que crecen en las regiones frías del
extremo sur de las colinas Eola-Amity, en Willamette, y en su variedad
de uva Pinot Noir, de racimo negro y apretado. Supongo que la guardaba
para ocasiones especiales. Sin duda ésta lo era, ya que trajo consigo idéntico
efecto de paz al que queda cuando escampa tras una fortísima tormenta y
reaparecen la luna y las estrellas con total claridad, como si ya no hubiera un
mañana. ‘Joder, que sólo trato de ponerme en la piel del acusado. ¿Acaso no
elegiríais con exquisitez una a una a las personas que van a decidir vuestro
destino?’. ‘Coño, Ethan, no es lo mismo. Pintas a un tipo débil que
nunca ha roto un plato, y, que sepamos, es el asesino de Alexa Valdés’. ‘Cuidado
cómo te expresas, letrada. Si olvidas anteponer “presunto” puede que te
desautoricen y no sigas en la sala. Has de ceñirte a los hechos probados, y no
a intuiciones que, por muy certeras que sean, carezcan de fundamento a aportar’.
‘Bien dicho’, –corroboró la otra–. ‘Reconozco que llevas razón. Es la
primera vez que me enfrento sola ante un tribunal, por eso temo no desenvolverme
con soltura’. ‘Tengo una buena amiga en el Departamento de Justicia. Se
encarga de enviar la carta a los candidatos que van a formar parte del llamado “Jury
Pool”, de donde saldrán después elegidos los 12 miembros del jurado. Si quieres
le pregunto, a lo mejor sabe qué perfil triunfa más’, –aquellas palabras
suyas me aquietaron bastante–. ‘Oíd, ¿no os parece que lo ideal sería que
hubiera más mujeres que hombres? Lo digo por la complicidad hacia la víctima –expresó
mi ayudante–, y, por supuesto, con la abuela’. ‘Es probable’, –añadí–.
‘No estoy de acuerdo, –resonó ronca su voz de macho–. Lo masculino no
tiene por qué estar reñido con la objetividad. Lo que ocurre es que las hembras
nos veis muy lineales. ¡Ojo!, que lo somos, seguro, pero sería interesante que
nos dierais una oportunidad para expresarnos con libertad. Desde mi punto de
vista, tiene mucho más valor convencer al que duda, o al que trae
predeterminado votar inocente para acabar temprano, que al compatriota
entregado a su deber con la sociedad, lo cual desembocaría en una deliberación
más larga en el tiempo, aunque sepamos que el alegato calará en su corazón. No
sé si me explico’. ‘Perfectamente. Quizá latinos y personas de color empatizarían
con facilidad’. ‘Pues claro. Allison, debes de estar muy segura de los espectadores
a los que te quieres dirigir: el estado civil, los estudios, la edad, el sexo, la
profesión. Si conviniesen más ateos que creyentes, demócratas que republicanos,
nativos que inmigrantes. Confecciona tu propio casting y después sólo tendrás
que decir: este sí, este no’. Rozaba el reloj las tres de la madrugada
cuando ellos se fueron. Los efectos del alcohol provocaron en mí tal somnolencia
que, casi al final de los surcos de un vinilo de Joan Baez, caí rendida en el
sofá.
Charlotte
Bennett trabajaba en la habitación construida en el jardín de su casa con
vistas al Carson River y a las montañas. Acababa de quitarse las
zapatillas. Puso los pies encima de la mesa. Miraba ensimismada el paisaje.
Sonó el teléfono. ‘Hello’. ‘¿Mamá? Soy Linda. Mañana llegaré con los
niños’. ‘Vale, cariño. Qué alegría. ¿Y Steven?’. ‘No, él no nos
acompaña…’.
Me gusta mucho cómo tratas la infidelidad y cómo Linda se crece y se embarca decidida a empezar una nueva vida. Dejas muy alto el listón.
ResponderEliminarCon ganas de que llegue la siguiente entrega para ver como se desenvuelve llison, sin Roserock ni similares😜 supongo, ante el jurado.
ResponderEliminarÉsto promete.
Como se nota el gran trabajo de documentación que realizas, aportando detalles de todo , incluso del vino. Eres grande! Besos.
ResponderEliminarDestaco en esta ocasión la originalidad en las relaciones de elementos de todo tipo (materiales, sensitivos, psicológicos,...) que salpican el relato. Por ejemplo, en este caso: en el primer párrafo "...los olores que se agrupan en la vida cotidiana, que pasa a ser una mezcla de condimentos aromáticos, sudores, combustible quemado,..."; o, en el segundo "...en el salón principal convivían solitarios: copas medio llenas, platos de usar y tirar..., un lazo amarillo..., la partitura de un vals,...". Seguimos.
ResponderEliminarHoy me quiero quedar con Mayalen y abrazarla durante ese... "arribar de lágrimas que hacen un alto en el alfeizar -preciosa palabra- de la boca, dejando el sabor salado...". Es extraordinario el ritmo de los diálogos, y el..., y el..., y el... 'Nocturno en el estado de Nevada'. Gracias, muchas gracias. Besos.
ResponderEliminar