domingo, 10 de mayo de 2020

Nocturno, en el estado de Nevada

17.

Desde cualquier ángulo del Centro Correccional del Norte de Nevada, uno tiene la posibilidad de disfrutar de un horizonte perfilado por las cumbres de las montañas. Paisaje idílico para evadirse si no fuera porque quienes lo contemplan están privados, fundamentalmente, de libertad, y de otras cosas, ya que casi todo aislamiento va acompañado de pérdida de la realidad y de los espacios abiertos, así como de un cambio en los olores que se agrupan en la vida cotidiana, que pasan a ser una mezcla de condimentos aromáticos, sudores corporales, combustible quemado, vocerío y rincones corrompidos de orines que echan para atrás. La riada psicológica se lleva por delante la estabilidad mental de las personas más débiles. Por eso, se da el caso de reos que, aguardando con mayor o menor resignación el final de sus días o un traslado inmediato a otro penal, sueñan con adentrarse en la vegetación paseando a la luz de la luna. Sin duda, dichas emociones eran nuevas para Johnny García, quien llegó en mitad de la noche, en un furgón blindado, con otros reclusos recogidos en distintos puntos y a los que aplicaron el protocolo de seguridad y distanciamiento, para que los demás prisioneros no les recibieran con esa ley interna que tienen contra los violadores. La primera impresión que le causó la celda fue positiva, ya que estaba convencido de que pasaría allí sólo unos cuantos días, los justos hasta que aclarasen la equivocación cometida con él, un indefenso e inocente ciudadano. Sin embargo, no sabía que alguien con muchas influencias se había ocupado de acelerar el proceso que le conduciría directamente a…
          La hija mediana del casero de mi cliente se casó con un compañero de instituto después de cinco años de noviazgo. El banquete de boda, dándole gusto a su padre, lo celebraron en Las María’s. Authentic Mexican food, donde él trabajaba de encargado. Como ya he dicho en otras ocasiones, una de las condiciones para que Mayalen ocupase el modesto cuarto pegado al garaje de la casa de este hombre era limpiar el restaurante siempre que hubiera un evento, y cuando a la comunidad mexicana ubicada en Carson City se le antojara reunirse y almorzar al más puro estilo de su país, lo cual sucedía casi a diario. Aunque la distancia entre la vivienda y el local distaba apenas de unas pocas cuadras, para ella dicho recorrido resultaba agotador, pero lo hacía agradecida a los paisanos que la acogieron con cariño. Despistada, como de costumbre, tropezó con los bordes de un alcorque que estaban levantados. ‘¡Abuela, que se va a dar usted una leche!’, –exclamaron dos que iban en moto, fumados y muertos de la risa–. ‘Gracias’. Tenía la costumbre de entrar por la puerta trasera, así que rodeó la calle hasta llegar al callejón donde dejaban los cubos de basura, de los que rescató varios alimentos aún envasados pensando que con eso se podría dar de comer a más de una familia. Amontonó algunos cartones desperdigados y tocó con los nudillos en el cristal de la ventana, por si había alguien dentro. En vistas de que nadie contestó, abrió y, con exquisita sensibilidad, pasó para no romper de golpe el himen de los espacios en silencio. En el salón principal convivían solitarios: copas medio llenas, platos de usar y tirar con trozos de tarta intactos, un lazo amarillo que pudo haber rodeado unas flores nupciales, la partitura de un vals caída junto al piano y un antifaz colgado en el respaldo de una silla. Antes de empezar con la faena, sentada en el borde del escenario, se cubrió el pelo con un pañuelo y, ocultando el rostro entre las manos, soñó que aquella fiesta era en honor a Alexa. Por eso la imaginó descendiendo de una limusina blanca, soltando al viento el vestido de lino mientras atravesaba la alfombra roja como si fuera una actriz de Hollywood. Sin embargo, aquellos pensamientos no se parecían en nada a la vida perra que le había tocado vivir a su nieta. Entonces, arribaron las lágrimas e hicieron un alto en el alfeizar de la boca, dejando ahí el sabor salado del océano Pacífico. Cuántas promesas quedaron apagadas, como cuando, siendo pequeña, dijo: ‘Abuela, ¿tú de dónde eres?’. ‘De Colima, una preciosa ciudad de México’. ‘¿Me llevarás algún día?’. ‘Claro. Y al Volcán del Fuego, cerca de Jalisco’. Eso, ya nunca podría hacerse realidad. Se sobresaltó porque llamaban insistentemente a la puerta. ‘Hola. Ha dicho mi tío que venga a ayudarte’. ‘¿Y de quién eres sobrina?’. ‘Del cocinero... Joder, ¿todavía no has empezado? ¡Madre mía! Aquí nos van a dar las mil y monas como no espabilemos’, –protestó aquella rubia con pinta de hippie.
          Michelle, por favor: Averigua cuántos juicios, en Carson City, de casos cuyos patrones sean parecidos al nuestro, han sido juzgados en otros estados y por qué. Busca similitudes con la acusación particular, el nombre del juez, del fiscal, del abogado, el veredicto. En fin, todo aquello que pueda servirnos de orientación. ¡Ah!, espera un momento. Me gustaría que esta noche vinieras con Ethan a cenar a casa, para acordar la línea de trabajo que más nos convendría seguir. ¿Se lo dices tú?’. ‘Cuenta con ello’. ‘Prometo sorprenderos con un plato típico de Wyoming’. ‘Calla, por Dios, que me crujen las tripas. ¿A qué hora vamos?’, –preguntó entre risas–. ‘¿Te parece bien a las seis?’. ‘Perfecto. Estoy deseando saborear la comida del viejo oeste’. ‘De acuerdo, aunque no te hagas demasiadas ilusiones, porque como chef no doy la talla, –abrió mucho los ojos–. Nos vemos pues. Ahora, terminaré de redactar un informe y saldré un poco antes. Si por casualidad el jefe te pregunta por mí, dile que fui a resolver un asunto, pero que no sabes exactamente cual’. ‘Allison’. ‘Dime’. ‘No te olvides de tu especialidad en postres’. ‘¿Te refieres al maravilloso “cheesecake”?’, –pregunté en tono irónico–. Asintió, y regresó al refugio de libros y documentos esparcidos por su mesa. De vuelta a mi despacho repasaba mentalmente el protocolo de la puesta en escena de la barbacoa portátil Char-Guiller, la mejor del mercado, y los accesorios que necesitaría. Un verdadero lío, ya que de eso siempre se encargaba mi amante. Lo mío era el suministro de cervezas, pepinillos picantes, botes gigantes de mostaza y muchas cajetillas de tabaco, para que no nos faltara. Bueno, lo primero era elegir qué comprar: ¿bistecs o costillas de bisonte? Mejor ambas cosas, más vale que sobre.
          Estoy aquí, en la parte de atrás. Entrad’, –grité, contrariada porque vinieron demasiado pronto–. Me peleaba con la bandeja de acero para las brasas, no ajustaba bien y tampoco era capaz de encajar las parrillas. Igual se habían oxidado de no usarlas. ‘¿Necesitas ayuda?’, –se ofreció el detective–. ‘Sí, por favor. A ver si tú tienes más suerte’. ‘Mira, he traído este vino. ¿La abrimos para ir calentando motores?’, –dijo la becaria con guasa–. ‘Cógete las copas de la cocina, están en el mueble de arriba, segunda puerta’, –indiqué–. ‘Chinchín’, –propusimos los tres a la vez–. ‘Bueno, esto está listo. Si quieres puedes traer ya la carne, –así lo hice–. ¿A las señoras les gusta poco hecha, mucho o en su punto?’, –soltó, con los brazos en jarras, y nosotras elegimos–. No recordaba haber disfrutado tanto últimamente de una velada. Estaba siendo especial porque mis invitados eran buenos comensales y grandes conversadores que no rellenaban los huecos de la charla con estupideces. Aprovechamos, como habíamos previsto, para marcar las directrices de por dónde dirigiríamos la defensa. La segunda botella que nos bebimos era un Roserock Drouhin, de Oregón, de los viñedos que crecen en las regiones frías del extremo sur de las colinas Eola-Amity, en Willamette, y en su variedad de uva Pinot Noir, de racimo negro y apretado. Supongo que la guardaba para ocasiones especiales. Sin duda ésta lo era, ya que trajo consigo idéntico efecto de paz al que queda cuando escampa tras una fortísima tormenta y reaparecen la luna y las estrellas con total claridad, como si ya no hubiera un mañana. ‘Joder, que sólo trato de ponerme en la piel del acusado. ¿Acaso no elegiríais con exquisitez una a una a las personas que van a decidir vuestro destino?’. ‘Coño, Ethan, no es lo mismo. Pintas a un tipo débil que nunca ha roto un plato, y, que sepamos, es el asesino de Alexa Valdés’. ‘Cuidado cómo te expresas, letrada. Si olvidas anteponer “presunto” puede que te desautoricen y no sigas en la sala. Has de ceñirte a los hechos probados, y no a intuiciones que, por muy certeras que sean, carezcan de fundamento a aportar’. ‘Bien dicho’, –corroboró la otra–. ‘Reconozco que llevas razón. Es la primera vez que me enfrento sola ante un tribunal, por eso temo no desenvolverme con soltura’. ‘Tengo una buena amiga en el Departamento de Justicia. Se encarga de enviar la carta a los candidatos que van a formar parte del llamado “Jury Pool”, de donde saldrán después elegidos los 12 miembros del jurado. Si quieres le pregunto, a lo mejor sabe qué perfil triunfa más’, –aquellas palabras suyas me aquietaron bastante–. ‘Oíd, ¿no os parece que lo ideal sería que hubiera más mujeres que hombres? Lo digo por la complicidad hacia la víctima –expresó mi ayudante–, y, por supuesto, con la abuela’. ‘Es probable’, –añadí–. ‘No estoy de acuerdo, –resonó ronca su voz de macho–. Lo masculino no tiene por qué estar reñido con la objetividad. Lo que ocurre es que las hembras nos veis muy lineales. ¡Ojo!, que lo somos, seguro, pero sería interesante que nos dierais una oportunidad para expresarnos con libertad. Desde mi punto de vista, tiene mucho más valor convencer al que duda, o al que trae predeterminado votar inocente para acabar temprano, que al compatriota entregado a su deber con la sociedad, lo cual desembocaría en una deliberación más larga en el tiempo, aunque sepamos que el alegato calará en su corazón. No sé si me explico’. ‘Perfectamente. Quizá latinos y personas de color empatizarían con facilidad’. ‘Pues claro. Allison, debes de estar muy segura de los espectadores a los que te quieres dirigir: el estado civil, los estudios, la edad, el sexo, la profesión. Si conviniesen más ateos que creyentes, demócratas que republicanos, nativos que inmigrantes. Confecciona tu propio casting y después sólo tendrás que decir: este sí, este no’. Rozaba el reloj las tres de la madrugada cuando ellos se fueron. Los efectos del alcohol provocaron en mí tal somnolencia que, casi al final de los surcos de un vinilo de Joan Baez, caí rendida en el sofá.
          Charlotte Bennett trabajaba en la habitación construida en el jardín de su casa con vistas al Carson River y a las montañas. Acababa de quitarse las zapatillas. Puso los pies encima de la mesa. Miraba ensimismada el paisaje. Sonó el teléfono. ‘Hello’. ‘¿Mamá? Soy Linda. Mañana llegaré con los niños’. ‘Vale, cariño. Qué alegría. ¿Y Steven?’. ‘No, él no nos acompaña…’.

5 comentarios:

  1. Me gusta mucho cómo tratas la infidelidad y cómo Linda se crece y se embarca decidida a empezar una nueva vida. Dejas muy alto el listón.

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  2. Con ganas de que llegue la siguiente entrega para ver como se desenvuelve llison, sin Roserock ni similares😜 supongo, ante el jurado.
    Ésto promete.

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  3. Como se nota el gran trabajo de documentación que realizas, aportando detalles de todo , incluso del vino. Eres grande! Besos.

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  4. Miguel Ángelmayo 11, 2020

    Destaco en esta ocasión la originalidad en las relaciones de elementos de todo tipo (materiales, sensitivos, psicológicos,...) que salpican el relato. Por ejemplo, en este caso: en el primer párrafo "...los olores que se agrupan en la vida cotidiana, que pasa a ser una mezcla de condimentos aromáticos, sudores, combustible quemado,..."; o, en el segundo "...en el salón principal convivían solitarios: copas medio llenas, platos de usar y tirar..., un lazo amarillo..., la partitura de un vals,...". Seguimos.

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  5. Hoy me quiero quedar con Mayalen y abrazarla durante ese... "arribar de lágrimas que hacen un alto en el alfeizar -preciosa palabra- de la boca, dejando el sabor salado...". Es extraordinario el ritmo de los diálogos, y el..., y el..., y el... 'Nocturno en el estado de Nevada'. Gracias, muchas gracias. Besos.

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