15.
La sala de interrogatorios donde
estaban Johnny García y su abogado, que no parecía tan recién salido del
cascarón como aparentaba, era un espacio frío y austero que olía a desinfectante
barato. Cuatro sillas alrededor de una mesa alargada componían todo el
mobiliario, además de un trípode con la cámara de video lista para grabar y el típico
espejo, desde donde, al otro lado, puede seguirse el desarrollo de la escena.
Precisamente ahí, en breves minutos, la chica del sadomasoquismo, estableciendo
la relación que une su historia con la de la joven asesinada que nos ocupa,
identificaría a quien practicó con ella, en contra de su voluntad, conductas
sexuales dentro del marco del sufrimiento físico y psicológico. De quedar
contrastada esa coincidencia, entraría a formar parte del “Programa de
Protección de Testigos”. Tras llevar allí más de una hora sin que nadie apareciese,
la paciencia tocaba techo. ‘Se supone que usted me representa y que vela por
mis intereses. Salga y que le digan a ver por qué coño nos tienen encerrados en
este asqueroso lugar’. ‘Tranquilícese. ¿No se da cuenta de que lo que
buscan es que piquemos en el anzuelo de los nervios? Y, otra cosa: aquí el que
dice qué preguntas ha de responder y cuáles no, soy yo. Para mí usted es
inocente, creo su versión, me paga para ello. Pero un solo paso en falso, una
palabra de más y la defensa se va a hacer puñetas. Le van a triturar. Mi
trabajo consiste también en convencer al resto de personas para que su
veredicto sea favorable, y le aseguro que, si las circunstancias apuntan en
dirección contraria, no será tarea fácil’. Johnny sabía muy bien los
delitos que había cometido a lo largo de toda su vida, y de las veces que,
violando las reglas de conducta y de convivencia con sus semejantes, expandió
el pánico en torno suyo. Sin embargo, negaría todo cuanto le atribuyeran.
Nadie, conociéndole, tendría agallas suficientes para denunciarle. Oyeron pasos
cada vez más cerca, aguantaron la respiración y miraron al suelo, como si nunca
hubieran roto un plato. El letrado se colocó el nudo de la corbata mientras que
él, ausente o placentero, se rascó con obscenidad en la bragueta.
Adam
Walker entró en la sala llevando una botella de agua de litro y medio bajo el
brazo izquierdo, le habían detectado una disfunción en los riñones y necesitaba
beber mucho líquido. ‘Buenas tardes –se sirvió un vaso y, de reojo, observó
cómo le sudaban las manos al presunto culpable–. Por favor, diga, mirando a la
cámara, su nombre completo, edad, profesión y residencia actual para que quede
constancia’. ‘Perdone, agente, me gustaría saber qué tienen contra mi
cliente para tenernos confinados desde hace más de doce horas. Acláremelo,
porque le juro que no lo entiendo’. ‘Bueno, sencillamente es que el otro
día el señor García no quiso responder a las preguntas que le formulábamos si
no era en presencia de su abogado’. ‘Vale, eso lo sé, ¿pero en base a
qué?’. ‘Investigamos el asesinato de Alexa Valdés, su pareja sentimental’.
‘¡Eh!, un momento. Ya le dije que habíamos dejado de salir hacía seis o
siete años, así que no me vayan a cargar ahora a mí con ese muerto’, –soltó
todo indignado–. ‘Reconstruimos los últimos meses de la vida de ella para reducir
el círculo descartando sospechosos. Como sabe, esta práctica es habitual y
obligatoria por nuestra parte’, –le dijo al letrado–. ‘Sí, aunque no lo
es traer por la fuerza a un ciudadano y tratarle igual que a un vil delincuente’.
‘En fin, si les parece, procedemos. ¿Dónde se encontraba exactamente a las
cinco de la madrugada el 24 de enero del presente año?’. ‘Conteste sólo si
está seguro’, –subrayó el picapleitos–. ‘En Carson Tahoe Regional
Medical Center, cuidando de mi madre que ingresó con fiebre alta’. ‘¿Lo
puede demostrar? –transcurrieron algunos segundos en silencio–. Por cierto,
escriba el número de la matrícula de su coche, marca, color y modelo, por
favor, –le dio un trozo de papel–. Perdonen, enseguida vuelvo’. Después
de vaciar la vejiga, dio instrucciones a un miembro de su equipo para que
averiguase si la descripción del automóvil aparecía en las cámaras de seguridad
del recinto hospitalario, así como el ingreso al que hacía referencia. No
obstante, algo le decía que la clave para tejer la tela de araña estaba más
cerca de lo que imaginaba. Antes de volver, le informaron de que la testigo
reconoció al tipo y declaró que, en una sesión de sadomasoquismo en la que él
estaba muy borracho, alardeó de haber matado a su novia sin que pusiera resistencia.
‘¿Crees que dice la verdad o será más bien el testimonio de una mujer
despechada?’, –preguntó al compañero–. ‘No miente, estamos casi seguros’.
‘Pues, si es así, activar el protocolo. ¡Ah!, y pedid una orden judicial
para efectuar un registro en su casa, a ver qué sorpresas encontramos’. Mientras
tanto, en la otra habitación se desencadenó una fuerte discusión. ‘Dese
cuenta de que les ha proporcionado una información que previamente yo desconocía.
Entiéndalo, así no se hacen las cosas porque me deja sin argumento para rebatir’.
‘No me joda más con sus sermoncitos y pelee para que esta pesadilla acabe lo
más rápido posible’. El inspector regresó muy serio y reanudó el interrogatorio.
‘Dígame una cosa, señor García: si, como dice, estaban separados, ¿cómo
explica que unos meses antes fuera usted el que la llevara a urgencias en
estado lamentable?’. ‘¿Otra vez con lo mismo? Que la encontré tirada en
la carretera y la auxilié’. ‘¿Conoce a alguna de estas mujeres?’, –entre
las fotos mostradas coló una de la chica que declaraba contra él–. ‘¡Pues no,
jamás las he visto’, –dijo, visiblemente alterado–. ‘¿Ha participado con
otras personas en orgías violentas y sádicas?’. ‘¡Eh!, aguarde un
momento, solicito hablar a solas con mi cliente’. ‘Por supuesto’.
Cinco horas después los dos hombres estaban agotados y hambrientos. Dos
policías uniformados abrieron la puerta y detrás de ellos se presentó el sheriff.
‘John Alexander García, queda detenido por el presunto asesinato de Alexa
Valdés. Tiene derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga será usada en
su contra en un tribunal de justicia. Tiene derecho a un abogado. Si no puede
pagarlo, se le asignará uno de oficio. Tiene derecho a realizar una llamada’.
‘No hables con nadie. No digas nada. Te sacaré, lo prometo’. ‘Bájenlo
a calabozos hasta que tramiten su traslado al Centro Correccional del Norte de
Nevada’.
El
comportamiento violento del Johnny cuando lo sacaban trajo a la memoria de Adam
Walker un episodio que marcó un antes y un después en su carrera. Hasta ese
momento no contaba en su currículum con nada relevante que dejar para la posteridad,
ya que tan sólo se hacinaban sobre su mesa las diligencias para gestionar
asuntos de poca monta: reyertas entre prostitutas y proxenetas, pequeños robos
o leves accidentes de tráfico. Sin embargo, todo cambió cuando… Había tenido un
turno de doce horas seguidas, jornada que resultó tranquila excepto por una
pelea de borrachos a los que detuvieron a punto de abrirse la cabeza con un
bate de beisbol. Bien entrada la luz del día, terminada la redacción del parte
de incidencias y vestido con ropa cómoda, fue a desayunar a un restaurante de
la cadena de comida rápida Ihop. Aquella mañana del 6 de septiembre de
2011, que si no recuerdo mal era martes, tenía planes para hacer una excursión
con la familia por las rutas más bellas de la ciudad. Así que, mientras
esperaba a su mujer y a las niñas, tomaba café negro, beicon, huevos revueltos
y panecillos de harina blanca. En el mismo local, con la barriga llena, cinco
oficiales de la Guardia Nacional de los Estados Unidos conversaban distendidamente.
De forma sorpresiva entró un individuo disparando con una automática. Tres de
los militares murieron en el acto, así como una mujer que acababa de encargar
la comanda. También resultaron heridas otras siete personas y el presunto
agresor, un hombre de 32 años diagnosticado con esquizofrenia paranoide. A los
investigadores les desconcertó muchísimo que el agresor no tuviera antecedentes
penales ni vinculación alguna con las víctimas. Poco después de huir, y tras un
intento de suicidio, murió, a pesar de los ejercicios de reanimación por parte
del equipo médico. La rápida actuación del agente sirvió para salvar a la
mayoría de los clientes, evitando que la masacre fuera aún mucho mayor. Además
de ejercer de guía a policías y sanitarios, informándoles en tiempo real de la
delicada situación en la que se encontraban dentro, tuvo bastante entereza y
calmó los nervios de los presentes. A partir de entonces, Adam Walker fue consciente
de la fragilidad del ser humano cuando se rompe el hilo que sujeta la cometa de
la cordura y de todo lo que creíamos tener seguro.
A
pesar de la dolorosa artritis en las rodillas, Mayalen recorría a pie la
distancia que separaba su casa de Corriage Squeare Park, donde pasó
tantos veranos en la zona infantil viendo cómo su nieta, junto a otros niños y
niñas del vecindario, subía y bajaba de los toboganes a gran velocidad compitiendo
por llegar siempre la primera. Cada tarde, a la salida de la escuela, cargando
con la cartera repleta de lápices de colores, cuadernos rayados y resto de
material, empezaba el ritual de aquel universo que se hizo añicos con la
llegada de la adolescencia, la influencia de algunas malas compañías y el
enfado con el mundo por haber perdido tan pronto a sus padres. Para la pequeña,
descubrir qué sorpresa escondía el bocadillo de la merienda, era todo un
acontecimiento, más aún si tocaba sándwich de crema de cacahuete, que devoraba
con absoluta ansiedad. Díscola, y cruel a la hora de jugar y relacionarse con
los compañeros, marcaba las aristas del fracasado destino que ya conocemos. ‘Si
se le ocurre a su nieta morder otra vez a mi hija, le pego un bofetón. ¿Queda claro?’.
‘¿Por qué no la educa?’. ‘Eso, que está incivilizada y no queremos
verlas por aquí’. ‘¡Largo!’. La abuela aguantaba esos comentarios y
otros por el estilo, pero tenía miedo de su reacción si le decía algo. Ahora que
Alexa ya no está, y convive con los remordimientos tan humanos de no haber hecho
las cosas de otra manera, se sienta fatigosa en el viejo banco de madera donde
siempre la esperaba y alza los ojos hasta la copa de los árboles buscando un
resquicio de luz. El sonido de los pájaros ayuda a acentuar su somnolencia.
El confinamiento ha elevado tu calidad literaria. Felicidades, nos metes de lleno en la historia como un personaje más. Sigue, y gracias por resistir.
ResponderEliminarSe mezclan detalles pormenorizados de investigación criminal, con descripciones de lugares y de emociones, con hallazgos, para mí, como "...fue consciente de la fragilidad del ser humano cuando se rompe el hilo que sujeta la cometa de la cordura...". Seguimos. Un abrazo.
ResponderEliminarDescubrir con tus descripciones las diferentes formas de actuar que tenemos los seres humanos es una de las peculiaridades que más me gustan de tus relatos. Significa mucho tiempo dedicado al estudio de la mente.
ResponderEliminarSicología pura.
Casi, casi, de novela negra. Plano a plano.
ResponderEliminarGracias por seguir ahí, deleitándonos con tu maravillosa historia. Besos
ResponderEliminarDecía el bueno de Pepe Mujica que, "una vez que se nació hay que tener una causa para vivir"... Gracias por encontrar, entre otras, esta de escribir.
ResponderEliminarCuídate porque nos hemos prometido volver a vernos.
Salud.
Besos.