domingo, 12 de abril de 2020

Nocturno, en el estado de Nevada

15.

La sala de interrogatorios donde estaban Johnny García y su abogado, que no parecía tan recién salido del cascarón como aparentaba, era un espacio frío y austero que olía a desinfectante barato. Cuatro sillas alrededor de una mesa alargada componían todo el mobiliario, además de un trípode con la cámara de video lista para grabar y el típico espejo, desde donde, al otro lado, puede seguirse el desarrollo de la escena. Precisamente ahí, en breves minutos, la chica del sadomasoquismo, estableciendo la relación que une su historia con la de la joven asesinada que nos ocupa, identificaría a quien practicó con ella, en contra de su voluntad, conductas sexuales dentro del marco del sufrimiento físico y psicológico. De quedar contrastada esa coincidencia, entraría a formar parte del “Programa de Protección de Testigos”. Tras llevar allí más de una hora sin que nadie apareciese, la paciencia tocaba techo. ‘Se supone que usted me representa y que vela por mis intereses. Salga y que le digan a ver por qué coño nos tienen encerrados en este asqueroso lugar’. ‘Tranquilícese. ¿No se da cuenta de que lo que buscan es que piquemos en el anzuelo de los nervios? Y, otra cosa: aquí el que dice qué preguntas ha de responder y cuáles no, soy yo. Para mí usted es inocente, creo su versión, me paga para ello. Pero un solo paso en falso, una palabra de más y la defensa se va a hacer puñetas. Le van a triturar. Mi trabajo consiste también en convencer al resto de personas para que su veredicto sea favorable, y le aseguro que, si las circunstancias apuntan en dirección contraria, no será tarea fácil’. Johnny sabía muy bien los delitos que había cometido a lo largo de toda su vida, y de las veces que, violando las reglas de conducta y de convivencia con sus semejantes, expandió el pánico en torno suyo. Sin embargo, negaría todo cuanto le atribuyeran. Nadie, conociéndole, tendría agallas suficientes para denunciarle. Oyeron pasos cada vez más cerca, aguantaron la respiración y miraron al suelo, como si nunca hubieran roto un plato. El letrado se colocó el nudo de la corbata mientras que él, ausente o placentero, se rascó con obscenidad en la bragueta.
          Adam Walker entró en la sala llevando una botella de agua de litro y medio bajo el brazo izquierdo, le habían detectado una disfunción en los riñones y necesitaba beber mucho líquido. ‘Buenas tardes –se sirvió un vaso y, de reojo, observó cómo le sudaban las manos al presunto culpable–. Por favor, diga, mirando a la cámara, su nombre completo, edad, profesión y residencia actual para que quede constancia’. ‘Perdone, agente, me gustaría saber qué tienen contra mi cliente para tenernos confinados desde hace más de doce horas. Acláremelo, porque le juro que no lo entiendo’. ‘Bueno, sencillamente es que el otro día el señor García no quiso responder a las preguntas que le formulábamos si no era en presencia de su abogado’. ‘Vale, eso lo sé, ¿pero en base a qué?’. ‘Investigamos el asesinato de Alexa Valdés, su pareja sentimental’. ‘¡Eh!, un momento. Ya le dije que habíamos dejado de salir hacía seis o siete años, así que no me vayan a cargar ahora a mí con ese muerto’, –soltó todo indignado–. ‘Reconstruimos los últimos meses de la vida de ella para reducir el círculo descartando sospechosos. Como sabe, esta práctica es habitual y obligatoria por nuestra parte’, –le dijo al letrado–. ‘Sí, aunque no lo es traer por la fuerza a un ciudadano y tratarle igual que a un vil delincuente’. ‘En fin, si les parece, procedemos. ¿Dónde se encontraba exactamente a las cinco de la madrugada el 24 de enero del presente año?’. ‘Conteste sólo si está seguro’, –subrayó el picapleitos–. ‘En Carson Tahoe Regional Medical Center, cuidando de mi madre que ingresó con fiebre alta’. ‘¿Lo puede demostrar? –transcurrieron algunos segundos en silencio–. Por cierto, escriba el número de la matrícula de su coche, marca, color y modelo, por favor, –le dio un trozo de papel–. Perdonen, enseguida vuelvo’. Después de vaciar la vejiga, dio instrucciones a un miembro de su equipo para que averiguase si la descripción del automóvil aparecía en las cámaras de seguridad del recinto hospitalario, así como el ingreso al que hacía referencia. No obstante, algo le decía que la clave para tejer la tela de araña estaba más cerca de lo que imaginaba. Antes de volver, le informaron de que la testigo reconoció al tipo y declaró que, en una sesión de sadomasoquismo en la que él estaba muy borracho, alardeó de haber matado a su novia sin que pusiera resistencia. ‘¿Crees que dice la verdad o será más bien el testimonio de una mujer despechada?’, –preguntó al compañero–. ‘No miente, estamos casi seguros’. ‘Pues, si es así, activar el protocolo. ¡Ah!, y pedid una orden judicial para efectuar un registro en su casa, a ver qué sorpresas encontramos’. Mientras tanto, en la otra habitación se desencadenó una fuerte discusión. ‘Dese cuenta de que les ha proporcionado una información que previamente yo desconocía. Entiéndalo, así no se hacen las cosas porque me deja sin argumento para rebatir’. ‘No me joda más con sus sermoncitos y pelee para que esta pesadilla acabe lo más rápido posible’. El inspector regresó muy serio y reanudó el interrogatorio. ‘Dígame una cosa, señor García: si, como dice, estaban separados, ¿cómo explica que unos meses antes fuera usted el que la llevara a urgencias en estado lamentable?’. ‘¿Otra vez con lo mismo? Que la encontré tirada en la carretera y la auxilié’. ‘¿Conoce a alguna de estas mujeres?’, –entre las fotos mostradas coló una de la chica que declaraba contra él–. ‘¡Pues no, jamás las he visto’, –dijo, visiblemente alterado–. ‘¿Ha participado con otras personas en orgías violentas y sádicas?’. ‘¡Eh!, aguarde un momento, solicito hablar a solas con mi cliente’. ‘Por supuesto’. Cinco horas después los dos hombres estaban agotados y hambrientos. Dos policías uniformados abrieron la puerta y detrás de ellos se presentó el sheriff. ‘John Alexander García, queda detenido por el presunto asesinato de Alexa Valdés. Tiene derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga será usada en su contra en un tribunal de justicia. Tiene derecho a un abogado. Si no puede pagarlo, se le asignará uno de oficio. Tiene derecho a realizar una llamada’. ‘No hables con nadie. No digas nada. Te sacaré, lo prometo’. ‘Bájenlo a calabozos hasta que tramiten su traslado al Centro Correccional del Norte de Nevada’.
          El comportamiento violento del Johnny cuando lo sacaban trajo a la memoria de Adam Walker un episodio que marcó un antes y un después en su carrera. Hasta ese momento no contaba en su currículum con nada relevante que dejar para la posteridad, ya que tan sólo se hacinaban sobre su mesa las diligencias para gestionar asuntos de poca monta: reyertas entre prostitutas y proxenetas, pequeños robos o leves accidentes de tráfico. Sin embargo, todo cambió cuando… Había tenido un turno de doce horas seguidas, jornada que resultó tranquila excepto por una pelea de borrachos a los que detuvieron a punto de abrirse la cabeza con un bate de beisbol. Bien entrada la luz del día, terminada la redacción del parte de incidencias y vestido con ropa cómoda, fue a desayunar a un restaurante de la cadena de comida rápida Ihop. Aquella mañana del 6 de septiembre de 2011, que si no recuerdo mal era martes, tenía planes para hacer una excursión con la familia por las rutas más bellas de la ciudad. Así que, mientras esperaba a su mujer y a las niñas, tomaba café negro, beicon, huevos revueltos y panecillos de harina blanca. En el mismo local, con la barriga llena, cinco oficiales de la Guardia Nacional de los Estados Unidos conversaban distendidamente. De forma sorpresiva entró un individuo disparando con una automática. Tres de los militares murieron en el acto, así como una mujer que acababa de encargar la comanda. También resultaron heridas otras siete personas y el presunto agresor, un hombre de 32 años diagnosticado con esquizofrenia paranoide. A los investigadores les desconcertó muchísimo que el agresor no tuviera antecedentes penales ni vinculación alguna con las víctimas. Poco después de huir, y tras un intento de suicidio, murió, a pesar de los ejercicios de reanimación por parte del equipo médico. La rápida actuación del agente sirvió para salvar a la mayoría de los clientes, evitando que la masacre fuera aún mucho mayor. Además de ejercer de guía a policías y sanitarios, informándoles en tiempo real de la delicada situación en la que se encontraban dentro, tuvo bastante entereza y calmó los nervios de los presentes. A partir de entonces, Adam Walker fue consciente de la fragilidad del ser humano cuando se rompe el hilo que sujeta la cometa de la cordura y de todo lo que creíamos tener seguro.
          A pesar de la dolorosa artritis en las rodillas, Mayalen recorría a pie la distancia que separaba su casa de Corriage Squeare Park, donde pasó tantos veranos en la zona infantil viendo cómo su nieta, junto a otros niños y niñas del vecindario, subía y bajaba de los toboganes a gran velocidad compitiendo por llegar siempre la primera. Cada tarde, a la salida de la escuela, cargando con la cartera repleta de lápices de colores, cuadernos rayados y resto de material, empezaba el ritual de aquel universo que se hizo añicos con la llegada de la adolescencia, la influencia de algunas malas compañías y el enfado con el mundo por haber perdido tan pronto a sus padres. Para la pequeña, descubrir qué sorpresa escondía el bocadillo de la merienda, era todo un acontecimiento, más aún si tocaba sándwich de crema de cacahuete, que devoraba con absoluta ansiedad. Díscola, y cruel a la hora de jugar y relacionarse con los compañeros, marcaba las aristas del fracasado destino que ya conocemos. ‘Si se le ocurre a su nieta morder otra vez a mi hija, le pego un bofetón. ¿Queda claro?’. ‘¿Por qué no la educa?’. ‘Eso, que está incivilizada y no queremos verlas por aquí’. ‘¡Largo!’. La abuela aguantaba esos comentarios y otros por el estilo, pero tenía miedo de su reacción si le decía algo. Ahora que Alexa ya no está, y convive con los remordimientos tan humanos de no haber hecho las cosas de otra manera, se sienta fatigosa en el viejo banco de madera donde siempre la esperaba y alza los ojos hasta la copa de los árboles buscando un resquicio de luz. El sonido de los pájaros ayuda a acentuar su somnolencia.

6 comentarios:

  1. El confinamiento ha elevado tu calidad literaria. Felicidades, nos metes de lleno en la historia como un personaje más. Sigue, y gracias por resistir.

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  2. Miguel Ángelabril 12, 2020

    Se mezclan detalles pormenorizados de investigación criminal, con descripciones de lugares y de emociones, con hallazgos, para mí, como "...fue consciente de la fragilidad del ser humano cuando se rompe el hilo que sujeta la cometa de la cordura...". Seguimos. Un abrazo.

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  3. Descubrir con tus descripciones las diferentes formas de actuar que tenemos los seres humanos es una de las peculiaridades que más me gustan de tus relatos. Significa mucho tiempo dedicado al estudio de la mente.
    Sicología pura.

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  4. Casi, casi, de novela negra. Plano a plano.

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  5. Gracias por seguir ahí, deleitándonos con tu maravillosa historia. Besos

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  6. Decía el bueno de Pepe Mujica que, "una vez que se nació hay que tener una causa para vivir"... Gracias por encontrar, entre otras, esta de escribir.
    Cuídate porque nos hemos prometido volver a vernos.
    Salud.
    Besos.

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