5.
Cuando Richard Smith, mi padrastro,
y demás socios fundadores del bufete estaban al frente de la gerencia, de vez
en cuando contrataban los servicios de un tipo duro, sin escrúpulos, eficiente
y desaliñado, quien, por motivos personales que nunca transcendieron, cambió la
placa de policía por una licencia de investigador privado con sede en la
segunda planta de un edificio ruinoso. Creo que sus únicos ingresos se los
proporcionábamos nosotros. Una vez le llevé documentos, y casi vomito en el descansillo
por el fuerte y desagradable olor a orines y a carne en avanzado estado de
descomposición que salía hasta el rellano de la escalera. Dentro había una sola
ventana, de la que colgaban dos cortinas como almidonadas, supongo que por el
humo que despedía el hornillo donde todo lo cocinaba con exceso de grasa,
además del propio de los cigarrillos puros que no se quitaba de la boca. Michelle
llegó a casa antes que Mayalen, a la que cité ahí porque me pareció un espacio
menos desagradable que la sobriedad de la sala de reuniones. ‘¿Qué opinas
del caso?’, −deseaba conocer su punto de vista−. ‘¿Sinceramente? Uf, lo
veo bastante complicado. Todavía no tenemos un argumento sólido para sujetar la
versión de la abuela’, −dijo, mientras cogía del bolso un par de libros de
derecho que había sacado de Regional Library-The Blind−. ‘¿No la crees?’.
‘No, no he dicho eso. Pero si no iniciamos pronto una denuncia convincente,
apoyada en hechos firmes, estaremos bien jodidas’. ‘Hace años conocí a
un detective que puede que esté aún en activo. Era un magnífico experto en
encontrar pistas donde antes nadie vio pruebas concluyentes’. ‘Pues eso
nos vendría estupendo. Si me dices dónde, me pongo en contacto con él’. ‘No
te preocupes, yo me encargo’. El resto del tiempo hasta que vino nuestra
clienta hablamos de la inminente llegada a Washington del presidente Xi Jinping
y de sus discrepancias con Barack Obama, que le reclamaba la detención de la construcción
de instalaciones militares en aguas del Mar de China, mientras que el
adversario reclamaba que los Estados Unidos devuelvan a cientos de fugitivos
económicos huidos del país con sus fortunas. O de cualquier otro tema de
candente actualidad, con tal de no estar calladas. En el porche crujieron las
maderas delatoras anunciando visita, a la que siguió un suave toque de nudillos,
cargados de timidez, que golpearon en la puerta…
‘¿Le
apetece un poco de tarta de arándanos?’, −ofrecí a Mayalen, que negó respetuosa
y agradecida−. ‘Gracias, pero tengo un nudo en el estómago que me impide
comer. Lo siento. −A pesar de la negativa, puse una ración generosa en un envase
y lo dejé visible para que se lo llevara al marcharse−. ¡Qué bonito está
todo, doña Allison!’, −dijo, mirando cada rincón de arriba a abajo−. ‘Le
presento a Michelle, una compañera’. ‘Encantada’. ‘Lo mismo’.
‘Ella se encarga de recopilar todo aquello que pueda servirnos para preparar
una sólida defensa que convenza también a mis jefes y den luz verde para iniciar
el procedimiento que nos conduzca a juicio. −Asintió muy interesada−. Se
preguntará por qué nos reunimos aquí y no en el despacho’. ‘Donde digan,
a mí me parece bien’. ‘Verá, necesitamos reconstruir los últimos pasos
de su nieta: con quién se relacionaba, en qué situación vivía, cuáles fueron las
circunstancias que rodearon su muerte y el modo en que ocurrió, qué persona descubrió
el cadáver y dónde, cómo se lo comunicaron a usted, quién habló con ella por última
vez. −Noté que se abrumaba e hice una breve pausa para traer bebidas gaseosas
que ambas aceptaron sedientas−. Hemos de localizar a gente dispuesta a
testificar a favor nuestro. Incluso puede que alguien presenciara peleas y
discusiones entre ellos. Es fundamental que nos diga cuanto recuerde’. ‘Una
amiga suya… Espere un momento, debo tener el nombre apuntado por aquí, en algún
sitio’. ‘Luego lo busca. Ahora, continúe, por favor’. ‘A esa chica
nunca le gustó el Johnny, porque decía que era un matón con traje de señorito. Ellas
crecieron juntas, y en confianza se contaban sus cosas. Algunos domingos
acompañaba a su abuela a la iglesia donde coincidían conmigo. Supongo que le
inspiraba ternura, porque, sin preguntarle yo, me decía que la niña se
encontraba bien y con proyectos a la vista. Aunque siempre sospeché que la letra
pequeña de dicha afirmación era otra muy distinta. Meses después, una tarde de
lluvia torrencial, mientras achicaba el agua que se colaba por el tejado, vino
a verme. Traía los ojos húmedos y enrojecidos, me cogió por los hombros y
confesó estar muy preocupada por Alexa, ya que no contestaba al teléfono, y eso
le daba muy mala espina. Acudimos al sheriff, pero fue inútil, puesto que, al
no convivir con nosotras, le correspondía a su pareja denunciar la desaparición’.
‘Aguardad un minuto, dejadme pensar −interrumpe la becaria vuelta hacia
mí−: en California, en 2008, el sobrino de una mujer secuestrada y luego
asesinada consiguió marcar jurisprudencia con algo parecido. Creo que era Walker
contra Robinson, pero tengo que asegurarme’, −asentí−. ‘Fueron semanas
de mucha angustia −continuó−, de no saber a quién acudir. Preguntamos en
los sitios que frecuentaba, algunos nada recomendables: Unos decían no haberla
visto, otros callaban’, −Michelle me hizo una seña y capté el
mensaje de aflojar la presión. ¡Parecía tan frágil!−. ‘Quizá podríamos dejarlo
aquí y continuar en otra ocasión. ¿Le parece?’. ‘No, quiero terminar de
contarles. Por casualidad cayó en mis manos un periódico donde venía la fotografía
borrosa de una mujer indocumentada, hallada muerta en la cuneta de una
carretera poco transitable. Fui al depósito de cadáveres con la esperanza de
que no fuera Alexa. La identifiqué, y comenzó una lucha descarnada que…’.
Atravesaba
un periodo emocional que situaba la relación con mi amante en esa zona gris del
cerebro donde todo parece estar a punto de saltar en mil pedazos. Por esa razón,
y de mutuo acuerdo, para no dañar aún más nuestra convivencia, decidimos
transitar en solitario un tiempo indefinido. Sin rencor, y sospecho que
aliviado, hizo la maleta y se despidió melancólico, igual que había venido. De
mamá aprendí que, para superar trances parecidos a éste, y para no realimentar
el sentimiento de culpa, lo mejor era limpiar a fondo las habitaciones, renovar
las sábanas con estampados más alegres, abrir una botella de vino y escuchar
las canciones del legendario intérprete country Willie Nelson. Cuando me
disponía a hacerlo, sonó el teléfono. ‘Allison, ¿cómo llevas la revisión de
la declaración del cliente de la gasolinera y el doble asesinato? ¿Has
conseguido la prueba decisoria de la cámara de seguridad?’. ‘Lo tengo
prácticamente acabado. −No era del todo cierto, porque el caso de Alexa me tenía
completamente absorbida−. Mañana se lo doy’. ‘No, ven ahora mismo. Hay
que preparar a los testigos y necesito que estés aquí…’.
El
termómetro se precipitaba para entrar en otoño con sus paisajes en tono tierra
que traerían más humedad y la intrusión de frío en las cumbres y en las praderas.
Papá experimentaba una leve mejoría que, en su caso, significaba recuperar bastante
movilidad. Eso, lógicamente, inyectaba en él dosis de positivismo desmesurado.
Recuerdo muy bien esa épica etapa como una de las mejores que pasamos juntos. Reíamos,
tomábamos whisky después de la cena y prolongábamos la velada hasta las tantas
sin importar el desgaste físico que pasaría factura al día siguiente. Así que,
en una de esas, entre anécdotas de cuando conoció a mamá y creando en torno a mí
un ambiente distendido, soltó, de buenas a primeras, cogiéndome desprevenida,
el deseo de repetir uno de los viajes realizados con el tío James. ‘¡Estás
loco, no podemos hacerlo!’, −dije con autoridad−. ‘¿Por qué razón?’,
−preguntó, dejando entrever un hilo de tristeza−. ‘¿Pretendes dejarme sola, muerta
de miedo, en alguna quebrada mientras tú te vas a echar una canita al aire?’,
−respondí, destensando la cuerda−. ‘Lo has adivinado, ¡eh!’, −me alborotó
el pelo−. ‘Ahora, en serio: es arriesgado, aún estás débil y podría haber
complicaciones. Esperemos un poco más, ¿quieres?’. Después reflexioné y pensé
que nadie tiene derecho a truncar los sueños de otros. Las setenta y dos horas siguientes
a esa conversación fueron de mucha agitación para mí: seleccionar ropa de
abrigo, víveres, nuestros rifles de caza, municiones y algunos medicamentos para
mitigar sus dolores. Ensillé los caballos y elegí cuatro más de refresco,
segura de que aguantarían sin crear problemas. Saldríamos de madrugada rumbo a
Dakota del Sur, y, según la ruta prevista, tardaríamos en llegar de diez a doce
jornadas, puede que, dependiendo de la duración de los descansos, fueran
incluso algunas más. La primera parada importante la haríamos en la Reserva
India de Wind River, ubicada en el Valle de los Vientos Cálidos, con
sus dos tribus aborígenes haciendo de anfitrionas: los Shoshone del este,
que entre sus tabúes destacables estaba el de prohibir a las mujeres que
menstruaban ir a cazar, y los Arapaho del norte, comunidad muy
organizada, capaces de levantar en menos de sesenta minutos un campamento
entero por la sencillez de las tipis hechas con piel de bisonte. Abraham
Thomas, aquel viajero que cada año visitaba nuestro rancho, también contaba historias
interesantes sobre ellos. Eran buenos anfitriones, y nos agasajaron invitándonos
a la espectacular asamblea de tambores, a las danzas en torno al fuego protegido
con tres leños formando una pirámide y a una de sus ceremonias religiosas que
nos encogió el corazón, viendo con qué vehemencia creían en el Hombre de
Arriba y su poder sobrenatural. Si para cualquier persona en plena forma
cabalgar resultaba duro, a Brayden Morgan, mi progenitor, a quien siempre
admiraré por su poder de superación, le costaba muchísimo más. Cuando salimos
de allí resultó bastante complicado atravesar el río Bighorn y seguir por un
sendero abrupto, por eso decidí hacer un alto en la pequeña ciudad de Casper, donde
nació Matthew Wayne Shepard, al que golpearon brutalmente hasta la muerte por
la insignificante tontería de ser homosexual…
Da gusto leerte, esa mezcla de estilos hace muy ameno el tránsito por la entrega.
ResponderEliminarPara mayor regocijo te atreves hasta con el lejano Oeste y todo ello con la maestría que te caracteriza.
Como siempre gracias.
Obligaciones ciudadanas han retrasado hoy la lectura de esta historia tan bien contada, como tú sabes hacerlo. Gracias por enseñarme tanto.
ResponderEliminarGenial Mayte. Siempre un placer leerte.
ResponderEliminarAbrazos
Hoy señalo dos hallazgos: lo de "nadie tiene derecho a truncar los sueños de los demás", y las estrategias para superar las dolencias de una separación de pareja. Un beso.
ResponderEliminarEste viaje, en tu compañía, es un verdadero placer. Y ansiando la siguiente jornada.
ResponderEliminarGracias y mi amistad. Besos.