4.
Atravesar
el Civic Center Park, en Denver, cuyo apodo es la Ciudad de la Milla
de Altura, hasta llegar al 16th de Mall Street, la zona peatonal
donde en una de las mesas al aire libre, con tablero para jugar a damas o ajedrez,
esperaría mi llegada el colega con quien tenía una cita, fue toda una aventura,
puesto que centenares de personas se manifestaban frente al Capitolio al grito
de: ‘Si matan a una, morimos todas. Si matan a una, morimos todas. Si matan
a una, morimos todas…’. Como pude me abrí paso entre la gente, casi a
empujones. A lo lejos alguien agitaba una mano llamándome. ‘Pensé que no
llegaba. Perdone el retraso. Soy Allison Morgan’. ‘Steven, a secas −se metió
un caramelo en la boca−. Dice mi esposa que si el tabaco no acabó conmigo ahora
lo hará el azúcar’, −chascó la lengua−. ‘Gracias por atenderme’. ‘No
hay de qué’. ‘Represento a una chica asesinada presuntamente por su
novio, y pensé que, habiendo encontrado alguna similitud con el caso en el que
usted participó, podría servirme de mucha ayuda su punto de vista y experiencia’.
‘Aquello me dejó tan tocado que abandoné la profesión. Hoy en día vendo pólizas
de seguro y estoy ajeno a todo aquello’, −me pareció vislumbrar un destello
fugaz de nostalgia en sus ojos−. ‘¿Y no lo echa de menos?’. −Se quedó un
instante pensativo, pero cambió el rumbo de la conversación−. ‘En aquel
proceso duro y doloroso, los familiares de la acusación sufrieron mucho, y
nosotros también. Recuerdo cómo tragábamos lágrimas y controlábamos la rabia
cuando al principio, con toda la sangre fría del mundo, aquel hombre inculpó a
su mujer alegando que, para vengarse de él por haberle pedido el divorcio,
asfixió a las niñas, de 3 y 4 años, dejó el anillo de casada encima de una
repisa y se quitó la vida’. ‘Me deja helada. He leído que lo vivido en
la sala fue espeluznante’. ‘Claro, tenga en cuenta que, según avanzaba el
tiempo, esa versión se cayó, hasta que no pudo más y, dando todo tipo de
detalles, confesó que, tras deshacerse de los tres cadáveres, regresó al lugar
de los hechos, limpió a fondo y dejó la alianza en un sitio visible’. ‘Desgarrador’.
‘Nunca he sentido tanto rechazo y asco por un ser humano como entonces’.
Camino del aeropuerto, y tras haber anulado la visita programada a la prisión del
condado, comprendí que cada historia tiene una idiosincrasia diferente, y que tendría
que actuar en consecuencia para que se aplicase la fuerza de la ley en la vista
que se iniciaría en breve…
Mayalen
se quitaba y ponía continuamente una horquilla en el pelo. Durante la última
semana había recibido amenazas telefónicas del entorno del Johnny, de ahí que
estuviese desquiciada y a la defensiva. Se lo noté nada más verla. ‘Coja el
bolso que nos vamos’, −dije−. ‘¿Adónde?’. ‘¿Conoce Secret Cove?’.
‘No, nunca lo había oído’. Me siguió con pasos cortos y rápidos, salimos
a la calle y una vez en la furgoneta, comentando cosas insignificantes,
recorrimos las diecisiete millas y pico que distan hasta el destino elegido.
Aparqué en la carretera y descendimos con sumo cuidado por un terreno angosto,
cuyo tramo final son unas escaleras que conducen a uno de los paisajes más
impresionante de todo Carson City. Se quedó con la boca abierta contemplando la
extensión del lago, la vegetación, el sonido de las aves, el de reptiles muy silenciosos,
algunas risas y complicidades que no se sabía muy bien de dónde venían y aquel
azul intenso del cielo con las montañas al fondo nevadas en los picos. Al poco, se dejó caer de rodillas en el suelo. Yo me senté
con las piernas cruzadas junto a ella. Entonces empezó a relatarme uno de
los episodios vejatorios sufridos por su nieta. ‘Llevaba meses sin saber de
Alexa, pero no me pareció extraño, ya que a veces pasaba largas temporadas
desaparecida. Yo había encontrado un buen empleo al servicio de un matrimonio
afroamericano, con cinco hijos, un perro, varios sobrinos y dos ancianos que se
orinaban en cualquier rincón de la casa. La faena era agotadora, pero pagaban
bien y eso me importaba. Un día, según me acercaba, vi un coche patrulla estacionado
en la puerta y a dos agente hablando con la señora −según narraba se le
llenaban los ojos de lágrimas−. Alguien les daría referencias mías y esa
dirección. Me llevaron al hospital, donde acababan de extirparle un ovario a
consecuencia de la brutal paliza recibida. Estuve en la cabecera de la cama cuarenta
y ocho horas sin moverme salvo para ir al lavabo. Cuando despertó, él entró en
la habitación tan arrepentido que ella le abrió los brazos. Comprendí que
sobraba y marché rota por dentro. Volví al trabajo. Los pequeños jugaban en la
parte de atrás. La pareja alegó el mal ejemplo que era para la comunidad negra
si se repetía la visita de la policía buscándome. No tuve valor para suplicar
que no me despidieran. Así pues, bajé la cabeza y, apenada, retrocedí lo caminado.
Meses después mi nieta volvió a ingresar, esa vez con una pierna rota y
desprendimiento de retina. −estaba consternada y no supe qué decir−. Por
orden expresa de su compañero me prohibieron la entrada, pero en un descuido la
besé en la frente. Fue la última vez que vi esa sonrisa suya tan melancólica…’.
El 8 de junio de 1972 un avión
survietnamita lanzó una bomba de gasolina gelatinosa sobre la población de
Trang Bang. Fue entonces cuando la fotografía de La Niña del Napalm dio
la vuelta al mundo, mostrando los horrores de la contienda reflejados en el rostro
aterrorizado, dolorido, de Kim Phuc, mientras corría gravemente herida
quitándose trozos de ropa que aún ardían pegados a su cuerpo. El fotógrafo Nick
Ut se encontraba allí e inmortalizó con su cámara la imagen para la posteridad.
Meses después Nixon dijo que ya estaba bien de tanta tontería y que los Estados
Unidos de América aniquilarían la mayor parte de los efectivos de Vietnam del
Norte, comenzando así la sangrienta Operación Linebacker. Faltaba algo
más de dos años para el final de la guerra, y la mayoría de la opinión pública
estaba en contra de seguir masacrando a civiles inocentes e indefensos. Sin embargo,
el tío James se alistó al Ejército, asegurando que todo hombre de bien debería
hacer lo mismo por respeto y agradecimiento a la patria. La despedida fue rara,
o al menos así la viví yo. La noche anterior a su partida papá y él ensillaron
dos caballos y los dejaron preparados con los odres llenas de agua, las
escopetas de caza cargadas, mantas para dormir al raso y el banyo con el que
siempre deleitaban nuestras veladas sujeto a un lado entre las alforjas.
Cenamos, más pronto de lo habitual, un pastel de carne magra de bisonte que el
abuelo estuvo cocinando, y lo hicimos tan callados como si asistiéramos a un
funeral. El galope, que ya se intuía muy alejado, me despertó de repente. Pasados
nueve días mi padre regresó solo. Desde ese momento, el abuelo no se levantó de
la cama…
Eran
las nueve de la noche y apenas quedaba actividad en las casas de alrededor. Sentado
en la mecedora del porche, mi amante saboreaba el brandy que tomaba con la intención
de templar su paladar. Yo buscaba en el garaje cajas todavía sin clasificar
donde guardaba cuadernos con apuntes de la etapa universitaria. Habíamos discutido.
Me reprochaba que le dedicaba demasiado tiempo al trabajo y relativamente poco
a otros espacios de la vida también importantes. Puede que tuviera razón, no lo
niego, pero siempre fui sincera en el sentido de que nuestra relación nunca estaría
enmarcada en lo convencional. El caso es que, no sé muy bien por qué, me costaba
horrores ser cariñosa cuando teníamos esos desencuentros. Menos mal que la
ronquera de un motor ahogado frenando en seco me trajo de vuelta a la realidad.
Era Michelle, inconfundible por la manera de conducir tan impetuosa que tenía. ‘Hola.
¿Está Allison?’, −levantó el vaso, bebió un trago largo y señaló con el
dedo en dirección a mí−. ‘¿Qué te trae por aquí, becaria?’. ‘Oye, creo
que he venido en mal momento’. ‘No, qué va. Si lo dices por él, tranquila,
es parco en palabras’. ‘Y por ti. ¡Menuda la que has montado!’. ‘Es
que no encuentro las fotocopias que hice de VAWA’. ‘Esa ley fue aprobada
en 1994 y firmada por Bill Clinton, ¿no?’. ‘Exacto. Violence Against
Woman Act. Debe estar en alguno de estos paquetes, junto a un anexo
interesantísimo que también guardé’. ‘Mira, he descubierto un par de
cosas’. ‘Dime’. ‘Shade Tree, el mayor refugio para víctimas de
violencia de género, en Nevada, cerró las puertas de su centro de transición
por falta de recursos y presupuesto. Ahora se sienten desamparadas en un
sistema que no les da cobertura ni medios para escapar’. ‘Entonces, ¿adónde
acuden? ¿No hay nada?’. ‘Sí, varias ONG, como la Casa de la Esperanza,
para las latinas, diversas asociaciones católicas y ciudadanos particulares que,
voluntariamente, las acogen en sus viviendas. En otro ámbito están las
Instituciones Públicas Federales. Pero piensa que muchas mujeres permanecen
atrapadas en ese infierno porque no tienen dónde ir y la única alternativa factible
sería mendigar en la calle, a lo que no todas están dispuestas. Además, las condiciona
también el miedo a que el agresor tome represalias contra ellas y sus hijos.
Este dato lo corrobora el FBI’. ‘Tremendo. Es decir, que callan y
continúan como si tal, ¿verdad? Supongo que, por estadística, se dará más en
familias con pocos ingresos o inmigrantes’. ‘Sin duda son más
vulnerables y, por consiguiente, un factor de riesgo, pero los patrones del maltratador
aparecen en cualquier nivel social. Lo único que los diferencia es que unos
arreglan la falacia del remordimiento con caricias y otros con joyas de diseño’.
‘Bueno, sigue así. Por cierto, ¿y lo segundo?’. ‘Pues que un amigo policía
ha introducido en la base de datos el nombre completo del Johnny y resulta que,
antes de conocer a nuestro cliente, fue denunciado en varias ocasiones por acoso
y violación’. ‘¡Qué cabrón!’. ‘Se ha hecho tarde. Nos vemos
mañana en la oficina’. ‘Gracias por todo. Descansa. Y ve con cuidado’.
Me sonrió y desapareció a gran velocidad entre las sombras. Dentro de casa un
silencio de monasterio zumbó alrededor de mis orejas. El grifo de la cocina
goteaba siempre que no se apretaba bien. Lo ajusté y, al girar la vista,
encontré una nota que ponía: ‘No me esperes levantada, volveré tarde’. Segura
de no conciliar ya el sueño, saqué los ingredientes que necesitaba para
preparar una tarta de arándanos…
Leerte con una hora más de luz es reconocer tu arte, tu oficio, tu dedicación. Lección de domingo: para mí tienes el Nobel, el premio Princesa de Asturias y... el Goya.
ResponderEliminarUna etapa más en esta, aunque bien narrada, triste historia. Seguimos avanzando. Un beso.
ResponderEliminarEstoy con Elvira y añado la generosidad para regalar tu trabajo.
ResponderEliminarGracias.
Gracias Mayte.
ResponderEliminarEres una excelente narradora. Tú lo sabes. Me suelo pasar por tu muro del face y desde allí llego al link de tus entregas. Siempre procuro hacerlo aquí. Si alguna vez no ves mi comentario es que llegué desde tu face.
Abrazos.
La marcha del tío James es un simple ejemplo de la calidad narradora que tienes, del manejo de los tiempos, las emociones... Eres brillante, Mayte. Y gracias siempre por tu generosidad. Te camelo, amiga.
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