2.
Imaginé
que la noche iba a ser complicada, por lo que indiqué a Mayalen que me acompañara
a la sala de reuniones, donde estaríamos más cómodas y podría hacer café. ‘Cuénteme
qué ha pasado con su nieta’. ‘Ay, doña −sacó un pañuelo del bolsillo de la chaqueta y se limpió la comisura de los labios−. Es una larga historia’. ‘Entonces,
será mejor que empiece por el principio −la mujer sólo hablaba en español, pero comprendía un poco el inglés. Menos mal que mi compañera de habitación en Las Vegas era venezolana y aprendí el idioma−. Y, por favor, llámeme Allison’. ‘Me
la echó a perder. Lo presentí en cuanto se casaron. Aunque a la criatura la mala
suerte le viene de muy atrás −se tomó unos segundos para poner en orden los
pensamientos−. Seis meses antes de cumplir siete años, sus padres murieron
en el incendio de la fábrica textil donde trabajaban, lo que me convirtió en su
único familiar vivo. Me hice cargo de ella, saliendo adelante con muchos sacrificios.
He sido planchadora, fregona, canguro…, cualquier cosa con tal de que a la niña
no le faltase lo más básico, pero debo de haber fallado en lo esencial, porque
el destino siempre le ha cruzado con relaciones difíciles y posesivas. Una vez,
estando de cocinera en un restaurante pegado a un club nocturno, fue a buscarme,
y el hijo del dueño, un golfo borracho y putero, se encaprichó y estuvo
acosándola hasta que intervino la oficina del sheriff. Perdone, sin querer me
desvío del tema, son tantos recuerdos agolpados en la memoria que…’. ‘No
se preocupe, lo comprendo. Pero todavía no me queda claro cuál es el motivo
real de su visita’. ‘Tiene usted razón’. ‘¿Quiere un vaso de
agua?’. Negó con la cabeza, y siguió mezclando las fiestas de cumpleaños, el
primer desencuentro entre ambas, la reconciliación, la brecha generacional que
las separaba, las ausencias de varios días sin saber dónde ni con quién estaría,
el aborto sanguinario que le practicaron y casi se la lleva por delante… ‘La
ha matado, doña Allison. Sé que el Johnny la ha matado’. Me quedé fría. No
esperaba una acusación tan tajante. ‘Bueno, tranquilícese. Es una afirmación
bastante grave. De momento, la presunción de inocencia ampara a todo aquel que
las pruebas no determinen lo contrario. Debo redactar unas notas para pasar el
caso a un colega del despacho. Es criminólogo y cuenta con gran experiencia en
ese campo’. ‘No, la quiero a usted. Si he llegado hasta aquí es para que
nos represente. Confío en su criterio e integridad. Como puede suponer no busco
venganza, ni protagonismo, tampoco ser “prime time” en la CNN. Lo único que
busco es que se haga justicia, y solamente usted es capaz de conseguirlo’. ‘Agradezco
su confianza, pero…’, −imposible acabar−. ‘Podrá, ya lo creo que podrá’.
Amaneció, y los rayos del sol
reflejaban la palidez de nuestras caras legañosas. Noté mucha presión en el
cuello e hinchazón en los pies por no haber descansado. De repente, al girarme,
la observé y vi que, después de desahogarse conmigo, había envejecido
considerablemente, aunque su mirada mantenía la nitidez y la viveza de quien
consigue aquello que se propone. Prometí pensarlo y darle una respuesta lo
antes posible. Nos despedimos con un apretón de manos, sellando mayor
complicidad de la que imaginé. No sabía muy bien la magnitud del problema al
que me enfrentaba. En los archivos del bufete no encontré referencia de nada
parecido, como tampoco si se disponía de apoyos locales, sociales o estatales
en cuanto a ayudar a las víctimas y sus familias. Pero, aún con todas las
adversidades que acarrearía aceptar, por primera vez a lo largo de toda mi
profesión, tras vivir situaciones desagradables y otras tantas de satisfacción
personal y profesional, tenía la oportunidad de ser yo quien llevase algo importante
a la reunión con la que cada día arrancábamos la jornada. ‘No falta nadie,
¿verdad?’, −preguntaron−. ‘No, estamos todos’, −respondió la
secretaria−. Aguardé hasta que mis compañeros terminaron sus propuestas y las
discutiéramos. Entonces, empecé a hablar. Y lo hice como si fuera mi
alegato final delante del jurado para convencerles de la inocencia del
representado. Provoqué algunas pausas, como había visto hacer en los procesos
judiciales. Decían que así calaba el discurso y los oyentes podían meditar.
Debió de surtir efecto porque, antes de que mi jefe se pronunciase en contra, movido
por la envidia que nos tenía a todos, a los herederos ahora al mando de Wilson,
Anderson y Smith se les despertó la curiosidad y me dieron algunas semanas para
preparar algo sólido que presentar en la junta. Después decidirían si se
aceptaba o no…
Richard comentaba divertido que mamá
le conquistó contándole una historia impresionante sobre los pintorescos arcos
de asta de alce repartidos por todo Jackson. ‘¿Y tú te lo creíste?’, −le
decía para seguir conversando−. ‘Pues claro. Cualquiera le lleva la contraria
a tu madre. Ya sabes lo brava que se pone’, −reímos a carcajadas−. La cuestión
es que Mrs. Morgan, como él la llamaba cuando quería enfadarla, se inventó que
era ella la dueña de los mamíferos que suministraban a la ciudad el material
con el que se construían las estructuras curvas ubicadas a la entrada de los
parques y en los cruces de calles, como seña de identidad. Pero en realidad es
que en mi pueblo existe un sitio espectacular: National Elk Refuge,
donde cada año la manada suelta la cornamenta que sirve para fabricar aquellos
ornamentos. Y son los Boy Scouts de América los encargados de recogerla,
y venderla posteriormente en subasta, con la condición de que las ganancias
retornen al refugio para el mantenimiento de las especies y la mejora de las instalaciones.
Enmarcada dentro de un paisaje montañoso, la carretera te introduce hacia un
inabarcable terreno llano, de suelo nevado, donde sopla el viento, pían los pájaros,
pastan los animales y se conjuga una paz interior tan inexplicable que destapa las
claves de un hábitat universal delante de los ojos…
No se me ocurre mejor manera para
poner en marcha la imaginación y mayor felicidad que la de pasar la infancia
jugando en trineo. Yo he gozado de dicho privilegio. Primero por absoluto placer,
y segundo por la esperanza de encontrarme con el mismísimo Santa Claus,
y abroncarle porque nunca dejaba en la chimenea aquellas cosas que yo le pedía,
salvo la misma camisa de leñador y los calcetines gordos de cada año. Por entonces
yo no tenía capacidad para entender la difícil situación económica por la que atravesábamos,
pero, en compensación a esas penurias que me hacían sentir la más desgraciada
del mundo, participaba de los preparativos para recibir al viajero Abraham
Thomas, con quien cada invierno, además de traernos whisky y tabaco de
contrabando que nosotros luego vendíamos a los lugareños, también ganábamos
algunos dólares con cada expedición. Experto en cruzar estas tierras hasta la Reserva
india de los Blackfeet, en Montana, al este del Parque Nacional de los
Glaciares y pegando casi a la frontera canadiense, guiaba grupos de personas interesadas
en hacer esa ruta por el mero hecho de experimentar algo diferente, aunque en
ocasiones encerrara más peligro que aventura. A lo largo del itinerario tenía concertados
distintos puntos de hospedaje donde descansar los perros de raza husky y
los excursionistas, doce como mucho. Uno de ellos era nuestro rancho, con
espacio más que suficiente para todos. Papá y él, simpatizantes del partido demócrata,
y por consiguiente defensores a ultranza del Presidente Lyndon B. Johnson, caracterizado
por su Guerra contra la Pobreza, fumaban puros a la caída de la tarde y
bebían hasta el amanecer. Yo me encargaba de mantener vivo el fuego, rellenar
de licor los vasos, y cortar los puros, y así de paso escuchaba sus
conversaciones como convidada de piedra. Cuando reiniciaba el camino, el eco de
las andanzas perduraba en nuestros corazones hasta su vuelta. Durante bastante
tiempo quedaba hipnotizada, tanto que deseaba dedicarme a lo mismo que Mr.
Thomas…
Mayalen sufre de artritis en ambas
rodillas y tiene un hombro casi inmovilizado a consecuencia de una fractura mal
soldada, lo cual impide que siga trabajando y le ha obligado a minimizar gastos,
ya que subsiste con la paga que recibe del Gobierno, y algún extra por hacer
compañía a su vecino encamado desde hace años, si la nuera sale a comprar.
Nació en Colima, México. Era la mayor de diez hermanos y, siendo muy joven,
emigró a Carson City con un bebé de meses y otros compatriotas que, como ella,
buscaban un futuro más saludable. Algunos prosperaron montando pequeños
negocios que después crecieron, pero la mayoría sólo consiguieron mantenerse a
flote y no desfallecer. Cuando la situación se le hizo insostenible, tras la muerte
de la chica, un paisano suyo, encargado en Las María’s Restaurant. Authentic
Mexican food, le ofreció, a cambio de una cantidad simbólica, un modesto
cuarto pegado al garaje de su casa. Sobre una repisa de madera atornillada a la
pared tiene el pequeño altar con dos velas flanqueando la fotografía más
reciente de Alexa, su nieta, y algunas estampas religiosas. Arrodillada,
siempre que entraba o se iba a acostar, decía: ‘Todo irá bien, mi niña. Todo
irá bien’.
‘Date un baño, querida. Se te nota cansada
−sentenció mi amante al verme aparecer por un lateral del porche−.
Enseguida estará la cena’. ‘Gracias, pero no tengo apetito. Además, he
de terminar de leer unos documentos para mañana’. Le besé en la frente y entré
en el dormitorio cerrando la puerta. Me gustaba hacer balance del día mirando
por la ventana que da al noroeste, desde la que se pueden ver las montañas.
Hacía una noche espectacular, pero mi cabeza no paraba de dar vueltas al
encuentro con la abuela. Fue entonces cuando caí en la cuenta del olor a
naftalina que desprendían sus ropas, evidenciando que se había puesto las
prendas reservadas para ocasiones importantes. Saqué de la cartera el montón de
folios que había impreso a la hora del almuerzo. En ellos recopilaba información
respecto al número de mujeres asesinadas en mi país a manos de sus parejas
sentimentales. Juro que era escalofriante: el dato de la última estadística,
desglosada por Estados, alcanzaba casi las dos mil, figurando Nevada entre los
tres primeros de la lista. Sentí vergüenza por mi ignorancia y por no ver más
allá de mis asuntos. Era intolerable. Pensé también en los centenares de
huérfanos que estaba dejando ese genocidio. Se me revolvieron las tripas. Algo dentro
de mí puso luces donde antes sólo había sombras. Reaccioné y, cayéndoseme las
lágrimas, supe que aceptaría el caso. Entonces, el calor de unos brazos que
conocían muy bien mis debilidades empezó a darme cobijo desde la espalda…
Te imagino durante horas caminante por esos Estados Unidos que tanto te atraen. El relato de hoy me lleva directa al lejano oeste. Gran maestría en el manejo del lenguaje y en documentación. Una vez más me quito el sombrero. Un beso, nena.
ResponderEliminarMe encanta este nuevo relato. Intuyo que va a ser una historia muy interesante. Espero con muchas ganas la siguiente entrega. Besos
ResponderEliminarSigo admirando tus maravillosas descripciones de los lugares, la manera de "entrar" en los personajes,... pero esa reflexión final ante la ventana y la llegada de su amor, me hace lamentar que se hará eterna la espera de la siguiente entrega.
ResponderEliminarGracias, muchas gracias una vez más. Besos.
Un detalle a resaltar es la alternancia entre las diferentes historias del relato, el ir y venir del pasado y el presente de los distintos personajes. Seguimos leyendo. Un beso.
ResponderEliminarLo mismo describes las rutinas de un despacho de abogados que las andanzas de un guía contrabandista, si a eso añades las estadísticas que das de violencia machista, significa que te gusta lo que haces y por eso te lo curras.
ResponderEliminarEse enorme trabajo LUCE.
Enhorabuena.