Toronto me ha
cambiado la vida. Mis jefes de la escuela de baile dicen que parezco más
canadiense que español y cubano. Pero lo cierto es que me siento muy orgulloso
de llevar el mestizaje de ambos territorios dentro de mí. Olvidar de dónde
vengo es como amordazar al madrileño barrio de Chamberí o al Malecón habanero, con todo el pellizco que de cada
uno llevo en el alma. Malo sería también no reconocer que si hoy estoy aquí, comportándome como una persona
sin dobleces y sabiendo que las riquezas que me hacen gozar son intangibles, es
gracias a mami. Las dificultades que tuvo que pasar para sacarme adelante, con
la ventisca en contra por ser soltera y emigrante, nunca obstaculizaron mi
crecimiento. No carecí de nada básico. Sin
duda, las raíces humildes de las que arranco han aportado el circuito por donde
desplazar lo que me llega a lo hondo del corazón. Lo contrario haría de mí un
ser despreciable y egoísta, adjetivos para los que no he sido educado. Desde
que vivo aquí, asumiendo y aceptando lo que soy, expresando lo que pienso en
libertad, y no teniendo más de lo que quiero a mi lado, siento la conciencia
tranquila a la hora de dormir. La verdad es
que, de no ser porque el pelo se me empieza a caer, y porque esta agua potable
a menudo me tiene estreñido, diría que una perfección casi mansa ha acampado en
torno mío…
Bean y yo nos movemos sin problemas por el PATH, la ciudad subterránea que, a través de
galerías, comunica los edificios más destacados
del centro, y que fue pensada para que durante
los meses de invierno, cuando el frío es insoportable y la superficie está
nevada, no haya necesidad de salir al exterior, ya que dentro hay farmacias,
pastelerías, sucursales bancarias, restaurantes, peluquerías, tiendas de ropa, así
como accesos directos a la sala de conciertos Roy Thomson Hall, y al Museo de la Fama del Hockey sobre hielo,
que recoge la historia de este deporte. También al metro, a una terminal
ferroviaria y a más de media docena de hoteles de lujo… El color de cada una de
las cuatro letras sirve para orientarse en la dirección que se quiera tomar:
rojo el sur, naranja el oeste, azul el norte y amarillo el este.
En fin, que se podría subsistir perfectamente en esta metrópoli
bajo tierra. Eso sí, cuando cierran las oficinas el tránsito de peatones se
reduce hasta dejar las galerías casi desiertas. Una noche que se nos hizo tarde
regresando del cine atravesamos varios de esos
pasillos vacíos, con el único sonido de nuestros
pasos. De haber estado en otro sitio jamás nos habríamos arriesgado, pero aquí
se vive tan seguro que ni siquiera se cierra la
puerta con llave.
Hiroshi y Naoko Akiyama −su apellido
de soltera es Oshiro−, nuestros amigos orientales, y que como a todos les
vertebra una historia que contar, trabajan en sendos rascacielos del distrito
financiero. Ella en el mercado de valores, él en el Royal Bank of Canadá, uno
de los bancos más importantes y sólidos, con más de dos millones de clientes en
Estados Unidos. Siempre que podemos, al final de la jornada laboral, si
coincide que Bean no tiene turno de tarde, quedamos para regresar juntos a
casa, donde Mizuki y Keiko, sus hijas, a las
que consideramos sobrinas, aguardan impacientes nuestra llegada, con la mesa
puesta y los cuencos listos para la sopa de miso blanco con verduras y los
platos de teriyaki de salmón −asado en adobo de salsa dulce−. Todo delicioso.
Antes de retirarnos a descansar, las niñas nos hacen prometer que pronto las
llevaremos a la localidad de St. Jacobs, donde se asienta la comunidad menonita.
Es lo que tienen los niños, que, en cuanto
están pachuchos y les dices: te voy a llevar a…, si no lo cumples has
hipotecado tu credibilidad de por vida.
A una hora de Toronto, lejos del
confort que arropa la cotidianidad que rodea las ciudades, se asienta este
movimiento pacifista que habita en sus austeras granjas, donde elaboran los
productos naturales y ecológicos que consumen y venden para subsistir. A las
chicas, ver en directo cómo hay gente que todavía se desplaza en carretas para
disfrutar del paisaje, renunciando a la comodidad de hacerlo en los vehículos
de motor, las tenía en un ay. Antes de iniciar la caminata adentrándonos en el
bosque, compro unos dulces con toque de mermelada de arándanos. Cuando nos
planteamos realizar esta aventura, preparándola
junto a los padres, la intención, además de disfrutar con las chicas haciendo
algo fuera de la rutina, era que comprobaran por sí mismas que hay otras
maneras de vivir, y que lo rural, en
determinadas circunstancias, a veces marca el
compás de la humanidad. Ser testigo del asombro que reflejan las caritas de
Mizuki y Keiko, de la emoción y complicidad respetuosa que han demostrado
tener, ha sido para nosotros reconfortante.
Hiroshi y Bean se han aficionado al curling, deporte que nació en Escocia a
mediados del siglo XVII, en el que dos equipos compiten deslizando ocho piedras
de granito por una pista de hielo con la ayuda de una especie de cepillo de
palo largo. Pero a Naoko y a mí nos aburre. Un sábado por la tarde que se viene
conmigo a patinar al aire libre a la Plaza Nathan Phillips, la más céntrica de
Toronto, me habla de dragon boat, una
competición náutica que se practica en verano, y que consiste en que veinte
participantes, diez a cada lado, en una embarcación china, remen a la par,
concentrados, en silencio, como en estado de meditación. En Canadá se expandió
cuando un doctor realizaba un estudio en mujeres operadas de cáncer de pecho,
con mastectomía simple o total, y determinó que ese tipo de ejercicio era
rehabilitador para la pronta recuperación de las pacientes y la movilidad del
brazo afectado. Ella lo conocía por compañeras de trabajo aquejadas de dicha
enfermedad, y a mí me interesaba porque una de las profesoras de baile, a la
que quiero mucho, se encuentra en estos momentos en esa situación. Estoy seguro
que la información que he recopilado sobre este tema será de gran ayuda para mi
amiga, ahora que se le habían tumbado los
ánimos.
“Sabía que estaban ahí, /que tus
palabras iban y venían./…Que buscaban el horizonte/de mi línea más recta./…Lo
sabía y dejé/que cruzaras mi umbral”. Conozco estos versos de Ana María Drack a
través del abuelo Miguel. A veces me vienen a la memoria cuando, entre mi pareja y yo, el desembarco de la discusión
toma posiciones en la isla del dormitorio, volviendo hostil hasta el aire que
respiramos. Entonces, guarecido en lo que me aporta sosiego, salgo de casa sin portazo, alquilo una canoa para
navegar por el Lago Ontario y dejo que el curso de las horas sople las cenizas
que hayan quedado de la desavenencia.
En Downtown Yonge,
conocido como “el distrito del entretenimiento”, está la escuela de baile donde
trabajo, no lejos de la
Taberna de Zanzíbar, una emblemática discoteca que en la
década de los sesenta comenzó siendo un local con música en vivo, y que con el
tiempo fue transformándose en otro de estriptis, llegando a tener demandas
insólitas. Aunque dejar el empleo del restaurante supuso para mí una
liberación, tampoco quería herir los sentimientos de mi pareja al haber sido él
quien lo buscó. Pero, por otro lado, aguantar en un lugar donde no eres feliz hace
que a la larga las válvulas de la energía y de la paciencia envejezcan. Por
eso, cambiar de escenario me ha devuelto las
fuerzas. Tanto los compañeros como los jefes actuales están siendo piezas fundamentales
para el aprendizaje que llevo a cabo, ya que los patrones que traía del sentido
del ritmo eran caseros. Aquí desarrollo, con las herramientas precisas, la
expresividad del cuerpo. Enseño pasodoble,
tango, vals, samba, rock…, a dos grupos de personas. Y nos lo pasamos en
grande.
Una muralla de dos caras sin boquetes
se ha levantado en nuestro hogar. Por una se ve el riachuelo que los celos han
secado, por la otra el amerizaje de la amistad tan sólida que tengo con la
japonesa. A la abuela Olivia le gustaba todo tipo de calzado. Mami tomó la
costumbre de acariciar la butaca donde aquella se los cambiaba, por si absorbía
algo de su ímpetu. El Bata Shoe Museum, cerca de la universidad de Toronto,
acoge la mayor colección de zapatos del mundo. Un modelo lucido por Elvis en
una de sus últimas apariciones en público, otro de un antiguo emperador
asiático, los diseños combinando colores que con tanto arte movió Fred Astaire,
algunos que lució Grace Kelly, así como unos mocasines indígenas, en color
beis, tienen al visitante embelesado. Si puedo
no me pierdo ninguna exposición temporal. Últimamente las de diseñadores
vanguardistas van a la cabeza con mucho glamour.
Todos los días, a las siete de la
mañana, si no ha nevado, Naoko y yo corremos por la playa. Con ella es muy
fácil expresar en voz alta las preocupaciones. Escucha atentamente, tiene
empatía y mucho instinto. A través de su exquisita educación transmite esa
confianza que uno busca siempre en los demás. ‘Estoy muy preocupado, amiga. Siento que cada vez Bean se separa
más de mí. Está serio. Sé que le pasa algo, porque apenas habla. Me duele que
sufra y no lo comparta conmigo’, −digo, mientras descansamos un momento
para hidratarnos con una bebida isotónica−. ‘Bueno, Andy, dale tiempo. Yo creo que se está adaptando. Piensa que
habéis tenido bastantes cambios, y que no todas las personas procesamos por
igual. Dejar tu país, y te lo digo por experiencia, es muy triste, además de la
coyuntura propia que rodea a cada cual para hacerlo. Opino que no debes pasar
por alto que tu marido es introvertido, pero que te quiere, y que está
enamoradísimo de ti, no hay ninguna duda. ¿Por qué no tomas tú la iniciativa y
le preguntas…?’. Reanudamos la marcha y, cincuenta minutos después,
duchado, y habiendo dejado sobre la mesa de la cocina la lista de lo que tengo
que comprar, por si él quiere añadir algo,
pongo las cosas del desayuno sobre la superficie de un ambiente cortante…
Nueva entrega y nueva intriga.
ResponderEliminarAquí me tienes esperando que pasen los días para recibir ru regalo, porque eso es, un regalo de sentimientos y conocimientos. Muchas gracias por compartirlos.
Nena, conozco bien lo que describes, pero lo que más me atrapa, además de tu arte, es la sensibilidad con que lo cuentas. Felicidades. No pares.
ResponderEliminarNueva gran entrega! La cotidianeidad de tus personajes nos mantiene fieles. Lectores ansiosos y felices. Esperando la próxima etapa del viaje...
ResponderEliminarNovena entrega del relato, sereno y apasionado, de Mayte Mejia Bejarano. No hay qe perdérselo.
ResponderEliminarMucha sensibilidad en la descripción y expresión de los sentimientos de los personajes, y precisión en los contextos (geográficos, de costumbres, etc.). Seguimos pendientes del devenir de la historia, y su final, claro.
ResponderEliminarQue bonita manera de conocer distintos rincones del mundo. Cuanta sensibilidad.
ResponderEliminarEspero intrigada el próximo. Un beso.
Ahora que me he puesto al día, a merecido la pena esperar a leer varios relatos seguidos, una verdadera historia que me llevará, como siempre, a este maravilloso estado de emoción con consigues que tenga cuando escribes.
ResponderEliminarUn beso
¿Qué dedo me corto que no me duela? Este también me ha encantado. Circunstancias personales me han impedido leerlo ayer y,una vez leído y disfrutado, maldigo las circunstancias.
ResponderEliminarEsos versos de Ana María Drack, ese dejar "que el curso de las horas sople las cenizas que hayan quedado de la desavenencia"... Das mucho. ¿Te camelo, escritora!¡Te quiero, amiga!
Yo solo quiero poder seguir leyéndote, es igual sobre lo que escribas, llegas y enganchas. Yo estoy enganchada a tus relatos. Uno tras otro.
ResponderEliminarGracia Mayte. Andy va encauzando su vida.Aunque sin olvidar sus raices .Me encanta como escribes .Sencillo, directo, claro y bien hilvanado.
ResponderEliminarCon cada entrega vamos conociendo nuevos países,nuevas ciudades y nuevas formas de entender la vida.Cada vez entran más ganas de ser CIUDADANO DEL MUNDO...Al final los leeré todos de corrido. Gracias Mayte.
ResponderEliminarOjalá publiques pronto tu novela.
ResponderEliminarTodo lo que leí sobe ella me encantó. Tu facilidad para trasladar al lector a la escena donde se desarrolla la acción, es pasmosa.
Gracias,Mayte.
Abrazos desde Málaga.