Alina, mi madre,
sufrió mucho por no poder sacar a Eloy de La Habana y traerlo aquí con nosotros cuando la
recta final de su vida, por edad y degeneración, parecía estar cada vez más
próxima. Pero el abuelo, de quien hemos heredado la testarudez, entre otras
muchas cosas, era un tipo con las ideas bastante claras, muy suyo, que decía
que hasta el último aliento sus pies no
pisarían más suelo que el habanero. Los exámenes finales me tenían como un
zombi deambulando por la casa, por eso no escuché el móvil de mamá, con su
dichoso “Let it be" como tono de llamada personalizado. Así que no pude reaccionar hasta verla desplomarse en la
silla, temiéndome que no había recibido buenas
noticias. Compramos el billete de avión por Internet y se fue esa misma noche
con el corazón en un puño por si no llegaba a tiempo de ver a su padre. Semana
y media después regresó sumida en una profunda depresión, de la que ya no saldría. Como tampoco la sonrisa,
esa que tanto iluminaba el sitio donde ella estuviera, asomaría nunca más a
balconear por la comisura de sus labios.
Mami se metió en médicos, porque no se encontraba bien. Tras muchas pruebas
diagnosticaron que padecía una enfermedad hereditaria llamada
anemia drepanocítica, que en Cuba se conoce como sicklemia, y que produce una destrucción de los glóbulos rojos más
rápida de lo normal. Crisis de dolor, órganos
dañados y trastornos neurofaciales, son síntomas que se dan frecuentemente. Por
tanto, ante tamaña perspectiva, pospuse la selectividad y me dediqué a
cuidarla. Pasó dieciocho meses de la cama al sillón y viceversa, escuchando sus óperas favoritas: Katia Kabanová, de Leoš
Janáček, o Rigoletto, de Verdi, entre otras,
alternándolas con la música de Noel Nicola o Amaury Perez, seguramente para
sentirse más cerca de su patria. Aquello fue todo un revés, porque además del
sufrimiento de mamá, que fue mucho y muy severo, es que también quedaron en
papeles de estraza ajados nuestros planes y la tradición de recorrer el mundo,
desmoronándose ante nosotros el castillo de
naipes sobre el que íbamos a construir el futuro. Sin contar que el destino,
cabrón y traicionero, posee la potestad de manejarlo todo a su antojo… Si se
cumplía el pronóstico, cuya respuesta era más bien afirmativa, me quedaba solo
y con la brújula de los sentimientos bastante tocada…
Eran las fiestas del barrio y mamá
quería que me despejara y divirtiera un rato, pero no lo necesitaba, y sí pasar
el mayor tiempo posible con ella. Esa noche había luna llena y nos gustaba
mirar por la ventana, encontrarla más reluciente o mate, fea o bonita,
misteriosa o evidente…, según estuviera también nuestro estado de ánimo. Nací
en plenilunio y siempre me han contado que ese día el abuelo Eloy fue a contemplarla desde El Malecón… Tendido en la
cama a su lado, un mes después de haber pasado uno de los episodios más
difíciles que recuerdo durante su enfermedad, cogió unos álbumes de fotos y me
enseñó algunas que nunca había visto del lago Ülemiste en Estonia, del Cabo de Rama en India, tomando mojitos en La Bodeguita del Medio,
tumbados al sol en la playa, subiendo un monte, cruzando un río, abrazada a un
muñeco de nieve con una pierna en suspensión, regateando en los mercadillos
hippies, o pintando mi habitación en rojo, porque había leído un artículo sobre
Reiki donde decía que dicho color proporcionaba ganas de vivir y fuerza para
llevarlo a cabo… Entendí que así, sin palabras, solo con imágenes, me decía
muchas cosas, y resumía parte de las biografías de los abuelos, de Mirta, del
tiempo vivido con mi padre, de los recuerdos de Olivia tan presentes, de las
oportunidades para llevar a cabo determinados sueños, de mis chaladuras de
infancia, de los amigos que tanto la han querido, y de ella, que es para mí la
mujer más hermosa del mundo... Recostó la cabeza sobre mi pecho y pensé en lo
corto que es todo…
A finales del otoño, cuando los días
tienen menos horas de luz, mamá murió. Yo estaba hecho un mar de dudas porque pronto tendría que tomar ciertas decisiones. No sabía si buscar trabajo en Madrid, o
emigrar a Canadá, país que me sedujo desde niño −no en vano me he criado entre
mapas−. Pero lo primero era cumplir las últimas voluntades que Alina dejó
detalladas, igual que hicieran sus antepasados. Disponía del dinero recibido en
herencia, cantidad que, distribuyéndola bien, para alguien como yo acostumbrado
a gastar lo imprescindible, daría para mucho. Llegué a la zona de Peñalara, en
la cara norte de Cuerda Larga, y como pude, sin ninguna experiencia, accedí al
Risco de los Pájaros, cuya altitud −de pánico− era de 2334 metros . Y desde
ahí, las postales que descolgaba el horizonte nevado y montañoso eran espectaculares. Mami dejó instrucciones muy
claras: ‘Estoy segura que el sitio te
enamorará, justo donde lo verás puntiagudo y sobresaliente. También asistirás
al vuelo magistral de las águilas y buitres, escapándose de la vegetación
cuando presienten que acecha algún peligro. Lleva hasta ahí mis cenizas y unos pétalos
de narciso amarillos – ese color es el de la sabiduría, y conecta a uno de
los siete chakras− o de crocus violeta,
cuya textura es como la de la cáscara de huevo. Arrójalo todo al vacío, que el
sentido del viento se encargará de orientar la caída…’. Así lo hice, paso a
paso, en el mismo lugar donde ella tiró las del abuelo Miguel…
A las nueve de la mañana de un
miércoles a mitad de febrero, pisé tierra en el Aeropuerto Internacional de
Santiago de Cuba. La parte de mi sangre habanera hervía de ganas empujándome a
conocer el país a fondo, pero ese viaje relámpago tenía un único objetivo, y no
podía perder mucho tiempo, quizá en un futuro no lejano… Lo primero que hice
fue localizar el Hostal La Ceiba ,
en el centro de la ciudad −mismo nombre del árbol que en culturas prehistóricas
se consideraba sagrado−. Desde la agencia tenía reservado un jeep con chófer
que me llevaría hasta Parque Nacional Turquino, en el centro Oeste de la Sierra Maestra ,
donde un amabilísimo guía haría para mí el trayecto muy agradable. Cuando
dejamos el carro y continuamos la subida a pie, algunas piedras estaban
resbaladizas por la lluvia caída el día anterior. Yo buscaba un lugar muy
concreto, cercano al puesto de Radio Rebelde: la emisora de la Revolución fundada por
el comandante Ernesto Che Guevara el 17 de febrero de 1958. Sólo tenía como
referencia del sitio una postal del abuelo que recibió mamá por su cumpleaños.
El escenario visual no podía ser más majestuoso, porque jamás había visto un
abanico de tonalidades igual. Me costó trabajo localizar el tronco al que le
faltaba un determinado pedazo, como si alguna vez en la noche cerrada un
peligroso mamífero le hubiera hincado el diente. Pero, mirado desde otro
ángulo, lo que parecía era la entrada a un refugio. Saqué de la mochila un
fular corto de lana y seda en color rojo, que mami no se quitó del cuello los
últimos meses, y ahí lo dejé sujeto con una piedra encima. Sabía que, poco
antes de derrocar al dictador cubano Fulgencio Batista, y que el líder del
Ejército Guerrillero, Fidel Castro, tomara el
poder, su padre anduvo junto a ellos por el monte. Seguramente ese simbolismo fue lo que empujó a mi madre a elegir el mismo o
similar paisaje, para dejar algo suyo donde antaño un grupo de personas
lucharon y creyeron que podían ofrecer un mundo mejor repartido: más justo, más
equilibrado, menos discriminador… Aunque después la Historia pone a cada cual
en su sitio implacablemente.
Estoy muy orgulloso de la familia que
he tenido. Responsable, profunda, variada, comprometida, aventurera, con
espíritu viajero… Olivia, Miguel, Mirta, Eloy,
Alina… Todos y cada uno de ellos, con su
personalidad perfectamente estructurada, han sido para mí, y lo serán siempre,
engranajes imprescindibles que fundamentan la maquinaria que me obliga a rodar,
aun sin ganas, porque, como afirmaba uno de los
abuelos: ‘De momento, si no cambio de
opinión, darme por vencido no entra dentro de mis planes más inmediatos’.
En mi hogar de Madrid, que se ha quedado tan
grande, y donde presiento que voy a estar muy poco, he cerrado varias
habitaciones, aunque el duelo continúa dentro de mí. Sentado en el suelo sobre
una alfombra de Cachemira, elijo una recopilación de cantatas de Händel,
mientras leo el libro de poesías de Eliseo Diego que compré en Cuba: “…un
poema/no es más que unas palabras/que uno ha querido, y cambian/de sitio con el
tiempo, y ya/no son más que una mancha,/una esperanza indecible…”. Paseo la
vista por la vitrina donde está guardada la porcelana, y me doy cuenta de que
nunca hasta ahora había reparado en ella, en las manos que la colocarían al
principio guardando una cierta armonía, en las
siguientes que retirarían el polvo de la dejadez en sus bordes, en las de mi
madre que acariciarían aquellos platos y
aquellas tazas admirándolas como ejemplares únicos. Junto a todo eso,
comportándome como un recién llegado que empieza a descubrir los objetos de los
muebles, observo que hay una pipa con tabaco, una pila de guías del mundo,
billetes de avión caducados de fecha, y de distintos medios de transporte, una
botella con agua del Caribe, recortes de prensa, y una bolsa de tela con agujas
de tejer y ovillos, que son parte de alguna prenda incompleta para abrigar en
invierno...
Parece que estoy viendo al abuelo
Miguel recortándose la barba, mientras me guiñaba un ojo y le decía a mamá: ‘¿A dónde vamos con el niño en primavera…?
Ahí no, Alina, que los búfalos me asustan…’.
Cuánta delicadeza tratando Sierra Madre, y que inteligente dejando paso a Andy. Felicidades, nena.
ResponderEliminarCuanta ternura desprenden tus personajes y que pena me da que desaparezcan tan rápido.
ResponderEliminarMiguel me conquistó con su fidelidad a Olivia cumpliendo sus sueños aún sin estar.
Menos mal que el final promete nuevos viajes que nos transporten a tierras por conocer. Gracias
Que bonito el relato y muy sentimental me ha encantado Maite
ResponderEliminarMuy bien Mayte, escribes fenomenal con mucho sentimiento y profundidad.
ResponderEliminarYo se que tiene que ser asi, es tu novela, pero a Alina a mi parecer (te la has cargado muy pronto) creo que podria haber hecho un papel mas largo.
No me hagas caso pero... Asi lo siento.
"No me hagas caso".
Me sigue gustando mucho.
Un beso
Gracias, querida Mayte. Con diferencia, lo mejor del día.
ResponderEliminarSobre la ceiba: ¿culturas prehistóricas o prehispánicas?
ResponderEliminarQué decir sobre Alina, en boca de Andy. Aquí está él, el personaje que nos asienta en la historia, el que se descubre a sí mismo en la historia "Paseo la vista por la vitrina donde está guardada la porcelana, y me doy cuenta de que nunca hasta ahora había reparado en ella, en las manos que la colocarían al principio guardando una cierta armonía, en las siguientes que retirarían el polvo de la dejadez en sus bordes, en las de mi madre que acariciarían aquellos platos y aquellas tazas admirándolas como ejemplares únicos. Junto a todo eso, comportándome como un recién llegado que empieza a descubrir los objetos de los muebles . . ." Esto promete mucho, porque te veo, Mayte, como una arqueóloga con su cepillito sacando las formas escondidas de una historia, que en el fondo habla mucho de tí y ni que decir tiene que engancha.
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ResponderEliminarMe ha encantado. ha sido una peregrinación de Miguel. Intima con sentimientos y recuerdos. Como un homenaje a su mujer y a pesar de su tristeza, supo hacer una nueva familia,que si no de sangre si, de sentimientos. donde reflejas así de paso. las vivencias de los pueblos pobres .Lo del pescador sublime.
Hoy es que he podido leer tu último relato y me he quedado perpleja. Realmente no esperaba que Alina se fuera tan rápido. Pensé que ella iba a hilvanar nuevas historias, pero aún así pienso que es fascinante la manera en que has tratado su partida. Me he entristecido mucho pues el tema de la muerte me trastorna, no por miedo, si no por experiencias sufridas. Pero querida amiga, te felicito una vez más y que sigan siendo bienvenidos tus relatos. Un abrazo desde La Habana, Tere
ResponderEliminarTan real como la vida. Ternura a raudales, tristeza por la muerte de un ser querido...así es la vida, que tienes el don de narrarla con duende.
ResponderEliminarAbrazos desde Málaga