‘Interrumpimos la
programación con una noticia que acaba de llegar a nuestra redacción: un
terremoto de 8,4 de magnitud se ha registrado en la República de Chile −país
que forma parte del Cinturón de Fuego del Pacífico−, con
epicentro en la Región
de Tarapacá. Minutos después, la alarma saltó en el oeste de Bolivia, donde
varios temblores alarmaron a la población. Según fuentes de la Oficina Nacional
de Emergencia del Ministerio del Interior (ONEMI), hay mucha inquietud por que pueda haber un tsunami en Iquique. De momento, y
aunque todavía está todo muy confuso, los datos proporcionados por la agencia
Reuters hablan de un elevado número de muertos
y desaparecidos que, desgraciadamente, irán aumentando según avance la jornada,
así como de cuantiosos daños materiales. Ampliaremos todos los detalles en Matinal, Noticias del Mundo. Mientras
tanto, y siempre que no se produzca una última hora, les dejamos con nuestros
compañeros del programa Entrevistas para
la madrugada country, espacio de música y palabras’.
Manuela se tiró de la cama. Apenas
despertaba el día y la sensación de agobio cercenaba sus movimientos. Las pocas
baldosas que separaban el dormitorio del cuarto de aseo
le parecieron un camino abrupto e interminable. Se sentó sobre la tapa
del váter y, antes de levantarla para orinar, meneando la cabeza pensó: Hoy ha
sido la sacudida en el extremo sudoeste de América del Sur, semanas atrás las
angustiosas imágenes de una Camboya declarada zona catastrófica por las fuertes
inundaciones sufridas recientemente. Y, entre uno y otro suceso, la tragedia
vivida en el mar Egeo, donde perdieron la vida
una veintena de personas, al naufragar las embarcaciones que les llevaban rumbo
a otras tierras, hacia la libertad… ‘De
verdad que a veces −murmuró bajito− le
entran ganas a una de desconectar de todo’. Cuando terminó de arreglarse
metió en un neceser de nailon, en color malva, sus productos de baño. Para
Manuela, en lo personal, esa fecha venía acompañada de grandes cambios. Había
agotado los dieciocho meses de estancia en el piso tutelado por la Comunidad de Madrid.
Ahora tocaba irse de alquiler a otro que no cuenta con medidas de seguridad y
donde habrá de iniciar el camino de una nueva vida.
Soy trabajadora social en un Centro de
Acogida a Víctimas de Violencia de Género. Ahí conocí a Manuela. Llegó tan
asustada y desorientada como el resto, con marcas de maltrato físico y
psicológico que no ha borrado el paso del tiempo. Mejor dicho, secuelas
cuajadas y encallecidas en el corazón… Con absoluta discreción fuimos llamados
al despacho de la directora cinco de los profesionales de toda la plantilla. En
la reunión también estaba su mano derecha: mi jefe más inmediato. Nos pusieron
al corriente de la historia de Manuela, y comprendimos que, al ser su marido un
personaje público con acceso a infinidad de sitios y buenos contactos que por
descuido podrían filtrar el paradero de su esposa, teníamos que extremar para
ella las medidas de protección y vigilancia. No se podía tener ningún contacto
con las mujeres fuera del centro, tampoco aconsejaban encariñarse con ellas o
sus hijos.
Desde el primer contacto con Manuela
ya puse en mis notas: Mujer de carácter y armadura fuerte, que saldrá adelante por sí sola y algo de ayuda por
nuestra parte. Los resultados, lejos de equivocarme, no se hicieron esperar.
Pronto comenzó a tener un comportamiento bastante positivo. Buena integración,
participación activa en las sesiones de grupo, colaboración y predisposición a
pasar rápidamente a otra fase para incorporarse cuando antes a la vida social y
laboral, y siempre, por si surgiera alguna emergencia, con nosotros cerca…
Antes de poder controlar la situación −reconozco que nada hice para impedirlo−,
salté por encima de todo el protocolo y de la regla número uno: No encariñarse…
Fuimos trenzando una bonita amistad cargada de muchas confidencias. En esos
momentos yo salía de una relación −no violenta pero sí dolorosa− y esa
capacidad suya para escuchar me ayudó mucho. Una tarde pedí permiso a mi jefe
para llevar a Manuela a tomar un helado, porque así era la manera oficial de no
incumplir el reglamento. Me lo concedió sabiendo que aquello escondía algo más,
pero, como solo le quedaban tres meses de
estancia en el piso tutelado, pensó que no estaría de más comprobar cómo se
desenvolvía fuera.
Había quedado con unos amigos para ver
en el cine El color púrpura, en una
sala no comercial ubicada a las afueras de un barrio obrero donde reponían
películas con contenido para comentar después. Invité a Manuela porque me pareció
apropiado que conociera la terrible historia de Celie −Woopi Goldberg−, adolescente
de piel negra, violada por su propio padre del que tuvo un hijo, separada de su
hermana cuando no consintió..., maltratada con el hombre con el que la casaron
a la fuerza, esclavizada en una vida rasurada de encanto hasta que, gracias al
cariño, al calor y a la complicidad que encontró en una mujer del espectáculo,
descubrió que a veces había que decir 'NO', hacerse valer y marcar el
territorio para que ningún ser humano vilipendie a otro. Poco a poco nuestras
salidas fueron más frecuentes, y se introdujo con facilidad en el activismo que
mis amigos y yo practicábamos.
Aparqué mi coche cerca de la casa
tutelada. Era el día que Manuela se mudaba a su nuevo hogar. Un piso pequeñito
que habíamos encontrado no lejos del mío y de alquiler asequible para ella.
Metimos sus pertenencias en el maletero. No había acumulado muchas en esos
meses y, tras echar un último vistazo a aquellas cuatro paredes que tantas
noches calmaron sus lágrimas y tantos días su desesperación, se volvió hacia mí
y, llevándose la mano izquierda a la frente, me dijo: Bueno, empezaré a escribir el dietario por la página primera, queda
mucho por hacer… Puso la radio nada más arrancar el automóvil porque le preocupaban mucho las noticias que llegaban de
Chile: Si había habido réplicas, si las
pérdidas humanas eran ya escalofriantes, que sí lo eran… Pensábamos en los
niños, la situación que tendrían, muchos de orfandad, otros de hambruna y de
pobreza… Se quedó más o menos instalada y pendiente de organizar el hogar con
arreglo a su gusto y necesidades. Antes de irme, porque entendía que debía
quedarse sola, me pidió más información sobre la marcha que tendríamos el
siguiente fin de semana contra la violencia de género machista. Antes de cerrar
la puerta le pregunté si tenía miedo. Su
respuesta fue tajante: el miedo es la
segunda piel que me acompañará hasta el resto de mis días.
Diciembre arrancaba su andadura
vareado por los que entran al juego del consumismo, la tradición y lo
establecido, y por quienes no tienen qué llevarse a la boca. La convocatoria
masiva para ‘La marcha ciudadana contra la violencia de género machista’ estaba programada para el segundo domingo de dicho
mes. La difusión fue el resultado del despliegue de muchas personas que
colaboraron para conseguir que se uniera gente
de otras ciudades. Todo estaba listo, Manuela también. Había decidido ir en
primera línea, con nosotros, tras la pancarta de la manifestación. La lluvia,
menuda y molesta, no arruinó nuestro propósito de llenar Madrid con una sola
voz y tres palabras: No más muertes. La primera parada la realizamos frente al Ministerio
del Interior, para exigir una revisión de las
penas en el Código Penal y el cumplimiento de las órdenes de alejamiento. El
recorrido se hizo lento por la gran afluencia de personas
en las calles adyacentes. Hicimos la segunda parada en la explanada del
Congreso de los Diputados, donde una pequeña representación de los partidos
políticos −no todos− nos recibió con sonrisas y promesas incumplidas.
Camino de la Puerta
del Sol, donde finalizábamos leyendo un manifiesto, Manuela, cargada de
emoción, con lágrimas en los ojos y flanqueada por todos los compañeros, se
volvió hacía mí y me dijo: Ahora sé que
mi expareja está ahí, en algún rincón de la ciudad, tal vez esperando la
ocasión para acabar conmigo, o sacarme de mi entorno y meterme otra vez en la
madriguera donde la música que suena es solo de terror. Pero hay algo que nunca
podrá destruir en mí, como tantos años de esclavitud tampoco lo hicieron en
Celie: libertad para decidir, como mujeres libres que somos.
Tiempo después, Manuela rehízo su vida
junto a un compañero activista que la trataba con delicadeza. Recorrieron medio
mundo cooperando con asociaciones e instituciones canalizadas siempre en pro de
las mujeres, contando su experiencia y la suerte que tuvo de encontrar
herramientas que la ayudaron a salir de su agujero.
Una vez más eliges el escenario de la vida de una mujer que se supera día a día. Como lo hacen muchas que tú y yo conocemos. Buen relato, nena.
ResponderEliminarQue extremecedor. ¿si hubieran muchas Manuelas ?
ResponderEliminarSegún vas leyendo te encuentras una realidad que te preguntas ¿cuándo terminará la lucha de todas las Manueles?
ResponderEliminarConsigues con extrema facilidad que el lector se sienta dentro de la piel del personaje que describes.
ResponderEliminarPor desgracia, hay muchas Manuelas, aunque ésta se haya convertido en una mujer especial gracias a tus letras.
Un abrazo desde Málaga
Muy buen relato, y lleno de sensibilidad
ResponderEliminarHistoria de una persona con mala suerte, en un primer momento, pero con final feliz, gracias, además de a su esfuerzo, a la buena suerte de haberse encontrado con quien le pudo ayudar. Siempre pegada a la actualidad. Un abrazo, Mayte.
ResponderEliminarLe diste un nombre muy de actualidad a tu personaje, Manuela. Planteas en tu relato la cara B que queda tras una experiencia traumática como es la que deja la violencia machista, cómo continuar. Es el paisaje que siempre deja la violencia en todas sus versiones y después qué. Es muy gráfico el marco en que desarrollas la historia, la noticia de un gran terremoto, que nos explica bien como se abre la tierra bajo los pies de los que lo sufren. Me ha gustado el estilo periodísitco que le has dado. Buen camino
ResponderEliminarLo que mas me ha extremecido del relato es la sentencia de la propia Manuela, mujer víctima de violencia de género: "el miedo será mi segunda piel durante el resto de mi vida". Mayte Mejía... sin palabras!
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