19.
Rodrigo Núñez se quedó dormido con
una media sonrisa y a la mañana siguiente cuando las auxiliares fueron a
asearle estaba rígido. Carmela Benet recibió aviso del Hogar de Ancianos de
Santovenia, en el municipio habanero de El Cerro, comunicándola el fallecimiento
de su abuelo y la obligación de hacerse cargo del cuerpo y sus pertenencias:
maquinilla de afeitado manual, brocha, dos pijamas, zapatillas, un sombrero de
ala, la fotografía de su mujer, un librito de canciones populares y la
dentadura postiza que ya ni le ponían. En el sepelio Gilberto Núñez, amigos y
familiares de gente a la que había ayudado a salir de la Isla, acompañaron a la
nieta desolada, que lo enterró junto a su Esposa e hija Elsa. Todos resaltaron
su gran humanidad y el compromiso adquirido en pro de los demás considerando
causa justa mejorar el futuro de cualquier persona. Desde Chokoloskee, Ernesto
Acosta, el morenito, le rindió homenaje a su manera, sacó la vieja barca
y puso rumbo a la zona más pacífica de los Everglades. El Sol asomaba por el
horizonte limpio de nieblas y de tráfico aéreo. Recordó la vez que navegaron
juntos, la expresión en la cara del tío igual a la de quien se emociona con la
inmensidad del mar o los dibujos de animación en el cine, así como también la
pasión hablando de Cuba, esa patria arraigada a lo más profundo de su corazón.
En definitiva, soltó el ancla y dejó que la suave brisa le llevase con la
imaginación hasta Puerto Escondido, a la infancia que atesoraba dentro de sí. Rescató
de la memoria una conversación que mantuvieron su mamá Mirta con el tío Rodrigo
y que él oyó por casualidad yendo a recoger el balón que se les había escapado.
Ella, sentada a la sombra de aquel árbol donde cosía la ropa que los más
pequeños rompían jugando, surgió lo siguiente:
–¿Hermano,
crees que son felices? –refiriéndose a nosotros, mientras que, ajenos al futuro
incierto y caprichoso, corríamos detrás de la vieja pelota deshinchada.
–Ay,
mijita, no lo sé. ¿Tú lo eres? –preguntó el otro, un silencio abrumador
surgió entre ambos. A lo lejos, la inconfundible voz de Antonio Machín llegaba
desde algunas cuadras más allá.
–A
veces me pregunto hasta qué punto los progenitores tenemos derecho de tomar
ciertas decisiones que afecten directamente a nuestros hijos e hijas.
–Siempre
suele ser por su bien –respondió Rodrigo no muy seguro.
–Ya,
¿pero y si en nuestro deseo los arrastramos hacia un precipicio sin marcha
atrás? –Recordando ahora aquella conversación, Ernesto imaginó que su mamá
intuía algo respecto a la desgracia del naufragio.
–Anda,
no te atormentes y deja que la brisa del mar roce tus cabellos. ¿Vendréis a la
excursión del domingo?
–¿Adónde?
Nadie me ha dicho nada.
–A
la Cueva de los Tiburones –llamada así porque dentro vivió un tiburón gato.
Entonces, al decir esa frase los chicos y chicas se arremolinaron alrededor de
ellos sedientos de aventuras.
Hasta
tomar Donald Trump posesión de su cargo, los pueblos Stanstead, de la provincia
de Quebec, Canadá, y Derby Line, en Vermont, EE. UU, vivían en paz,
compartiendo en un mismo espacio la casa de la Ópera Haskell, en la parte
canadiense y la biblioteca en el lado estadounidense. Dentro, la única marca
que indicaba en qué lugar de la frontera estabas era una cinta adhesiva de
color negro pegada en el suelo. Pues bien, hace relativamente poco, Sylvie
Bourdreau, presidenta de dicho centro cultural recibió un correo electrónico de
la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos en el que se le
avisaba de la prohibición de acceder los canadienses por la puerta principal,
situada en el otro lado, y a la que llegaban siguiendo la acera lateral que
bordeaba el edificio. Por tanto, a Sylvie no le quedó otra alternativa más que
habilitar un acceso por la puerta de emergencia con salida por Stanstead. Así
que, el Presidente Trump, además de todos los cambios, incomprensibles y
peligrosísimos, realizados hasta el momento, ha decidido levantar muros a la
cultura y las artes en general. Ernesto Acosta supo de esto a través de una
hoja de periódico donde iban envueltas las hortalizas que compró en el mercado
de Naples, al que acudía una vez al mes. Para él fue muy emocionante, no en sí
la noticia, sino localizar entre los participantes de la protesta, en apoyo a
todos los vecinos de ambos pueblos, a Koa y Amy Dayton, muy envejecidos,
encabezando la marcha, megáfono en mano, con esa expresión reivindicativa,
propia de todo activista que va localizando con la mirada posibles adeptos.
Bastantes días después Ernesto se encontró con un pescador, defensor también de
dichas causas y con el que coincidía muy de tarde en tarde.
–¿Qué
tal, morenito? –preguntó apoyando el pie en el borde de la barca,
mientras liaba un cigarrillo con absoluta destreza.
–Bien,
limpiando las herramientas para salir a navegar en cuanto mejore el tiempo,
aunque todavía lloverá durante toda la semana –el muelle estaba semi vacío, con
apenas unas pocas personas trajinando en él, además del crujido de la madera y el
vaivén de las olas a lo lejos–. ¿Y tú, cómo estás?
–Acabo
de volver de Vermont –dijo con tono entristecido.
–¿Has
estado con los Dayton en las protestas? –pregunto esperanzado por saber del
matrimonio.
–Sí,
éramos los de siempre, y es una pena, la gente ya no quiere comprometerse
porque tiene miedo de que les señalen o que les traiga consecuencias. Estuvimos
conversando pacíficamente con más compañeros cuando los detuvieron delante de
nuestras narices, fuimos a protestar a las puertas de los juzgados y no
apareció nadie, no se sabe adónde los han llevado, en qué condiciones, ni cómo –el
hombre se giró y sacó la cuerda del agua para enrollarla poco a poco, mientras
hacía un gesto de lamento arrancando el motor cabizbajo. Ernesto Acosta pensó
que de ser más atrevido se habría lanzado a investigar el paradero de los
ancianos, pero lo más que hizo fue poner rumbo a los Everglades, a pesar de no
ser aconsejable.
–¡Desnúdate,
vamos! –ordenó el carcelero a Koa Dayton a la vez que le entregaba el uniforme
de la penitenciaría.
–¿Dónde
han llevado a mi esposa?, está enferma y necesita sus pastillas. Aguarden un
instante, acá las tengo –metió la mano en el bolsillo y, al sacar un pequeño
bote de plástico, le golpearon la mano cayéndosele al suelo.
–Obedece,
¿acaso crees que tengo toda la mañana para contemplarte? –se jactó el agente
pisando las pequeñas píldoras que mantenían con vida a Amy. La prisión federal
ADX Florence, conocida como el “Alcatraz de las Montañas Rocosas”, está ubicada
en el condado de Fremont, Colorado. Considerada de máxima seguridad, cuenta con
celdas individuales donde los reclusos pasan todo el tiempo confinados. En una
de ellas, Koa Dayton agotará el resto de los días sin haber cometido ninguna
falta, solo por el mero hecho de luchar contra las injusticias. Sin embargo,
Amy Dayton, no duró ni una semana en el Centro Correccional de Mujeres de
Denver, donde la encontraron tirada en las duchas, saliéndole espuma por la
boca, había fallecido cinco horas antes. Así concluye la trágica historia de
ambos activistas cuyo ciclo de vida fue la entrega total a los demás. Aunque
Ernesto Acosta no era creyente, rezó por aquellas dos almas la oración que de
niño le enseñara su mamá.
–He
enviado el paquete con los artículos de primera necesidad que pedías, además de
algunas partituras que compré en un mercadillo en Naples, espero haberlas
elegido bien. En breve mandaré también algo de dinero –dijo el morenito
por teléfono a Carmela con tono sonriente.
–Espérate
un poco, las cosas han empeorado y no sé si podré recoger el paquete. Ahora,
todo lo enviado, corre el riesgo de ser confiscado en los exhaustivos controles
de entrada al país.
–Vaya,
cómo lo lamento. ¿Y Gilberto, ésta ahí? –preguntó impaciente por escuchar el “mijito,
¿cómo le va?”.
–Te
manda saludos, tuvo que salir a un recado –la chica calló la verdad, en
realidad llevaba ingresado cerca de un mes, con un virus desconocido que le
hacía vomitar en cuanto injería siquiera líquido.
–¿Os
habéis echado a la calle a protestar? –Ernesto no disimuló la preocupación.
–¿Por
qué lo preguntas? –Carmela se puso bastante nerviosa, la habían llegado rumores
de fuertes altercados a punto de ocurrir.
–En
Miami los inmigrantes latinos sin papeles temen ser expulsados y devueltos a
sus países de origen, lo cual no garantiza su seguridad.
–Acá,
en La Habana, aunque sabes que los cubanos y cubanas somos muy pacíficos, en
estos momentos de gran incertidumbre, peleamos por cosas muy básicas, por
ejemplo, tener para comer al día siguiente. No me malinterpretes y pienses que
no me importa la situación mundial de pobreza que hay, pero cuando las uñas del
hambre arañan las paredes del estómago, apenas te quedan fuerzas para pensar.
–Eso
podemos solucionarlo: vente conmigo –el sonido de una clavija de cierre o
apertura cortó la comunicación y la chica lloró desconsolada, cogió la mochila
y, a falta de plata para la guagua, caminó varias cuadras durante una
hora y cuarenta y cinco minutos hasta el hospital donde Gilberto parecía menos
demacrado.
–Dice
el médico que no vomitas desde anoche, te dieron un poquitico de leche y
la has retenido, esa es muy buena señal.
–Pues
me siento como si un trasatlántico me hubiese aplastado los huesos –dijo
bajándose de la cama.
–He
hablado con el morenito –comentó como de pasada.
–¿No
le habrás dicho dónde estoy ni cómo, ¿eh? –la increpó.
–Claro
que no, ¿por quién me tomas? –soltó molesta.
–Perdona,
estoy demasiado susceptible, lo siento. –Gilberto Núñez y Carmela Benet
siguieron recibiendo paquetes periódicos de Ernesto Acosta. Continuaron con sus
profesiones: ella dando clases de música y él amenizando con su voz y guitarra
los atardeceres en el Malecón habanero, fieles a los principios que los han
mantenido en pie.
–Cuando
salgas de aquí, hasta que te recuperes, vendrás conmigo a casa, fui a la tuya y
te traje esta ropa interior, cámbiate. Por cierto, la tienes hecha una pocilga…
Transitaba
por la US-41N/Tamiami Trail E. camino del diner ubicado en el viejo
vagón de ferrocarril traído expresamente de Connecticut, cuando al morenito
la nostalgia se le extendió por todos los poros de la piel, recordando la
segunda vez que estuvo reunido allí con compatriotas cubanos que le contrataron
para sacar de la isla a los suegros. El entorno había cambiado muy poco desde
entonces, la iluminación seguía siendo pobre y el ambiente no dejaba de estar
recargado de humos y olores, al frente del mismo, una joven pareja de
sudamericanos, probablemente con el corazón en un puño por si los deportaban en
cualquier momento, se esmeraban por atender a la clientela lo mejor posible. Al
morenito aquel lugar le reconfortaba y no sabía muy bien por qué. Los
últimos tragos de Corona, la cerveza de fabricación mexicana, su
preferida, que le refrescaron la garganta y le perfilaron los labios con
espuma, dieron paso a otras botellas, como queriendo ahogar en alcohol la
apatía que deja casi siempre sentirse de brazos caídos.
–¿Desea
algo más? –preguntó la mujer de dentadura blanca, impoluta, igual a la camiseta
de los Rolling Stones.
–Pepinillos,
un plato de pepinillos y media libra de filete de buey a la brasa –dijo Ernesto
recordando a Andrew.
–Tenemos
la mejor carne de la comarca. ¿Es de por aquí o está de paso? –preguntó
mientras preparaba un plato generoso con pepinillos.
–De
Chokoloskee –respondió por educación.
–No
lo conozco ni sé dónde está –la mujer perdió entonces interés.
–Es
un pequeño pueblo de pescadores al que se accede por Everglades City –el morenito
bajó la vista y se concentró en la cena que iba a enfriarse. Pensó en el primer
camarero que estuvo ahí, un tipo desdentado, de pies planos, con botas
ortopédicas que arrastraba mientras barría y al que encontraron muerto de
hipotermia no lejos de allí. Entre bocado y bocado, entre trago y trago,
Ernesto repasaba secuencias de la vida como si al hacerlo consolidase más su
existencia. Sin embargo, le abstrajeron de los pensamientos y la emoción, un
grupo de motoristas hambrientos camino de Tampa, según oyó comentar. Apuró el
último sorbo de café y se puso en carretera lamentando no haberlo hecho antes
por la caravana de automóviles que había. Era temporada de pesca competitiva,
se daban cita en los alrededores gentes de toda la Florida y otros estados del
sur, por lo que en EFC Everglades Fishing CO se duplicaba la faena y,
aunque él ya no trabajaba para la empresa, salvo sábados y fechas puntuales,
puso rumbo en esa dirección con la idea de dar una cabezadita en la camioneta
antes de que abriesen la tienda.
–¿Qué
tal, muchacho? –preguntó el encargado a la par que alzaba el cierre.
–Bien,
señor, con algo de sueño, pero bien –respondió restregándose los ojos.
–A
ver cómo se presenta hoy la jornada, ayer tuvimos muchos clientes –le dio la
vuelta al cartel de closed por open, Ernesto barrió la entrada.
–Dentro
de dos meses me largo, cojo el retiro, estoy cansado de los jefes, seré más
pobre, pero más feliz.
–Creo
que viene un año bastante activo de tormentas tropicales, que podrían
convertirse en potentes huracanes. La Administración Nacional Oceánica y
Atmosférica de Estados Unidos le ha quitado hierro al asunto y es que, desde
que el Presidente Trump tomó el poder, ha recortado el presupuesto de dicha
agencia y a despedido a casi mil trabajadores, porque niega el cambio climático
y lo considera una conspiración progre.
–¿Y
tú cómo sabes tanto? –dio media vuelta y se metió en el almacén. Apenas
cruzaron más palabras salvo para despedirse.
Ernesto
Acosta se sentó en el porche con vistas a la Bahía de Chokoloskee, buscó un
disco de vinilo de canciones cubanas y lo pinchó en el viejo tocadiscos.
Siguiendo el ritual, aprendido de Andrew, limpió la trucha que pescó para la
cena y la preparó en la cocina según la receta de Tracy. Regresó a la butaca
con una jarra de limonada bien fresquita, la puesta de sol apareció por el
horizonte con su mezcla espectacular de rojos, azules y amarillos tapizando el
lienzo del cielo. Entonces, de repente, y sin esperarlo, un pinchazo le encogió
el pecho. “¡Argelina! ¡Papi! ¡Jorge! ¡Mami!”. La oscuridad y el sudor gélido se
apoderaron de él. “¡Ayudadme! ¡No sé nadar! ¡Ayudadme! ¡Mami! ¿Dónde estás,
Argelina? ¿Y la niña? ¿Y la niña? ¡Jorge! ¡Jorge! ¡Agárrate, no te sueltes!”.
Una fuerte sacudida le levantó del asiento y, como si nada, fue hasta el fogón
donde aguardaban su festín y, sobre la mesa, los cuadernos que ha ido
escribiendo a lo largo de los años, episodios de la vida propia y ajena,
sentimientos plasmados en caliente, ejercicios que le han servido de terapia
para no enloquecer en los momentos complicados y difíciles. Algunas noches,
aunque ya más espaciadas, sufre la pesadilla del naufragio y se ve en la balsa
con un cadáver a su lado, los buitres planeando por encima y la muerte, vestida
de blanco, pisándole los talones. The Garber House quedó en un proyecto
fallido, un cristal hecho añicos cuya idea de ofrecer refugio y
alojamiento a aquellos que cruzan el Estrecho de la Florida y necesitan
permanecer un tiempo escondidos hasta arrancar con los planes de futuro. Cerró
con llave la habitación de Tracy, guardando dentro los mapas y todo lo
relacionado con la travesía, así como un listín telefónico de posibles
contactos. Cogió su bolsa estanca, apagó las luces, se dirigió al muelle y, una
vez acomodado en la barca, se dirigió hacia la zona más salvaje de Los
Everglades, adonde Andrew le enseñó a sobrevivir ante la adversidad. El
movimiento peculiar de los caimanes ondulaba el agua, paró la barca, lanzó la
caña y dejó que los peces picasen el anzuelo…
Te felicito por ese final, has dado una imagen de Florida muy diferente, un recorrido en balsa y en barca lleno de sentimientos. Nos encontramos en septiembre. Buen verano, nena.
ResponderEliminarGracias por enseñarme lugares diferentes
ResponderEliminarCon los dientes largos y los ojos entornados espero lo siguiente.
ResponderEliminarCuantos sueños rotos por un maniático ególatra.
ResponderEliminarCon la misma paciencia que tiene el morenito cuando lanza el sedal de su caña, esperemos de algún acontecimiento que haga revertir el camino emprendido por el narcisista loco.
Buen verano y recupera fuerzas para nuestro bien 😜
Felicidades por esta historia que acaba y espero con ganas la próxima.Buen verano! Descansa que bien lo mereces. Gracias! Besos
ResponderEliminarBuen final, esperemos puedan cambiar al mostruo de Tranp para que esos pobres aventureros puedan pasar el estrecho de Florida sin tanto temor a lo desconocido. Pasa un buen verano preciosa y hasta pronto
ResponderEliminarHemos llegado al final de este viaje. Historia de una dura vida. Q triste realidad la q estamos viviendo con lla situación política
ResponderEliminarCompartimos con 'el morenito' esos momentos, tantos recuerdos, tantas ilusiones truncadas....
Llega el momento de descansar.
Esperando al proximo para emprender un nuevo viaje