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El restaurante The taco mexican
cantina era un lugar acogedor estuvieses o no de paso. Vestidos con pantalón
tejano, camisa de leñador y delantal negro de amplios bolsillos dos personas en
barra y tres más, repartidas por el salón, atendían al público que, en el primer
tramo de la noche, bebían cerveza como quien pone la boca bajo el grifo del
agua. Dentro del local, cuyo ambiente recreaba lo mejor de México DC, una
fotografía a tamaño natural del poeta Octavio Paz presidía la pared izquierda
y, frente a ella, otra de la gran pirámide de Cholula, así como numerosos
recuerdos de clientes que fueron dejando en las estanterías tras su visita al mercado
de La Merced, la Catedral Metropolitana o la plaza Garibaldi, cerca del Palacio
de las Bellas Artes. Al abrirse las puertas abatibles un fuerte olor a picante
bañando las sabrosas fajitas y otros platos típicos de este maravilloso país se
apoderaba del olfato preparando el estómago para recibir respetuosamente los
alimentos. Detrás de los barman, en espejos enmarcados, escrito con letra de
molde, podían leerse las especialidades
de la comida casera: chilaquiles en sus tres variedades de tortillas
cortadas con mucho chile, torta ahogada tan representativa de Jalisco, tequila
de varias clases, así como postres de leche cuajada y budín, de pan de víspera,
relleno de coco rallado y pasitas de uva. Al fondo, Rachell W. Rampell, del Reports
Alabama Times, saboreaba una cerveza de las grandes mientras metía la nariz
en los periódicos de la competencia. Helen Wyner visualizó su larga y rubia
melena entre las bocanadas de humo de los cigarrillos. Sorteó a media docena de
personas que gritaban viendo por televisión un rodeo. ‘Hola. Menudo
alboroto, ¡eh! Siempre consideré que para manejar el arte de la charrería había
que poseer gran habilidad y destreza’. ‘¡Vaya, me deja impresionada!’.
‘No es para tanto’. ‘Siéntese, por favor. Me gusta la gente que es
puntual. ¿Qué le apetece tomar?’. ‘Una igual a la suya’. Sonrió e
indicó al camarero que trajera otra doble. ‘¿Ha tenido problemas para
encontrar esto?’. ‘Bueno, hubo un momento en que el navegador se volvió
loco y tuve que parar, pero una amabilísima pareja de ancianos me indicó el
camino correcto’. ‘¿Fue a la entrada de Ariton?’. ‘Sí’. ‘Genial,
son mis abuelos. Les encanta hacer de anfitriones para llamar después a la
familia y contarnos que, de no ser por ellos, unos forasteros seguirían dando
vueltas perdiéndose en el bosque. Es su manera de sentirse útiles aunque también
de llamar nuestra atención. Ya sabe, la vorágine del día a día nos impide hacer
un alto en las cosas cotidianas, sencillas, importantes’. ‘Estoy de
acuerdo. Por regla general vamos demasiado deprisa y deberíamos parar antes de
que se nos escapen momentos y situaciones entrañables que ya no volverán’.
La
conversación transcurrió distendida: hablaron de políticas emergentes, de
autores literarios, fútbol americano, del poder de la prensa, la religión, la
terrible situación del racismo, de la admiración que ambas sentían por los
Rolling Stones, de la brecha tan enorme que hay entre ricos y pobres y, por
supuesto, de la lacra de los asesinatos machistas y, en consecuencia, por
venganza a ellas, el horror de acabar con la vida de los hijos. ‘¿Y tu
hermana qué opina de hacer pública la historia de su niña?’. ‘Digamos
que se mantiene al margen’. No quiso desvelar aún el estado emocional en el
que se encontraba Beth y tampoco su ingreso en una institución psiquiátrica. ‘Pero
supongo que cuenta con su aprobación, ¿verdad? Después no quiero problemas’.
‘No se preocupe. ¿Entonces, acepta mi proposición?’. ‘Sí, pero no tan
deprisa. Vayamos por partes’. ‘Soy toda oídos’. ‘Quiero absoluta sinceridad
y transparencia, así como el compromiso de que la exclusiva me la da sólo a mí.
Piense que, cuando comencemos a publicar los otros buitres de la comunicación
se abalanzarán sobre ustedes buscando el lado morboso, sensacionalista, convirtiéndoles
en una máquina de hacer dinero’. ‘La elegí precisamente para evitar eso’.
‘¿Es consciente de las críticas que recibirá tachándola de aprovechada y
oportunista?’. ‘No me importa en absoluto’. ‘A usted puede que no,
pero este tema es muy sensible y si no se enfoca bien puede volverse en su
contra’. ‘¿No se da cuenta? Este testimonio es fundamental que sirva para
que otras mujeres identifiquen el perfil del agresor, ese es uno de mis mayores
objetivos, además de poner de relieve la parte de culpa que todos tenemos como
sociedad haciendo la vista gorda’. ‘Comprendo su mensaje: aquello que no
te toca de cerca es invisible’. ‘Exacto’. ‘Y bien, ¿por dónde
empezamos?’. ‘¿Qué tal si pedimos la cuenta?’. Se citaron al día siguiente, esta vez en
el pueblo de Elberta, en el jardín de la casa de la madre de Helen Wyner.
Anthony Cohen tomó la firme decisión
de apartarse de la primera línea y pedir el traslado a la base del Cuerpo de
Marines, en Quantico, Virginia, donde se ubica la academia de entrenamiento
para nuevos agentes especiales del FBI. Su experiencia de tantos años le hacía
sentirse preparado como instructor, así que, en cuanto resolviese el último caso
encomendado se lo comunicaría a sus superiores. A primera hora de la mañana
llegó a la ciudad de Foley para comenzar con los interrogatorios al vecindario,
ya que el informe policial pasado a la Central Federal de Investigación apenas contenía
cuatro apuntes delictivos de los presuntos sospechosos, intuyendo que uno de
ellos, quizá el más conocido, huyó o le dejaron escapar. Así que, su misión
consistía en la reconstrucción de los hechos. Bastaron cuatro preguntas estratégicas
soltadas en la gasolinera donde paró a repostar, para descubrir que se trataba
del hijo de la jefa de comedor. En la escuela le recibió Paul Cox, secretario
escolar y director en funciones. ‘Siéntese,
por favor. Me acuerdo muy bien de usted, dirigió el operativo para liberar a los
alumnos y alumnas secuestrados. ¿Qué se le ofrece?’. ‘¿Dónde puedo
encontrar a Betty Scott?’. ‘Supongo que en su casa. Lleva días sin aparecer
por aquí, dice que se encuentra mal’. ‘¿Y a su hijo?’.
‘Ni idea, es muy reservada, apenas
conocemos su entorno’. ‘Vale. Gracias. De todas formas, si por casualidad recuerda algo
que pueda ayudarnos respecto a ella o su familia, hágamelo saber’. Apuntó el número en un pósit y lo pegó en un sitio visible. Después
del almuerzo visitó al nuevo sheriff del condado de Baldwin, un tipo justo, con fama de duro, quien al
tomar posesión del cargo puso la oficina patas arriba destapando todas las
irregularidades de la administración anterior. ‘Así que le envían a usted porque nos ven incapaces de resolver
nuestros asuntos –dijo malhumorado–, ¿no?’. ‘Soy un mandado, no se enfade
conmigo –contestó Anthony–. Colaboremos
y para ambos será más fácil acabar cuanto antes. No tengo intención de pisar su
terreno, ni hacer nada a sus espaldas, pero entienda que la violencia racista
desatada en esta zona, han puesto sobre aviso a los servicios de inteligencia’. ‘¿Qué quiere saber? No tengo todo el día’. En los archivos buscaron altercados ocurridos la noche en la que
dieron la paliza al marido de Coretta Sanders, alguna vinculación con miembros
del Klan, denuncias, robos, accidentes de tráfico, desapariciones, secuestros o
cualquier tema que arrojase luz a la investigación. Sin embargo, en el libro de
registro, aquella fecha estaba en blanco…
Uno de los puestos más solicitados por
los reclusos en el Centro Correccional de Elmore, era en la lavandería ya que los
vigilantes apenas asomaban por allí y los pocos que sí lo hacían se dejaban
sobornar. Normalmente, en los contenedores de la ropa limpia camuflaban aquellos
artículos de contrabando introducidos desde el exterior que luego vendían al
resto. El exsheriff Landon pronto se hizo el amo desplazando así a presidiarios
veteranos que antes lo manejaban. Tabaco, mini botellas de alcohol, anfetaminas,
condones o crema de cacahuete en cuyo interior iban camufladas bolas de hachís
envueltas en plástico, eran los productos estrella más demandados y, por consiguiente,
los mejor pagados. Una vez puesto en marcha dicho negocio necesitaba expandirlo
y tener cubiertas las espaldas, ya que si hay un lugar en el mundo donde los
ajustes de cuentas son sangrientos, ese es sin duda la cárcel, así que, hizo
todo lo posible para que trasladasen de módulo a los que arrestaron con él. ‘Hay personas muy influyentes que me deben algunos
favores –dijo Mitch Austin doblando sábanas y agradecido de haberle sacado
de la limpieza de retretes donde siempre acuchillaban a alguien– y pienso cobrármelos ahora. Hablaré con mi
abogado para que haga unas llamadas’.
‘Yo también guardo algunos ases en
la manga –soltó Landon secándose el sudor con un pañuelo–, he tapado demasiadas cosas a nuestros
compatriotas, esos que viven en grandes mansiones a cuerpo de rey, estoy seguro
de que harán gestiones para sacarme de aquí o de lo contrario tiraré de la
manta’. ‘¿De qué habláis? –preguntó el conductor
de la camioneta–, por la expresión de
vuestras caras perece interesante’.
‘Nada, del nuevo Lanzador fichado
por el equipo de beisbol de Montgomery’. ‘No seas estúpido
muchacho –aclaró el antiguo director de la escuela–, no te das cuenta de que planean largarse sin nosotros’. ‘Pero si estamos de mierda hasta el cuello –aclaró el secuestrador
de alumnos y alumnas, que también era hermano de la adolescente violada–, no os hagáis ilusiones, de aquí no salimos
tan fácilmente’.
‘Señora Sanders, soy Anthony Cohen –dijo por
teléfono. Tengo que hacerle unas
preguntas’. ‘Claro, dígame’. ‘¿Le gustan los trenes?’. ‘Bueno. Sí. No sé… Supongo, es un transporte rápido y seguro’. ‘¿Qué le parece si en un par de horas quedamos en el Museo del
Ferrocarril?’. ‘Bien –respondió desconcertada–. ¿Ocurre algo, agente?’. ‘Nada que deba preocuparla, sólo vamos a charlar. Investigo la paliza
que le dieron a su esposo, mis jefes quieren cerrar el caso cuanto antes, pero
para eso he de encontrar a los culpables y necesito que me ayude’. ‘No lo vi, no estaba en casa’.
‘Ya, sin embargo, seguramente tenga
alguna hipótesis o sospecha, dado que la considero una mujer muy inteligente’. ‘Muchísimas gracias. No obstante, no se deje llevar por las habladurías
y los juicios paralelos’. ‘No lo hago, me fundamento en indicios y de
esos tengo unos cuantos’. ‘De acuerdo, pues. Nos vemos en un rato’. Un escalofrío recorrió la parte alta de los
hombros con reflejo en la nuca, aunque también la búsqueda incansable de la
verdad arribando al puerto proporcionaba dentro de sus entrañas el inicio de la
deseada paz. ‘Gracias por venir’. ‘No hay de qué, la autoridad siempre manda’. ‘¿Paseamos?’. ‘¿Sabía que el primer convoy con pasajeros fue en el trazado abierto en
1830 entre Baltimore y Ohio?’. ‘Pues no, la teacher es usted –ambos sonrieron–. A mí me gustan las maquetas, hay que tener
mucha paciencia y destreza a la hora de montarlas’. Recorrieron el perímetro como dos turistas más, contextualizando la
maquinaria en la Historia de los Estados Unidos de América, fijándose en los pequeños
detalles, imaginando el cansancio de los largos trayectos aguantando los vestidos
de época. Sobre una tarima, apartada del resto de elementos, expuesto como una
reliquia de época, descansaba un viejo vagón de madera sin asientos, ni
ventanas, un ataúd de grandes dimensiones con ruedas en cuyo interior, si se
está atento, podría escucharse el llanto y los lamentos, las súplicas y las
plegarias, el miedo y la derrota… ‘Mire
–dijo ella sujetándole por el brazo y señalando al frente–, esa es la diferencia entre un blanco y un
negro: mientras que ustedes viajaban cómodamente disfrutando del paisaje y de
la compañía, a nosotros nos hacinaban ahí, pegados unos con otros, sin comida
ni agua, con calor o con frío, conviviendo con aquellos que no soportaron tanta
penuria y murieron aplastados por la desigualdad, por la diferencia, por el
racismo, por la supremacía de quienes se creen superiores’. ‘Aunque no sirva de mucho le pido perdón en nombre del pueblo americano,
como han hecho públicamente muchas mujeres y hombres que nunca aprobaron tal
discriminación y lucharon contra ello, activistas dispersos por toda la
sociedad que en ocasiones también se juegan el tipo haciéndose oír’. ‘Sí, conozco a muchas personas que están en el movimiento Black Lives
Mather, y lo agradezco, pero hemos sufrido tanto que…’. ‘Venga, quiero enseñarle algo muy hermoso –subieron un montículo de
tierra levantado a propósito– . ¿Qué le
parece?’. ‘Espectacular. Nunca había visto una panorámica
de la ciudad tan bonita como esta’.
‘Lo descubrí cuando estuve por
aquí investigando un caso de violación’. ‘Lo recuerdo, la
adolescente iba a las clases del antiguo director de la escuela’. ‘Exacto’. ‘¿Y bien? ¿Para qué me ha llamado?’. ‘Cuénteme lo que sepa de Betty Scott’. ‘Es buena profesional, nunca
ha tenido problemas en el comedor’.
‘¿Cuándo la vio por última vez?’. ‘Uno o dos días después del episodio del secuestro, imagino que sería en
mi descanso para el almuerzo, pero no estoy segura’. ‘¿Ha notado algo raro
en su comportamiento?’. ‘¿Por ejemplo?’. ‘Cambios de humor, actitud
introvertida, semblante ausente… Ya me entiende’. ‘No agente, y no sé a dónde
quiere ir a parar. Sea sincero, se lo ruego’. ‘De acuerdo. Creemos
que encubre a uno de los que agredieron a su esposo y lo peor de todo es que le
ha ayudado a escapar’. ‘No puede ser, somos compañeras y no me haría
algo así’. ‘No se fíe. ¿Conoce a su hijo?’. ‘Nunca habla de su vida privada. Zinerva Falzone, la cocinera, tiene más
contacto, nosotros a veces almorzamos allí o no, depende’. ‘¿Sabe qué está faltando al trabajo? Según tengo entendido lleva una
semana sin aparecer’. ‘Sí, claro, pero no sé los motivos. Cada cual
tenemos nuestras propias preocupaciones’. ‘Todavía estaré unos
días, si hay algo que crea importante, dígamelo’. Asintió con la cabeza y se quedó pensativa… ‘¿Entonces, puede que el hijo de Betty sea
uno de los encapuchados que prendieron las cruces en nuestro jardín?’. ‘Presuntamente, es muy probable’. ‘¡Santo cielo!’.
Entrada la noche, revisado de nuevo el
expediente, halló una pista que involucraba directamente a la jefa de comedor.
Así que, a la mañana siguiente, cuando el sol caldease sus huesos, iría a
interrogarla…