domingo, 24 de abril de 2022

Helen Wyner

17

El restaurante The taco mexican cantina era un lugar acogedor estuvieses o no de paso. Vestidos con pantalón tejano, camisa de leñador y delantal negro de amplios bolsillos dos personas en barra y tres más, repartidas por el salón, atendían al público que, en el primer tramo de la noche, bebían cerveza como quien pone la boca bajo el grifo del agua. Dentro del local, cuyo ambiente recreaba lo mejor de México DC, una fotografía a tamaño natural del poeta Octavio Paz presidía la pared izquierda y, frente a ella, otra de la gran pirámide de Cholula, así como numerosos recuerdos de clientes que fueron dejando en las estanterías tras su visita al mercado de La Merced, la Catedral Metropolitana o la plaza Garibaldi, cerca del Palacio de las Bellas Artes. Al abrirse las puertas abatibles un fuerte olor a picante bañando las sabrosas fajitas y otros platos típicos de este maravilloso país se apoderaba del olfato preparando el estómago para recibir respetuosamente los alimentos. Detrás de los barman, en espejos enmarcados, escrito con letra de molde,  podían leerse las especialidades de la comida casera: chilaquiles en sus tres variedades de tortillas cortadas con mucho chile, torta ahogada tan representativa de Jalisco, tequila de varias clases, así como postres de leche cuajada y budín, de pan de víspera, relleno de coco rallado y pasitas de uva. Al fondo, Rachell W. Rampell, del Reports Alabama Times, saboreaba una cerveza de las grandes mientras metía la nariz en los periódicos de la competencia. Helen Wyner visualizó su larga y rubia melena entre las bocanadas de humo de los cigarrillos. Sorteó a media docena de personas que gritaban viendo por televisión un rodeo. ‘Hola. Menudo alboroto, ¡eh! Siempre consideré que para manejar el arte de la charrería había que poseer gran habilidad y destreza’. ‘¡Vaya, me deja impresionada!’. ‘No es para tanto’. ‘Siéntese, por favor. Me gusta la gente que es puntual. ¿Qué le apetece tomar?’. ‘Una igual a la suya’. Sonrió e indicó al camarero que trajera otra doble. ‘¿Ha tenido problemas para encontrar esto?’. ‘Bueno, hubo un momento en que el navegador se volvió loco y tuve que parar, pero una amabilísima pareja de ancianos me indicó el camino correcto’. ‘¿Fue a la entrada de Ariton?’. ‘’. ‘Genial, son mis abuelos. Les encanta hacer de anfitriones para llamar después a la familia y contarnos que, de no ser por ellos, unos forasteros seguirían dando vueltas perdiéndose en el bosque. Es su manera de sentirse útiles aunque también de llamar nuestra atención. Ya sabe, la vorágine del día a día nos impide hacer un alto en las cosas cotidianas, sencillas, importantes’. ‘Estoy de acuerdo. Por regla general vamos demasiado deprisa y deberíamos parar antes de que se nos escapen momentos y situaciones entrañables que ya no volverán’.
          La conversación transcurrió distendida: hablaron de políticas emergentes, de autores literarios, fútbol americano, del poder de la prensa, la religión, la terrible situación del racismo, de la admiración que ambas sentían por los Rolling Stones, de la brecha tan enorme que hay entre ricos y pobres y, por supuesto, de la lacra de los asesinatos machistas y, en consecuencia, por venganza a ellas, el horror de acabar con la vida de los hijos. ‘¿Y tu hermana qué opina de hacer pública la historia de su niña?’. ‘Digamos que se mantiene al margen’. No quiso desvelar aún el estado emocional en el que se encontraba Beth y tampoco su ingreso en una institución psiquiátrica. ‘Pero supongo que cuenta con su aprobación, ¿verdad? Después no quiero problemas’. ‘No se preocupe. ¿Entonces, acepta mi proposición?’. ‘Sí, pero no tan deprisa. Vayamos por partes’. ‘Soy toda oídos’. ‘Quiero absoluta sinceridad y transparencia, así como el compromiso de que la exclusiva me la da sólo a mí. Piense que, cuando comencemos a publicar los otros buitres de la comunicación se abalanzarán sobre ustedes buscando el lado morboso, sensacionalista, convirtiéndoles en una máquina de hacer dinero’. ‘La elegí precisamente para evitar eso’. ‘¿Es consciente de las críticas que recibirá tachándola de aprovechada y oportunista?’. ‘No me importa en absoluto’. ‘A usted puede que no, pero este tema es muy sensible y si no se enfoca bien puede volverse en su contra’. ‘¿No se da cuenta? Este testimonio es fundamental que sirva para que otras mujeres identifiquen el perfil del agresor, ese es uno de mis mayores objetivos, además de poner de relieve la parte de culpa que todos tenemos como sociedad haciendo la vista gorda’. ‘Comprendo su mensaje: aquello que no te toca de cerca es invisible’. ‘Exacto’. ‘Y bien, ¿por dónde empezamos?’. ‘¿Qué tal si pedimos la cuenta?’. Se citaron al día siguiente, esta vez en el pueblo de Elberta, en el jardín de la casa de la madre de Helen Wyner.
          Anthony Cohen tomó la firme decisión de apartarse de la primera línea y pedir el traslado a la base del Cuerpo de Marines, en Quantico, Virginia, donde se ubica la academia de entrenamiento para nuevos agentes especiales del FBI. Su experiencia de tantos años le hacía sentirse preparado como instructor, así que, en cuanto resolviese el último caso encomendado se lo comunicaría a sus superiores. A primera hora de la mañana llegó a la ciudad de Foley para comenzar con los interrogatorios al vecindario, ya que el informe policial pasado a la Central Federal de Investigación apenas contenía cuatro apuntes delictivos de los presuntos sospechosos, intuyendo que uno de ellos, quizá el más conocido, huyó o le dejaron escapar. Así que, su misión consistía en la reconstrucción de los hechos. Bastaron cuatro preguntas estratégicas soltadas en la gasolinera donde paró a repostar, para descubrir que se trataba del hijo de la jefa de comedor. En la escuela le recibió Paul Cox, secretario escolar y director en funciones. ‘Siéntese, por favor. Me acuerdo muy bien de usted, dirigió el operativo para liberar a los alumnos y alumnas secuestrados. ¿Qué se le ofrece?’. ‘¿Dónde puedo encontrar a Betty Scott?’. ‘Supongo que en su casa. Lleva días sin aparecer por aquí, dice que se encuentra mal’. ‘¿Y a su hijo?’. ‘Ni idea, es muy reservada, apenas conocemos su entorno’. ‘Vale. Gracias. De todas formas, si por casualidad recuerda algo que pueda ayudarnos respecto a ella o su familia, hágamelo saber’. Apuntó el número en un pósit y lo pegó en un sitio visible. Después del almuerzo visitó al nuevo sheriff del condado de Baldwin, un tipo justo, con fama de duro, quien al tomar posesión del cargo puso la oficina patas arriba destapando todas las irregularidades de la administración anterior. ‘Así que le envían a usted porque nos ven incapaces de resolver nuestros asuntos –dijo malhumorado–, ¿no?’. ‘Soy un mandado,  no se enfade conmigo –contestó Anthony–. Colaboremos y para ambos será más fácil acabar cuanto antes. No tengo intención de pisar su terreno, ni hacer nada a sus espaldas, pero entienda que la violencia racista desatada en esta zona, han puesto sobre aviso a los servicios de inteligencia’. ‘¿Qué quiere saber? No tengo todo el día’. En los archivos buscaron altercados ocurridos la noche en la que dieron la paliza al marido de Coretta Sanders, alguna vinculación con miembros del Klan, denuncias, robos, accidentes de tráfico, desapariciones, secuestros o cualquier tema que arrojase luz a la investigación. Sin embargo, en el libro de registro, aquella fecha estaba en blanco…
          Uno de los puestos más solicitados por los reclusos en el Centro Correccional de Elmore, era en la lavandería ya que los vigilantes apenas asomaban por allí y los pocos que sí lo hacían se dejaban sobornar. Normalmente, en los contenedores de la ropa limpia camuflaban aquellos artículos de contrabando introducidos desde el exterior que luego vendían al resto. El exsheriff Landon pronto se hizo el amo desplazando así a presidiarios veteranos que antes lo manejaban. Tabaco, mini botellas de alcohol, anfetaminas, condones o crema de cacahuete en cuyo interior iban camufladas bolas de hachís envueltas en plástico, eran los productos estrella más demandados y, por consiguiente, los mejor pagados. Una vez puesto en marcha dicho negocio necesitaba expandirlo y tener cubiertas las espaldas, ya que si hay un lugar en el mundo donde los ajustes de cuentas son sangrientos, ese es sin duda la cárcel, así que, hizo todo lo posible para que trasladasen de módulo a los que arrestaron con él. ‘Hay personas muy influyentes que me deben algunos favores –dijo Mitch Austin doblando sábanas y agradecido de haberle sacado de la limpieza de retretes donde siempre acuchillaban a alguien– y pienso cobrármelos ahora. Hablaré con mi abogado para que haga unas llamadas’. ‘Yo también guardo algunos ases en la manga –soltó Landon secándose el sudor con un pañuelo–, he tapado demasiadas cosas a nuestros compatriotas, esos que viven en grandes mansiones a cuerpo de rey, estoy seguro de que harán gestiones para sacarme de aquí o de lo contrario tiraré de la manta’. ‘¿De qué habláis? –preguntó el conductor de la camioneta–, por la expresión de vuestras caras perece interesante’. ‘Nada, del nuevo Lanzador fichado por el equipo de beisbol de Montgomery’. ‘No seas estúpido muchacho –aclaró el antiguo director de la escuela–, no te das cuenta de que planean largarse sin nosotros’. ‘Pero si estamos de mierda hasta el cuello –aclaró el secuestrador de alumnos y alumnas, que también era hermano de la adolescente violada–, no os hagáis ilusiones, de aquí no salimos tan fácilmente’.
          Señora Sanders, soy Anthony Cohen –dijo por teléfono. Tengo que hacerle unas preguntas’. ‘Claro, dígame’. ‘¿Le gustan los trenes?’. ‘Bueno. Sí. No sé… Supongo, es un transporte rápido y seguro’. ‘¿Qué le parece si en un par de horas quedamos en el Museo del Ferrocarril?’. ‘Bien –respondió desconcertada–. ¿Ocurre algo, agente?’. ‘Nada que deba preocuparla, sólo vamos a charlar. Investigo la paliza que le dieron a su esposo, mis jefes quieren cerrar el caso cuanto antes, pero para eso he de encontrar a los culpables y necesito que me ayude’. ‘No lo vi, no estaba en casa’. ‘Ya, sin embargo, seguramente tenga alguna hipótesis o sospecha, dado que la considero una mujer muy inteligente’. ‘Muchísimas gracias. No obstante, no se deje llevar por las habladurías y los juicios paralelos’. ‘No lo hago, me fundamento en indicios y de esos tengo unos cuantos’. ‘De acuerdo, pues. Nos vemos en un rato’. Un escalofrío recorrió la parte alta de los hombros con reflejo en la nuca, aunque también la búsqueda incansable de la verdad arribando al puerto proporcionaba dentro de sus entrañas el inicio de la deseada paz. ‘Gracias por venir’. ‘No hay de qué, la autoridad siempre manda’. ‘¿Paseamos?’. ‘¿Sabía que el primer convoy con pasajeros fue en el trazado abierto en 1830 entre Baltimore y Ohio?’. ‘Pues no, la teacher es usted –ambos sonrieron–. A mí me gustan las maquetas, hay que tener mucha paciencia y destreza a la hora de montarlas’. Recorrieron el perímetro como dos turistas más, contextualizando la maquinaria en la Historia de los Estados Unidos de América, fijándose en los pequeños detalles, imaginando el cansancio de los largos trayectos aguantando los vestidos de época. Sobre una tarima, apartada del resto de elementos, expuesto como una reliquia de época, descansaba un viejo vagón de madera sin asientos, ni ventanas, un ataúd de grandes dimensiones con ruedas en cuyo interior, si se está atento, podría escucharse el llanto y los lamentos, las súplicas y las plegarias, el miedo y la derrota… ‘Mire –dijo ella sujetándole por el brazo y señalando al frente–, esa es la diferencia entre un blanco y un negro: mientras que ustedes viajaban cómodamente disfrutando del paisaje y de la compañía, a nosotros nos hacinaban ahí, pegados unos con otros, sin comida ni agua, con calor o con frío, conviviendo con aquellos que no soportaron tanta penuria y murieron aplastados por la desigualdad, por la diferencia, por el racismo, por la supremacía de quienes se creen superiores’. ‘Aunque no sirva de mucho le pido perdón en nombre del pueblo americano, como han hecho públicamente muchas mujeres y hombres que nunca aprobaron tal discriminación y lucharon contra ello, activistas dispersos por toda la sociedad que en ocasiones también se juegan el tipo haciéndose oír’. ‘Sí, conozco a muchas personas que están en el movimiento Black Lives Mather, y lo agradezco, pero hemos sufrido tanto que…’. ‘Venga, quiero enseñarle algo muy hermoso –subieron un montículo de tierra levantado a propósito– . ¿Qué le parece?’. ‘Espectacular. Nunca había visto una panorámica de la ciudad tan bonita como esta’. ‘Lo descubrí cuando estuve por aquí investigando un caso de violación’. ‘Lo recuerdo, la adolescente iba a las clases del antiguo director de la escuela’. ‘Exacto’. ‘¿Y bien? ¿Para qué me ha llamado?’. ‘Cuénteme lo que sepa de Betty Scott’. ‘Es buena profesional, nunca ha tenido problemas en el comedor’. ‘¿Cuándo la vio por última vez?’. ‘Uno o dos días después del episodio del secuestro, imagino que sería en mi descanso para el almuerzo, pero no estoy segura’. ‘¿Ha notado algo raro en su comportamiento?’. ‘¿Por ejemplo?’. ‘Cambios de humor, actitud introvertida, semblante ausente… Ya me entiende’. ‘No agente, y no sé a dónde quiere ir a parar. Sea sincero, se lo ruego’. ‘De acuerdo. Creemos que encubre a uno de los que agredieron a su esposo y lo peor de todo es que le ha ayudado a escapar’. ‘No puede ser, somos compañeras y no me haría algo así’. ‘No se fíe. ¿Conoce a su hijo?’. ‘Nunca habla de su vida privada. Zinerva Falzone, la cocinera, tiene más contacto, nosotros a veces almorzamos allí o no, depende’. ‘¿Sabe qué está faltando al trabajo? Según tengo entendido lleva una semana sin aparecer’. ‘Sí, claro, pero no sé los motivos. Cada cual tenemos nuestras propias preocupaciones’. ‘Todavía estaré unos días, si hay algo que crea importante, dígamelo’. Asintió con la cabeza y se quedó pensativa… ‘¿Entonces, puede que el hijo de Betty sea uno de los encapuchados que prendieron las cruces en nuestro jardín?’. ‘Presuntamente, es muy probable’. ‘¡Santo cielo!’.
          Entrada la noche, revisado de nuevo el expediente, halló una pista que involucraba directamente a la jefa de comedor. Así que, a la mañana siguiente, cuando el sol caldease sus huesos, iría a interrogarla…

domingo, 10 de abril de 2022

Helen Wyner

16. 

El susto de la noche anterior, cuando el Centro Nacional de Huracanes, de Estados Unidos, avisó de la posible llegada de uno de categoría cinco o superior, por la costa sureste del país, quedó reducido al paso de un tornado cegando el ambiente con remolinos de paja y arena. Un poste de luz con estructura obsoleta cayó en el camino del bosque dejando a oscuras a parte del vecindario. Helen Wyner salió al porche a evaluar desperfectos, todo parecía intacto salvo el mástil de la bandera partido en dos. Lo colocó como pudo y se prometió sustituirlo por otro, en la mayor brevedad posible. Reestablecida la cobertura del celular reanudó la llamada que dejó a medias. ‘Reports Alabama Times. Al habla Rachell W. Rampell. ¿Qué puedo hacer por ti?’. ‘Hola, me llamo –dijo su nombre completo–. Quizá se acuerde de mí’. ‘Pues no, sinceramente’. ‘Puede que recuerde el caso del parricida del pueblo de Elberta, tuvo mucha repercusión. El juicio se celebró en el Palacio de Justicia de Montgomery y duró varios días. Hubo un amplio despliegue de periodistas, usted iba entre ellos’. ‘Es la tía de la niña, ¿verdad? –preguntó tras consultar sus notas–. Ahora sé quién es’. ‘Era mi sobrina, exacto’. ‘¿Y qué quiere?’. ‘Que escriba la verdadera historia’. ‘¿Y quién me asegura que sea la que  va a contarme?’. ‘Tendrá que descubrirlo usando su olfato de reportera’. ‘Refrésqueme la memoria: ¿Usted no es la misma persona que nos ponía toda clase de trabas e impedimentos cuando lo único que hacíamos era cumplir con nuestro trabajo e informar?’. ‘Sí, lo reconozco. Pero, compréndalo, mi hermana atravesaba el peor momento de su vida y yo no podía consentir que sufriera aún más’. ‘Lo que no entiendo es por qué ha aguardado hasta la ejecución del parricida para dar este paso y no lo ha hecho con él todavía vivo’. ‘Para que no se entendiera como venganza’. ‘¿Y qué es según su criterio?’. ‘Justicia’. ‘Pensaba que eso se ejercía en los tribunales’. ‘El Derecho y su aplicación no devolverá la vida a la pequeña. Dígame sin rodeos si le interesa o no. Hagamos lo siguiente: cítese conmigo, le cuento la idea que tengo, comentamos lo que quiera y después decide si realiza el reportaje. ¿Le parece?’. Para un humilde periódico, ubicado en el pequeño pueblo de Ariton, condado de Dale, que sobrevivía gracias a las colaboraciones de los socios, el reto era tan tentador que aceptó la cita sin contar antes con su jefe. ‘De acuerdo. Mañana a las 6:00 p.m. Cuando llegue al pueblo de Kimberly deje la autopista y coja el desvío hacia Jefferson St, encontrará un paraje arbolado, siga recto hasta llegar a una explanada con casas y, a continuación, verá “The taco mexican cantina”, restaurante mexicano donde suelo cenar casi todos los días, podemos hacerlo juntas’. ‘Encantada. Seré puntual’.
          Desde que el hijo de Coretta Sanders regresó a Mongolia era como si se le hubiese tragado la tierra. El teléfono móvil siquiera daba tono de llamada y tampoco realizó el Check in en el hotel donde alquiló una habitación hasta decidir si iba o no a los montes Altái, a buscar a la joven que seguiría escondida con el bebé de ambos. Asesorada por Paul Cox, el consejero escolar, escribió a la embajada de los Estados Unidos, en la capital Ulán Bator, exponiendo el caso y su inmensa preocupación como madre por el paradero del muchacho. Mientras recibía noticias se volcó en los alumnos y alumnas a los que daba clase. Ahora que disponía de tiempo organizaba para ellos actividades fuera de la escuela, pero siempre desde el punto de vista de la docencia. Por suerte eran unos adolescentes a los que había motivado muchísimo en todo lo relacionado con la cultura. ‘Zinerva –preguntó a la cocinera–, ¿nos preparas unos sándwiches?’. ‘Claro. ¿Adónde vais esta vez?’. ‘A la Reserva Natural Graham Creek’. ‘Lo que daría por acompañaros’. ‘Cualquier sábado lo organizamos y pasamos allí el día con Helen y Betty, ¿te parece?’. ‘¡Uy!, un plan estupendo’. ‘La semana próxima quieren pasar una jornada en la granja y aprender lo básico en agricultura y ganadería para mantenerse con recursos propios’. ‘En Italia, la familia de mi abuela hacía conservas con los productos recolectados en los huertos, se quedaban una parte para su uso personal y el resto lo vendían reinvirtiendo las ganancias en semillas’. ‘Qué interesante –no supo disimular la prisa–. A lo mejor te llevo alguna vez a clase para que se lo cuentes’. ‘¿Te pongo en las bolsas botellas de agua?’. ‘¡Genial!’. ‘¿Cuántos sois?’. ‘Diez’. ‘¿Y contigo once?’. ‘Sí, pero no hace falta que añadas nada, cogí fruta de casa’. ‘Anda, anda. No digas tonterías, uno más no se va a notar’. Cada estudiante guardó en la mochila el picnic enriquecido con una manzana, zumo de melocotón y lácteo. Caminaron dos millas aproximadamente hasta llegar a la zona habilitada para el almuerzo con bancos corridos y mesas largas. Eligieron la más amplia y esparcieron sobre ella, además del refrigerio escolar, lo que cada uno llevaba para poner en común. ‘Mrs. Sanders –una de las chicas rompió el hielo–: Si tuviera delante a quien le dio la paliza a su esposo ¿qué le diría?’. ‘No lo sé’. ‘Mi padre dice que si algo así nos ocurriese a uno de nosotros –intervino otra chica–, ajusta cuentas con su rifle’. ‘Así no se arregla nada’. ‘Perdonen –interrumpió un excursionista–, ¿pueden prestarme un mechero? He traído de todo menos lo fundamental para encender la pipa’. Se lo dio Thomas Dawson, el alumno que ayudó al FBI cuando el secuestro en el gimnasio. ‘No sé cómo ha llegado esto a mi bolsillo. Puede quedárselo’. ‘A lo mejor es cosa de magia –dijo Coretta alzando las manos al cielo– y no para los cigarrillos que fumas a escondidas en el recreo, ¿verdad?’ Todos sonrieron mientras el hombre se alejaba. ‘¿Queréis galletas con rayadura de limón? –ofreció alguien del grupo–. Las hago yo’. Aceptaron reconociendo que estaban muy sabrosas. ‘Pues yo creo que nadie tiene derecho a agredir a otra persona por el hecho de tener la piel negra –sentenció otro estudiante–. Mis antepasados sufrieron mucho en las plantaciones de algodón’. ‘Por eso es muy importante formarnos con unos principios fundamentales –dijo la maestra– y respetar a nuestros semejantes’. ‘Cada domingo, mi familia y yo rezamos por usted’. ‘Venga, recoged las cosas y tirad los desperdicios’. ‘A propósito, una de mis hermanas –dijo el más pequeño de todos– que dice ser activista del Medio Ambiente nos da la matraca con “cero desperdicios” y eliminar los plásticos y otros derivados contaminantes’. ‘¡Tiene mucha razón! ¿Habéis estado alguna vez en el Vertedero Magnoiia del condado de Baldwin? –negaron todos con la cabeza–. Lo tenemos a escasos quince minutos. Profundizad en el tema, juntaos de dos en dos y haced un trabajo al respecto, la próxima semana vamos y exponéis allí el ejercicio. ¿Os parece? –asintieron–. Y ahora, en marcha, nos esperan unos árboles milenarios y quiero que debatáis el nexo que nos une a la madera, a la corteza que la cubre y a las raíces que se adentran en la tierra’.
          Lo primero que hizo Daunte Gray al quedar en libertad fue contemplar el horizonte con admiración y recargar los pulmones de oxígeno limpio. Por delante tenía todo un proceso de reconstrucción respecto a la imagen que había quedado sobre su persona en el condado de Baldwin, tras acusarle falsamente de violar a una menor, sin que nadie del gobierno local se molestase en contrastar la coartada que siempre repitió. Atravesó el patio interior del edificio del FBI y la distancia hasta la zona de aparcamiento, donde la familia esperaba impaciente. Miró atrás y, comprobando que ningún policía le daba el alto, corrió hacia ellos, hincó las rodillas en el suelo y, entre sollozos, con ataque de hipo, les pidió perdón. ‘Cariño, levántate –dijo la madre mientras le secaba las lágrimas–, no hay nada que perdonar’. ‘He manchado nuestro apellido y os he puesto en evidencia’. ‘Tú no has tenido culpa, hijo –continuo–. Eres una víctima más’. ‘Me iré lejos para que no seáis señalados’. ‘Quieres dejar de soltar tonterías–el tono de la mujer era ya de dolor–. Que piensen lo que quieran, te hemos educado en valores y sabemos que eres incapaz de hacerle daño a nadie. Así que, la cabeza bien alta y adelante, mi amor’. ‘Ven aquí, campeón –notó los brazos fuertes de su padre rodeándole–. Vayamos a casa. Estoy orgulloso de ti porque te has portado como una persona íntegra, madura, leal… Desde ahora eres mi ejemplo a seguir, muchacho’. ‘Papá, no digas eso, por favor’. ‘¡Cuánto te pareces a tu madre!’. Algo retirado, con el susto metido en el cuerpo por si de un momento a otro aparecieran por cualquier esquina los carros de combate, el hermano pequeño permaneció quieto y con los ojos detrás del pelo ensortijado que le caí por la frente, más largo de lo común, hasta que una mano se posó en su hombro. ‘¿Piensas quedarte petrificado como una momia? –preguntó–. ¿Acaso no te alegras de verme, enano?’. ‘¿Dime cómo es la cárcel? –arrancó al fin–. ¿Te has hecho amigo de algún matón?’. ‘Horrible. De ninguno’. ‘Y las torturas, ¿es verdad lo que cuentan?’. ‘Yo no he visto nada’. ‘¿Traes marcas o tatuajes? Un amigo mío dice que las celdas están llenas de porquería y los colchones de piojos’. ‘Bueno –suplicó–, ya está bien de tanto interrogatorio’. ‘Es que quiero saber’. ‘¡Anda, tira! –le cogió su madre de la oreja–. ¡Menudo peliculero estás hecho!’. ‘Y si después me preguntan en el colegio, ¿qué digo?’. ‘Nada, me oyes –dijeron bastante enfadados–. Nada. Además, mira tú por dónde, durante todo un mes estás castigado a cortar leña, lavar los platos y ayudar al reverendo en la iglesia’. ‘¡Jo!, no es justo’. Desde ese momento Daunte Gray se encerró en sí mismo para ahorrarles el sufrimiento de conocer las veces que fue humillado, el episodio de la enfermería cuando se recuperaba de un presunto envenenamiento y tres convictos abusaron de él, la vista gorda de los carceleros viendo el pincho que le clavaron en el glúteo, cuya hemorragia tardó en cortarse, y tantas noches en vela, temiendo por su vida…
          Anthony Cohen observaba la escena desde el coche. Por primera vez en mucho tiempo sintió que su trabajo, empeño y esfuerzo mereció la pena viendo la emoción que desprendían aquellas sencillas personas a las que, la mala praxis de un sistema con muchos fallos, les habían arrebatado meses de vida cotidiana. Antes de poner el motor en marcha guardó en la guantera el historial clínico del chico donde detallaban el buen estado de salud tras el examen exhaustivo realizado al ingresar en prisión, nada que ver con las secuelas físicas y psicológicas con las que posteriormente salió. Hacía años, prometiéndose a sí mismo sacarlo algún día a la luz, que el agente recopilaba información respecto al trato negligente dado a los reclusos afroamericanos en algunos penales del país, lo cual no podía quedar impune ante la sociedad. Puso rumbo a su apartamento. Los sobres con facturas, propaganda comercial, invitaciones a eventos a los que nunca asistía, la revista mensual de pesca a la que estaba inscrito y alguna tarjeta postal de sus primos de Canadá colapsaban la parte baja de la puerta, apartó todo a un lado, soltó en un rincón la mochila y buscó un vaso limpio para servirse un whisky. El botón rojo del contestador automático parpadeaba, borró los mensajes que consideró sin importancia y preparó ropa cómoda para después de la ducha. Sin nada de comida en el refrigerador y como al día siguiente salía para la ciudad de Foley, enviado por el FBI, a resolver el caso del marido de Coretta Sanders, muerto por una paliza, se conformó con mordisquear media docena de cupcake, con chispas de chocolate, a punto de caducar. Una vez relajado descargó los documentos recibidos por e-mail respecto al caso del marido de Coretta Sanders. Y, aunque el asunto parecía estar muy claro, faltaba lo más difícil: detener a los culpables y probar la autoría de los hechos. ‘Ha contactado con el Departamento de Justicia de los Estados Unidos de América. Si conoce la extensión correspondiente al motivo de su llamada, márquela. De lo contrario, permanezca a la espera –dijo la locución–, en breves momentos le atenderemos’. Así lo hizo. La melodía de un tema de Simon & Garfunkel deleitaba los oídos. ‘Área de criminalidad. ¿Qué se le ofrece?’. ‘Hola. Soy Anthony Cohen, agente especial del FBI. Necesito documentación sobre agresiones raciales ocurridas en el estado de Alabama’. ‘Escanee su identificación, por favor’. ‘Claro, disculpe’. ‘Perfecto. Dígame la fecha’. ‘¿Sería posible de los últimos veinte años?’. ‘¡Uf!, eso me llevará buena parte de la jornada’. ‘Otra cosa, me interesan aquellos con implicación directa o indirecta del Klan, supongo que eso le resultará más fácil’. ‘Déjeme su correo electrónico y en cuanto lo tenga se lo envío’. ‘Gracias’. Le sobresaltaron las voces de una pelea callejera contra los cubos de la basura. Giró el cuello dolorido a consecuencia de la mala postura por haberse quedado dormido en el sofá. Amanecía preludiando un sol infinito e intenso. Amontonó las cartas en una silla, recogió la mochila y conectó en su celular la geolocalización obligada por la agencia federal de investigación para saber en todo momento, por seguridad, dónde se encontraba.
          Bueno mamá, no llores más, mujer, que no te vas para siempre. Además, el viaje al Parque Nacional de los Glaciares lo haces por placer, y nada menos que con tu grupo de senderismo, los conoces a todos, así que lo vas a pasar de maravilla, ya lo verás’. ‘Lo sé, hija. Pero precisamente ahora que te vas a meter en un buen lío con esa periodista, voy yo y te dejo sola’. ‘Estate tranquila, de verdad. En principio vamos a cenar y cambiar impresiones, todavía no hay nada definitivo’. ‘¿No puedes posponer la cita?’. ‘Se lo debo a Beth y a la niña’. ‘Ya. Lo que me preocupa es cómo se lo va a tomar la otra familia, cuando vean en la prensa el nombre de su hijo’. ‘Sabían perfectamente que era un maltratador, sus antecedentes así lo han demostrado. Ahora conocerán al asesino’. ‘En cualquiera de los casos, ándate con ojo y de noche no vayas sola por ahí’. ‘¿A qué hora salís?’. ‘A las 4 a.m.’. ‘Iré a despedirte’. ‘Pero si apenas faltan tres horas’. ‘Entonces, ¿me invitas a desayunar?’. ‘¿Huevos fritos, tocino crujiente, panecillos con queso derretido y un café típico del sur?’. ‘¡Cualquiera resiste esa tentación…!’.