2.
'De pequeño era un enclenque, no te vayas a creer, y bastante habilidoso
para coger todos los virus próximos a mí. Apenas comía, y rara vez sentía
apetito por aquello que más me gustaba. No sabes el suplicio que era tragar el
caldo de pollo con yema de huevo que las mujeres de casa se empeñaban en
hacerme beber. Cómo sería que lo aborrecí hasta el punto de no probar nunca más
algo elaborado con carne de ave. Y fíjate que, aun así, recibiendo cuidados
extremos, pasaba los inviernos encamado y tiznado de envidia porque mis
hermanos, montados en el coche de papá cuando no estaba de servicio, iban de un
lado a otro imaginando miles de aventuras protagonizadas por duquesas y
marqueses de postín’. Ismael reía con ganas, demostrando también gran
admiración por el interlocutor que tenía enfrente. Desde su encuentro fortuito
en Atocha, meses atrás, Ahmad Abu-Abbad y él se veían a menudo. ‘Un calvario, supongo. ¿Cómo resolviste el
problema?’. ‘Dándome cuenta de que tenemos
un número limitado de veces para realizar una misma cosa y que de las mías
había gastado unas cuantas sin disfrutarlas. Piensa que tocamos a un total de
crepúsculos por cabeza, de instantes de pasión, de botellas de vino para
descorchar en conversación con los amigos, de paseos por los lugares
preferidos, de regresar a esa galería de arte que no nos cansamos de visitar…
No sé si me explico, pero a mí me ha servido para gozar mucho más, asimilando
que venimos con fecha de caducidad’. ‘En
el sector donde trabajo todo transcurre muy rápido, porque a la que te
descuidas, ¡zas!, te pisan la idea. Funcionamos con mensajes cortos para el
consumo compulsivo, como si fuéramos encantadores de serpientes. Entre nosotros
manejamos el siguiente código: lo que entra por el ojo acaba en la tarjeta de
crédito. Acojonante, ¿verdad? Últimamente me encuentro descolocado. He de
romper determinados estereotipos y salir del bloqueo al que estoy entregado con
fervor’. ‘Seguro que lo consigues. Había
un rincón idóneo que te habría ayudado a aclarar los pensamientos. Estaba en mi
país, era el Gemmaizeh, más conocido como el Café de los Espejos, popular por
los techos ornamentados y bañados con el humo de las arguiles, donde los
habituales, por muy negro que tuvieran el horizonte, resurgían de sus propias
cenizas. Por allí vi pasar a intelectuales, a políticos, a famosos de otros
continentes entregados al anonimato y liberando tensión en las tablas del backgammon.
Pero ahora está cerrado. Oye ¿por qué no vienes conmigo a Barcelona? Tengo que
cuidar de mi nieto, sus padres se embarcan en una misión. Creo que te gustará
conocer el entorno donde se mueven y a lo que se dedican’. ‘Fenomenal. Todavía me deben unos días de
vacaciones en la oficina, mañana lo comunico y nos vamos’. Cuando salió de
casa de Ahmad caminó por la acera casi en penumbras. Notó que no había comido
en horas y tuvo necesidad de hacerlo. Pasó a la cafetería que hace esquina en
la calle de Huesca con Lazaga, pidió un pincho de tortilla y una caña de
cerveza. Estaba contento, se sentía alguien más noble en ese barrio de Tetuán
que antes conocía sólo de oídas. Nunca
imaginó que esa paz fuera el adelanto de un cambio importantísimo en su vida. Atravesó
en coche el centro hasta llegar a su domicilio. Una vez allí accedió por el
dormitorio a la azotea con vistas a la Gran Vía. Bajo el cielo de mosaico
estrellado se supo infinitamente pequeño…
Jasmin y Adrián, su marido, ayudan en
las labores de puesta a punto del buque Sin
Muros, perteneciente a la ONG del mismo nombre que está pendiente de tener
los permisos reglamentarios para zarpar hacia la costa de Siria y proporcionar
víveres y medicinas a otros barcos que operan en aguas internacionales
interceptando pateras de lona con suelo de madera, donde los inmigrantes,
hacinados, y en ocasiones sin hoja de ruta, van a la deriva hasta ser recogidos
por los equipos de salvamento, y poner rumbo a Europa: la Tierra Prometida
donde tratarán de construir un futuro mejor. Los ojos vigilantes de color miel
y avellana de una familia que hace la travesía cogidos de la mano impactan en
la negrura de la noche misteriosa situándolos en el marco de una realidad sin
vuelta atrás. La misma que les ha obligado a dejar sus raíces, a los seres
queridos, desgarrando la biografía que ya no escribirán juntos y también el
chasis donde se asientan las costumbres, la cultura, el idioma, la etnia, el
dialecto… Por eso, ahí, en mitad de la nada, a merced de la suerte o de la
desgracia, fluctuando entre el vacío y la incertidumbre, se preguntan si habrá
merecido la pena pagar el precio de arriesgar la vida para perderla quizá a
medio camino. Apenas se escucha el vaivén del agua chocando en los costados, ni
siquiera a lo lejos algún ruido de motor que traiga un atisbo de esperanza.
Alguien susurra unas plegarias en su lengua materna, mientras que, en el otro
extremo de la embarcación que parece a punto de romperse por exceso de peso, un
hombre de mediana edad pasa el rosario implorando que llegue pronto la luz, y
con ella la cara descubierta del día…
‘¿Está
la carga a bordo?’, −pregunta el patrón−. ‘Sí’, −responden−. ‘¿Todo en
orden?’. ‘Pues claro’ –contestan
a coro. Son grandes estibadores, expertos en ganar el mayor espacio posible
porque saben muy bien lo que se hacen−. ‘En
esos contenedores van gasas, vendas, sueros fisiológicos, antihistamínicos…,
material muy básico que necesitan los compañeros que siguen por allí. Así que
hay que hacer hueco por donde se pueda para incluir también barritas
energéticas y botellas de agua. Su situación es complicada, los guardacostas no
les permiten acercarse y, lamentablemente, los primeros ahogados cubren ya la
superficie. Se están quedando sin chalecos salvavidas y sacos para cadáveres,
les llevamos todos estos’ −señala el montón apilado−. ‘¿Y la cámara térmica?’. ‘Para
Médicos Sin Fronteras, se les ha estropeado la suya. Esta zona de cubierta
−giran la cabeza− hay que despejarla para
acomodar a las dos embarazadas que traeremos con nosotros. El barco de
voluntarios que las ha rescatado espera puerto para desembarcar, los bebés no’
−el comentario provoca risas−. ‘Y si se
ponen de parto en mitad del océano ¿qué haremos? He de llevar arreglo para
preparar algo reconstituyente’ −dice angustiado el cocinero−. ‘No sufras, viene un médico acompañando a un
pequeño con una lesión renal aguda. Nos han encargado su traslado, así que,
dado el caso, puede atenderlas. Quiero deciros también que entre los náufragos
hay un total de ocho niños y niñas huérfanos. Los instalaremos en proa, en esas
colchonetas. Han agilizado la parte
burocrática con los servicios sociales hasta que les encuentren una familia de
acogida. Por eso, aprovechando que vamos, y que esta vez nos volvemos de vacío,
hacemos de ambulancia’. ‘¿No es
arriesgado?’ −comenta otro miembro de la tripulación−. ‘Sabes que hemos tenido más de un conflicto
legal por algo parecido’ −salta otro−. ‘Estamos
autorizados, y seguimos el protocolo marcado. Además, tanto la Generalitat como
el Ajuntament de Barcelona, al habla con el Gobierno central, se han ocupado de
facilitárnoslo’.
Adrián escucha la conversación atentamente mientras revisa
aquello que depende de él: depósito del combustible lleno, y asegurarse de que
en el área de camarotes han quedado perfectos los últimos remates. Antes de
iniciar cada expedición, y para no olvidar los motivos que le empujaron en
realidad a optar por esto, recuerda cómo fueron sus comienzos. Durante los
cinco años de estancia en Beirut, alternó su oficio en la construcción con el
compromiso social adquirido. Uno de los días, cuando todavía faltaba la mitad
de la obra, almorzando con la cuadrilla en ese comedor improvisado a pleno sol,
miró hacia arriba del esqueleto que después sería un rascacielos de lujosos
apartamentos y comprendió que aquello carecía de sentido y que había llegado el
momento de dar un giro radical. Se involucró, si cabe más, con el movimiento de
la Media Luna Roja, que recibía numerosos avisos de hundimientos en las playas
de Zawiya, donde no daban abasto a recoger los cuerpos inertes de los migrantes
que habían partido desde la frontera con Túnez, ni tampoco a proteger de las
mafias que sin ningún tipo de escrúpulos trafican con seres humanos, a quienes
jugándose el pellejo conseguían llegar hasta la orilla. Esas durísimas experiencias,
tan adversas, le valieron para mantener la serenidad, fortalecer la capacidad
de aguante y llegar al objetivo marcado. Eran tiempos convulsos para moverse
por el polvorín de callejuelas que desembocan en el Mediterráneo, a pesar del
gran don que tienen los beirutíes, capaces de levantar la cabeza por encima de
los desastres. Israel se retiraba de los territorios ocupados en el sur del
Líbano cuando la tensión se recrudeció al hacerse los libaneses con parte del
caudal del agua de uno de los afluentes del río Jordán, lo cual reactivó de
nuevo el cruento enfrentamiento. Entonces coincidió también que la madre de
Jasmin empezó con molestias en el hígado. El joven matrimonio la visitaba a
diario. Una noche, aprovechando el momento de relajo, y que Ahmad Abu-Abbad hablaba
con unos vecinos sobre una cata de vino que a la semana siguiente había en los viñedos
del valle de Bekaa, Adrián dijo a su mujer: ‘Estoy pensando dejar mi trabajo y dedicarme sólo a las tareas
humanitarias. Hay un grupo de personas en España que van a levantar una ONG con
recursos muy sencillos. Me he puesto en contacto y puede que colabore en el
proyecto’. Una maraña de dudas se apoderaba de ella, embarullando las
piezas del puzle que preferiría dejar como estaban: la residencia en el Beirut
que no la engaña y maneja tan bien, la educación que quería darle a su hijo con
aquellos valores que cree fundamentales, el consuelo de vivir a un paso de sus
padres y correr a su regazo si empiezan los bombardeos, y la serenidad que le
aporta desenvolverse por los rincones conocidos. Retorcida por dentro no se
atrevió a manifestar lo que sentía, a pesar de tener un marido absolutamente
tolerante. Al presente la trajo el aroma del café humeante con semillas de
cardamomo, que traía una de sus cuñadas en la cerve recién quitada del fuego. Lo que no supo hasta mucho después
es que el destino le pasaría rozando como un tsunami…
Hola Mayte!
ResponderEliminarMuchísimas gracias.
Va a ser una historia dura y muy interesante.
Qué bien escribes!
Un beso
ángela
Querida: me dejas con las carnes abiertas. Te quiero. Un beso.
ResponderEliminarEl cafe de Gemmayzeh era un gran lugar para jugar al tric trac tomar un cafe, charlar y escuchar musica ...
ResponderEliminarNo se porque me da que con esta historia vamos a emocionarnos un poquito.
ResponderEliminarEntre que es un tema sensible, una ya tiene una edad y que destripas las situaciones con maestría, me veo acongojada cada 15 días.
Pero seguro que merece la pena.
Qué bien me lo paso entre seres humanos, esos que sienten y padecen, que ríen y lloran... Y qué bien me rodeas de ellos, amiga. Con qué facilidad tocas el corazón...
ResponderEliminarGracias, ESCRITORA!
Una historia dura, interesante y llena de sensualidad. La cuentas tan bien! Besos
ResponderEliminarUna historia que podria ser real com la vida misma.
ResponderEliminarMe temo que va a ser durisima.
Un beso
Me encanta todo cuanto escribes. Mujer comprometida sencilla y amena. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarHe vuelto, gran inicio y emocionante segundo capítulo, genial y además promete, has puesto muy altas las expectativas, enhorabuena.
ResponderEliminarUn beso