…Cuál sería el instante, quién le enseñó estas cosas
cuando probó la muerte y amaneció entre sombras...
cuando probó la muerte y amaneció entre sombras...
Víctor Manuel.
Hay
relaciones que, como bien sabemos, pasan por distintas etapas. Las más sólidas, si se mantienen arraigadas al
cariño, prevalecen por encima de malentendidos, envejeciendo al lado hasta el
final de nuestros días. Algunas de ellas, absolutamente entrañables, lo hacen
incluso salvando la dificultad añadida que pone la distancia. Pero la
influencia que ejerzan en nosotros determinadas compañías de naturaleza
conflictiva, y que rompen la soldadura del sentido común, dependerá, sin lugar a dudas, del nivel de manipulación que
cada uno tengamos, hasta que, en un arranque
por recuperar la lucidez, quisiéramos darnos de hostias, al habernos dejado
llevar por quienes nos complican la existencia, frente a aquellos que, tratando de abrirnos los ojos, puedan haberse
sentido ninguneados.
Eso es lo que pensaba Daniela
Baxter, resumiendo un poco su biografía, mientras velaba en solitario el cuerpo
del único pariente cercano que siempre tuvo: su padre. Emigrante neoyorquino,
del condado del Bronx, y afincado en Cabanas, La Coruña, contrajo matrimonio
con la mujer que seis años después lo abandonara con un bebé de apenas uno. Entonces
tomó la decisión de quedarse solo en un país donde
imaginó que podría darle a la niña, quizá una peor calidad de vida, con menos
oportunidades, pero sí mucho más segura y relajada. Sin embargo, al cumplir los
dieciocho, a Daniela se le quedó pequeño aquel encantador municipio gallego.
Tenía necesidad de comerse el mundo, de ser anónima, de triunfar, de
enamorarse, de conseguir un trabajo, de formar tal vez una familia y llevarse a
su padre de vacaciones. Por eso, cuando su gran amiga y compañera de clase le
propuso irse juntas a Cádiz, donde una prima de ésta les buscaría alojamiento
barato, no se lo pensó dos veces; activó la adrenalina de la ilusión y emprendieron viaje, quedándosele, en el fondo, un
sabor amargo, al ver al padre en la estación, despidiéndola abatido, aunque
comprendiendo que la separación tendría que llegar algún día. En cualquiera de los casos, una
cosa era poner la aventura sobre el tapiz de los sueños, y otra muy diferente
agregarle los colores de la cruda realidad, porque, aunque los primeros
meses tiraron con el dinero que había traído cada una, al igual que le ocurre a
la paciencia, éste se agotaba, lo que terminó por hacer
insostenible la convivencia, determinando la separación de sus destinos.
Una mañana que despertó con tremenda
resaca tirada en la playa, se encontró, cerca
de la pensión, a un huésped que veía de vez en cuando. Cruzaron unas frases y
él la invitó a desayunar. Atraída por la
persona que la arruinaría su vida, Daniela le contó que estaba desesperada y a
punto de tirar la toalla. Se resistía a volver a Cabanas frustrada, fracasada y paupérrima…, Para impedirlo estaría
dispuesta a conseguir pasta como
fuera. El hombre, manejando muy bien la seducción, le propuso entrar a formar
parte del negocio que resolvería completamente sus males: hacer entregar a
clientes muy discretos pequeñas cantidades de droga, a porcentaje, sin peligro
y con el privilegio de ser la primera en probar la mercancía. Así fue como el caos y el desorden se colgaron de sus faldas, introduciéndola
en un mundo hasta el momento desconocido para ella. Pero la realidad era que
estaba más enganchada de lo que imaginaba, porque necesitaba más perico del que vendía, llegando a
prostituirse para saldar sus deudas. Tampoco
fue suficiente, por lo que se unió a un grupo de rateros que conocía, participando
en diversos robos, hasta que fueron detenidos por la pasma. Afortunadamente los meses de cárcel la sirvieron,
primero, para desengancharse y, segundo, para
comprender que aquel no era su lugar, ni ese hombre un buen compañero con quien
compartir la vida. Decididamente, quería regresar…
Había recorrido más de mil
kilómetros en autocar hasta llegar a Galicia, tenía los huesos molidos y traía
un ERE sentimental alineado al corazón, pero la cara de agradecimiento y
felicidad de su padre, extendiendo los brazos
para recibirla, compensaba lo anterior por duro que hubiera sido. Sin embargo,
la apenaba muchísimo haberlo encontrado envejecido, sensible, indefenso…,
parecía mentira que aquel hombre fuera el mismo que con tanta fuerza la sacara
adelante. El barrio apenas había sufrido cambios. Salvo algún negocio cerrado, todo
permanecía igual. Al final del segundo tramo de escaleras, observando que el padre
respiraba con cierta dificultad, se pararon unos minutos. Cuando por fin entró
en la casa lo hizo emocionada y con nostalgia. Pasó los dedos por encima de los
muebles, la vista por cada rincón de su dormitorio, la memoria de atrás por los
objetos, por la colcha de color teja, por el armario donde seguramente aún
estarían sus ropas de infancia. Pero enseguida
comprendió que ni de allí, ni de ningún otro sitio, tenía recuerdos nuevos, y
lo peor es que no había sido capaz de crearlos, y
mucho menos de retenerlos, como le ocurriera al protagonista de la película Memento, brillante historia que se
desplaza hacia atrás en el tiempo, tejida con inteligencia por Christopher
Nolan.
Estos recuerdos, como decía al
principio, acudieron a la memoria de Daniela en
la sala solitaria del Tanatorio. Tras incinerarle, el resto del día lo pasó caminando
por el municipio, ordenando pensamientos, limpiándose los pulmones de tanto
tabaco fumado, alargando el momento de llegar al silencioso hogar, a la butaca
vacía, a la copa de vino tinto y sin brindis… Ocuparse de su persona, haciendo reparaciones emocionales, era el proyecto
más inmediato que tenía, sabiendo que para ello necesitaría rememorar algunos episodios tormentosos
de su pasado. Así fue que al entrar en la casa, a pesar de que la ausencia del
padre se notaba en el ambiente, rescató la curiosidad del primer día, de
aquella primera noche que durmió a pierna suelta, cuando volvió como lo hacen
las manos frías al otoño: buscando caricias de chimenea.
Ahora no tenía más preocupaciones que ella
misma. Sabía positivamente que no caería de
nuevo, que saldría adelante con toda dignidad y que, con ese nuevo rumbo en su
vida, su padre estaría orgulloso de ella, porque, como dice Víctor, en los
versos del principio, “probó la muerte y amaneció entre sombras”. Daniela sabía
perfectamente que hay personas que se instalan bajo el toldo del victimismo, o
se pasan hora tras hora retroalimentando la hormona de la amargura, por la
incapacidad o falta de decisión que tengan para levantar cabeza. Pero ese no
era su caso. No pertenecía a ese grupo pese a las duras experiencias vividas.
Sabía perfectamente que sacaría lo mejor de sí, acababa de salir el sol y
pensaba aprovecharlo.
Me he sentido enganchada por este relato tan íntimista. Lo he entontrado de sabor agridulce, como la vida misma pero edificante y esperanzador al mismo tiempo.
ResponderEliminarSiempre me metes dentro de la historio hasta oler «los huevos al caballo»… precioso, compañera. Precioso.
ResponderEliminarGracias por tu trabajo. Hay en él, al margen de la historia, frases impagables... Lo comparto en FB para que cada día te lean más personas. Me encanta tu prosa.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Mayte, como bien sabes, perdí un hijo casi adolescente por culpa de las drogas. Hoy me he identificado con el padre de Daniela. Tienes un potencial envidiable. Nunca dejes de escribir.
ResponderEliminarHistoria de superación, tras una mala etapa, facilitada por una buena base previa como la proporcionada por la relación con el padre. Sin esa "agarradera", con las fuerzas propias, quizá no hubiese sido posible. Como casi siempre, haces referencia a algún libro, canción, película,...; en este caso a "Memento". Hasta el próximo. Un abrazo.
ResponderEliminarEntrañable historia de superación, en algunos aspectos me identifico con la protagonista, las salidas son duras, buscas el regreso, pero no siempre es como te gustaria, el tiempo pasa, nada es igual...
ResponderEliminarUn abrazo
Siempre consigues tocar las fibras más sensibles.
ResponderEliminarUn beso.
Regina Moliner Bolòs Precioso relato, Mayte, cuantos soles desaprovechados y malvividos... Qué torpes somos a veces!
ResponderEliminarMe ha gustado Mayte que el final de la historia sea esperanzador y positivo, ya que todos conocemos historias más o menos próximas, cuyos protagonistas no han tenido la fortaleza o la suerte de la de tu relato. Un beso,
ResponderEliminarComo se puede decir tanto en tan poco tiempo. Felicidades!!!!!!!
ResponderEliminarOjalá todos los hijos "descarriados", tuvieran la fuerza y el coraje de volver a sus raíces, estoy segura que no habría tanta gente mendigando en las calles hechos unas piltrafas.
ResponderEliminarMuy bonito el relato (como siempre)
Un beso fuerte
Sabía que me iba a gustar con ese principio...je,je,je. Pero me ha encantado, Mayte. No dejes de escribir, este relato es impresionante. Pero impresionante de impresionar, osea IMPRESIONANTE!
ResponderEliminarPrecioso relato, Maite. Enhorabuena!!!
ResponderEliminarPrecioso relato, que al final termina de forma optimista. Es que al acabar de leerlo me he acordado de aquella canción de Juan Bautista Humet, "Clara".
ResponderEliminarme ha encantado. Un abrazo!
ResponderEliminar"Ocuparse de su persona, haciendo reparaciones emocionales, era el proyecto más inmediato que tenía..."
ResponderEliminarPero son tan difíciles esas reparaciones...
Preciosa frase.
Una vez mas " la pera" mucho en muy poco como siempre. Precioso Mayte. Un beso
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