A la memoria de Enrique Valdevira, Luis
Javier Benavides, Fco. Javier Sauquillo, Serafín Holgado y Ángel Rodríguez,
asesinados brutalmente por la extrema derecha.
Desde
aquel 24 de enero de 1977, que salvé la vida porque así lo quiso el destino,
cuando un comando ultraderechista, con la intención de matar a Joaquín Navarro,
Secretario General del Sindicato de Transportes de CCOO en Madrid, asesinó a
sangre fría a un administrativo y cuatro abogados, de un total de nueve que se
encontraban en el despacho laboralista del número 55 de la calle de Atocha, no
he hecho otra cosa que moverme de un sitio para otro, huyendo quizá de la
tentación de echar raíces que pudieran comprometerme a algo o con alguien. Por
eso ahora, que retorno años después, a la altura del teatro Monumental, cuando
se detiene el taxi que me trae desde el aeropuerto, y a pesar de lo mucho que
ha cambiado la plaza de Antón Martín, y las gentes que transitan por ella, no
puedo evitar que quieran paralizarme a pie de acera los recuerdos de aquella
noche, de los compañeros corriendo desesperados, de los que llorábamos por las
esquinas, de las sirenas de las ambulancias y del miedo, la impotencia y la
mala baba que se apoderaba de nosotros. Sin embargo, en lugar de dejarme
arrastrar por ellos, avanzo los metros que me separan del portal del edificio
abandonado, traspaso la puerta –cruzada en horizontal por una banda adhesiva
con el rótulo de Próxima Construcción
en letras grandes, que rompo y retiro– y subo uno a uno los peldaños de madera,
hasta llegar al tercero izquierda, donde me ha parecido volver a escuchar: ni un despedido, ni un sancionado.
A decir verdad, no me ha
resultado difícil acceder al interior de la vivienda. La cerradura está
arrancada, las paredes desconchadas, y las ventanas con los cristales rotos.
Dentro no queda nada: ni aparatos de teléfono, ni papeles, ni multicopista…
Pero para mí la sensación es que todo permanece en su sitio, como si nada se
hubiese desplazado un milímetro, como si ellos realizaran las mismas funciones
de entrar y salir de entonces, y sea solamente yo la que ha envejecido, la que
trae los cabellos blancos y la marca de las heridas. En una de las
habitaciones, y por casualidad, encuentro un cajón fuerte de madera para sentarme.
Podría decirse que, después de treinta y cinco años, me niego a admitir la
muerte de mis compañeros, pero yo relaciono esta resistencia que ven los demás
con el hecho de haber salvado mi propia vida. Nunca me lo he perdonado, y he
maldecido hasta el infinito haberme quedado aquella mañana en casa, haber
recibido en mano el telegrama donde
comunicaban que la reunión de por la noche, que tendríamos los abogados del
Partido Comunista, se trasladaba de piso, para no coincidir con la comisión de
transportistas allí asambleados.
Salí con tiempo para llegar
pronto y cambiar impresiones con Paco Sauquillo –colega asesinado– sobre la
denuncia que habíamos presentado en el Juzgado, por el asesinato de un
estudiante en la embocadura de las calles de Silva y de la Estrella, en el barrio de Malasaña, dos días antes. Pero
cuando subí al despacho que teníamos en el número 49 aún no había llegado. Así
que aproveché para prepararme la intervención que tendría más tarde. Pasados
treinta minutos de la hora convocada, iba llegando la gente, y a mí seguía
extrañándome no verle ya por allí, pero escuché comentar a alguien que seguían
en el otro despacho un rato más, porque el telegrama no lo habían recibido
todos. Aunque las ventanas no encajaban bien, al haber tantas personas
conversando, no escuchamos el ruido de sirenas ni el jaleo formado en la calle,
hasta que un conocido del barrio, comunista como nosotros, llegó con la cara
desencajada por el espanto y entre sollozos pudo contarnos… No sé cómo llegué
hasta allí, ni cuántos vinieron conmigo, pero recuerdo perfectamente que lo
primero que vi fue a Lola González, herida de gravedad, y caída sobre el cuerpo
sin vida de su marido Francisco Javier Sauquillo. Las piernas nos temblaban;
algunos caímos sobre las escaleras al sentarnos, con el rostro oculto entre las
manos, por la atrocidad ensangrentada de lo visto.
Meses después de legalizar al Partido
Comunista, desaparecí voluntariamente: México, Buenos Aires, Canadá, Bogotá,
Moscú… Aunque tuviera poco que ver con mi profesión, aceptaba cualquier oferta
de trabajo, cualquier propuesta, por descabellada, complicada o arriesgada que
pareciera, con tal de mantenerme ocupada, para no seguir dándole vueltas a una
culpa sin fundamento.
1977 fue el año de Encuentros en la Tercera Fase, de Fiebre del
sábado noche, del éxito radiofónico de La Saga de los
Porretas, del procesamiento de Juan Luis Cebrián por un presunto delito
de propaganda anticonceptiva y del nacimiento de la revista de humor El Jueves. De las muertes de Groucho Marx, Elvis y Antonio Machín.
Pero también fue un año de conquistas: pusieron en libertad a los procesados en
el caso Montejurra, tuvimos las
primeras Elecciones Legislativas,
declararon el CESID como único Servicio de Inteligencia y se creó la Audiencia Nacional suprimiendo el Tribunal
de Orden Público. Pero, sin lugar a dudas,
para muchos de nosotros, ciudadanos de a pie, el comienzo de año no pudo ser
más doloroso, porque, bajo el grito y puño en alto de Amnistía y Libertad, vimos sesgada la vida de cinco personas, cuyo delito,
según criterio de los hijos de la patria,
fue arremeter contra el régimen. Pero ya estoy vieja. Vieja y enferma. Enferma
de tanto huir, de no haber echado raíces, de sufrir la amarga sensación de
haber sido indiferente, de no haber dejado marca ni huella. Por eso he vuelto:
no sé si a enfrentarme con mis fantasmas o a morir junto a los míos… Pero de lo
que estoy completamente segura es de que he
vuelto para poner orden dentro de mí, y encontrar la paz, cueste lo que me
cueste.
Pues no está nada mal un poco de memoria histórica para los tiempos de incertidumbre que vivimos. Bien escrito, Mayte.
ResponderEliminarMi padre trabajaba de camarero en un bar de la zona y esta mañana cuando hemos leído su relato, los ojos se le han llenado de lágrimas. Me ha pedido que le agradezca su delicadeza al narrar los hechos. También me pide que deje constancia aquí, que sigue siendo comunista y así morirá.
ResponderEliminarTengo la impresión que estos hechos, por simple razón de edad, son absolutamente desconocidos para gran parte de los españoles actuales. Pero así es el paso del tiempo. Y recuerdo la canción de Luis Pastor, cantautor afin a las ideas de las víctimas: "Están cambiando los tiempos...". Se refería a otros tiempos, a aquellos de los tiempos recordados. Ahora también están cambiando pero, a diferencia de entonces, parece que ahora el cambio es a peor para la mayoría.
ResponderEliminarQue no se olviden de ellos nunca...
ResponderEliminarLos que vivimos aquellos momentos, en nuestra estrenada juventud, todavía lo recordamos por lo impactante aquel suceso. Recorrer ese tramo de la calle Atocha nos hace despertar los sentimientos de tristeza, rabia e impotencia que aquel día nos embargaron a muchos. ¡Cómo la memoria deja archivadas esas escenas! No debemos olvidar, estar donde estamos ha sido fruto de un largo y costoso recorrido.
ResponderEliminarCiertamente, Mayte, es necesario que no olvidemos estos terribles crímenes, que forman parte del gran precio que la izquierda ha tenido que pagar en este país para acceder a una cierta normalidad democrática, y digo cierta, porque todavía quedan pendientes de resolver, entre otras cosas, los dramas de las familias que aún buscan a sus seres queridos dispersos por tantas cunetas de la geografia española, que también buscan poner fin a ese sufrimiento.
ResponderEliminarMuy buen recuerdo para esos luchadores de la democracia!!
Un beso,
Tere
Emotivo homenaje.Siempre estarán en la memoria.Muy bien,Mayte.
ResponderEliminarEstá bien mirar hacia atrás de vez en cuando. Para no olvidar las cosas, básicamente. Y más -creo- en estos tiempos que corren... Espléndido, Mayte.
ResponderEliminarEs un buen momento para recordar historias como estas. La memoria histórica es imprescindible para intentar un futuro mejor.
ResponderEliminarRemover la conciencia nos viene muy bien de vez en cuando.
Lourdes
Estoy de acuerdo que no hay que olvidar que para estar donde estamos muchos han puesto energias y esfuerzos y algunos han perdido la vida. No hay que dejar espacio a los que pretenden hacernos retroceder. Ademas me ha gustado el toque personal dentro del hecho histórico de intentar poner orden en la vida de uno mismo. Es fundamental para poder poner despues "seny" en la de la comunidad.
ResponderEliminarMi querida mayte, recuerdo perfectamente esos días, yo quizá era demasiado joven para darme cuenta de la gravedad del tema, pero veía a mi alrededor indignación y miedo, un miedo que parece que se ha vuelto a instalar en nuestra vida, que me produce una profunda pena.
ResponderEliminarEs un relato muy real y que imagino se vivió por muchas personas, como siempre magnifico.
Un beso preciosa.