15.
Cuando el celador más simpático del
recinto hospitalario abre la puerta corredera de la habitación y saca a Megan
Aniston en la cama con el cabecero levantado y lista para subir a Medicina
Interna donde presuntamente pasará una larga temporada, el turno de mañana en
la Unidad de Cuidados Intensivos, del Detroit Medical Center, encabezado
por la doctora Violeta Reyes, hace un pasillo despidiéndola entre aplausos y
felicitaciones por lo valiente que ha sido luchando con fuerza para conservar
la vida. Ella, emocionada y abrumada por tanto cariño recibido rompe a llorar
mientras levanta la mano izquierda y les dice adiós llevándose la otra al
corazón en muestra de agradecimiento hacia todos ellos. A punto de terminar las
prácticas y con la preocupación del futuro incierto a flor de piel, la
estudiante colombiana tampoco reprime las lágrimas ni el impulso de besarla en
la frente. Una vez dentro del ascensor este se detiene en la quinta planta y,
aunque el ambiente que se respira parece más oxigenado, sigue habiendo un
silencio sepulcral que congela las entrañas. A través de amplias galerías en
cuyo techo parpadea un fluorescente sí y otro no, realizan el trayecto escondiendo
la risa detrás de la mascarilla. De repente, tuerce hacia un espacio muy
luminoso, alegre, de paredes blancas y grandes ventanales donde se vislumbra a
lo lejos el skyline de Canadá. El control de enfermería indica el final
del recorrido.
–Bueno,
querida, te dejo en buenas manos, aunque mis compañeros y compañeras no son tan
guapos ni guapas como yo –bromea colocándola en el sitio correcto y accionando
los frenos de las ruedas–. Te deseo una pronta recuperación.
–¿Ya
no vendrá?
–En
cuanto tenga un momento, me escapo y subo –las mentiras piadosas son menos
mentiras, repetía para sí, aunque podría darse el caso.
–Gracias
por el paseo.
–¡Va!,
no ha sido nada, la gasolina –se toca ambas pantorrillas– es barata. Aquí tiene
el timbre –se lo acerca– por si necesita llamar.
–Gracias.
–Cuídese
mucho, abuela.
–Y
tú, y tú.
–¡Anda,
quién viene! No se quejará ¡eh! –entra la hija de Megan Aniston y él sale.
–Cariño,
¿por qué has venido? Esto es muy fatigoso para ti. ¿No está tu marido?
–Fue
a recoger la bolsa de alimentos semanal a la iglesia del reverendo Bob W.
Perkins, y por mí no te preocupes, mama, puedo hacerlo, ya es hora de que cuide
de ti. Además, quiero estar para cuando vengan los médicos, así me entero bien
de las cosas.
–Pronto
volveré a ocuparme de todo, ya lo verás –son interrumpidas por un desfile de
batas blancas.
–Hola
Megan. Soy el doctor Nathan Trembley y, a partir de ahora, seré su médico. ¿Cómo
se encuentra? –dice este canadiense de color y mediana estatura.
–Bien,
dispuesta para irme a casa.
–¿No
quiere quedarse un poco con nosotros? Tenemos que mejorar esos músculos y
alguna reparación más, hemos de poner en marcha el motor.
–Bueno,
pero habrán de darse prisa, he de atender a mi familia.
–¡Mamá,
por favor! –exclama la hija.
–Ya
habrá tiempo de eso –prosigue–. Por lo pronto vamos a hacer una serie de
pruebas para arrojar luz al diagnóstico y según den los resultados tomaremos
decisiones. También subirán del servicio de Rehabilitación a valorar si puede
bajar al gimnasio o realizan los ejercicios aquí. Mi colega de la UCI señala en
el historial que ha superado usted más de una crisis importante mientras estuvo
en coma, ha peleado duro, ¡eh! eso juega a favor suyo. Ahora vendrá un enfermero
a sacarle sangre.
–Igual
no tengo venas, me han pinchado tanto –sonríen.
–Va
tolerando la dieta, pero dígame ¿algo no le sienta bien?
–¡Ay,
doctorcito!, cuando el pan te falta a diario, te sabe todo bien rico.
–Eso
lo comprendo, sin embargo, he de saber si tiene intolerancia a algún alimento.
–No,
a ninguno. ¿Cuándo podré sentarme un poco para descansar de la cama?, este
colchón me tiene molida. ¿Podría hacerlo?
–Esperemos
al menos hasta mañana, de momento recomiendo permanecer tumbada, más adelante
lo iremos haciendo –da media vuelta y se marcha.
–Mamá,
déjales hacer. Voy al baño, enseguida vuelvo –pero Megan Aniston, sin un pelo
de tonta, sospecha que va al encuentro de los médicos, como así es.
–Perdone,
doctor Trembley, dígame la verdad, ¿está grave?
–Su
madre tiene una edad y es de riesgo, intentaremos resolver los problemas
surgidos a consecuencia del covid. Habrá de tener en cuenta que posiblemente ya
no pueda mantener el mismo ritmo de antes, pero no se preocupe, Violeta Reyes
la ha sacado adelante y yo no voy a ser menos –tiene un gesto cariñoso y hace
lo posible por desprenderse de ella.
–¿Qué
pruebas la van a hacer? ¿Hasta…? –no puede acabar la frase
–La
informaremos, no lo dude. Y ahora, si me disculpa, he de atender a otros
pacientes. –Estática, como si tuviese los pies clavados en las baldosas, los vio
desaparecer inmersos en ese lenguaje técnico que tanto asusta. Regresa a la
habitación y varias enfermeras y enfermeros rodean a su madre, es una bajada de
tensión, escucha…
A
la caída de la tarde, con el traje de la pereza echado por los hombros, el reloj
sin minutero abrochado en la muñeca, el peso de las nimiedades cargadas en la
mochila creyendo que fui el más feliz del universo por sacar fajos de billetes
delante de mis semejantes, los zapatos de lluvia con material permeable y ajeno
a la realidad a punto de ocurrir justo en el mismo lugar adonde me dirijo, salgo
de casa con un maletín invisible y el celular sin cobertura, imitando a la gente
ocupada como también yo lo estuve. Algunas personas van a la carrera para
llegar a tiempo de ocupar su asiento en las gradas en Comerica Park, uno
de los mejores estadios donde se juega al béisbol. Sin embargo, hoy la fiesta
del deporte se verá empañada por un hecho absolutamente detestable. Caen las
horas previas al evento y los alrededores con apenas algo de tráfico siguen estando
muy solitarios. Una mujer de aproximadamente cuarenta años camina por Brush
St con E Adams Ave escuchando música a través de los auriculares inalámbricos.
Da clases de biología en la universidad donde ha desarrollado una carrera brillante
y exitosa. Es inteligente, espabilada, estricta, disciplinada, asequible y arrolladoramente
alegre. Sin embargo, pese a haberle ido las cosas muy bien en el ámbito
profesional, planea un futuro prometedor y arriesgado lejos de allí, en African
Conservation Foundation para poner al servicio de los demás sus
conocimientos protegiendo la vida silvestre en peligro de extinción. Hasta
donde recuerda la atrajo la idea de conocer el continente africano y por fin
iba a ver cumplido su sueño. Dos años antes inició cambios importantes rompiendo
con su novio de siempre, ya que la relación amorosa, muy deteriorada, se estaba
convirtiendo en una montaña rusa cayendo fuera de los rieles. Tomar dicha
decisión significó para ella dar un paso sincero e importante: no estaba
enamorada. En un principio el tipo encajó el golpe bajo con tremenda inacción, pero
conforme lo asimilaba el semblante turbio de la venganza enmascaró su rostro.
De repente, apretó los dientes, cerró los puños, contuvo la ira expulsándola a través
del sudor, se excitó como nunca y cogiéndola por sorpresa contra la pared la penetró
agresivo. Asustada, con el corazón apenado y mucha tristeza, se metió en la
ducha, guardó algo de ropa en la maleta y volvió al viejo apartamento en el Downtown
de Detroit, donde continuaba viviendo una de sus mejores amigas quien, al abrir
la puerta, la acogió con los brazos abierto. Cuando se calmó y pudo contar lo
sucedido, la otra preparó una taza de cacao caliente que ambas tomaron como reconstituyente.
Hasta ahí, todo bien.
Durante
los veinticuatro meses siguientes ha conseguido mantenerse tranquila y estable,
sobre todo porque él se trasladó a Ohio, lo cual, sin lugar a duda, ha proporcionado
un poco más de relajo a su estabilidad emocional. Volcada en el trabajo y en la
gente que la apoya desde un primer momento ha ido superando aquella brutal experiencia,
aunque todavía en noches cerradas sin luna llena la memoria se le llenan de
fantasmas. Ahora apura los últimos días en la universidad y sospecha que las
compañeras y los compañeros andan organizando una despedida sorpresa en los
salones del campus. Hoy el equipo local de la ciudad, los Detroit Tigers,
en Comerica Park, aspiran a hacerse con un trofeo más a exhibir en la vitrina
del club, disputando un partido contra otro contrincante de la Liga Americana. Todavía
falta un poco para el evento cuando ella camina por los alrededores de Elwood
Bar y Grill, frente al estadio, donde había disfrutado en varias ocasiones del
sabor de la buena cerveza. El GPS del móvil señala el trayecto más corto hacia
el 3256 Grand River Ave, ubicación exacta de Goodwill Industries,
la tienda de segunda mano en la cual piensa comprarse algo apropiado para
África. Según llega titubea si continuar por la estrecha acera o atravesar una
zona verde vallada y en obras, opta por lo segundo: el camino más corto. Los
auriculares inalámbricos se quedan sin batería y deja de escuchar música. Mientras
los guarda en la funda un hombre con pasamontañas y vestido de negro parte a puñetazos
unos palés arrinconados. La lógica le dice que huya lo antes posible sino
quiere tener problemas, pero el pánico la ha clavado en el molde del asfalto. Entonces,
cogiéndola por sorpresa, se acerca por detrás y la arrastra de los pelos hacia
el rincón más lúgubre, la lanza con fuerza contra las maderas rotas y
astilladas y empieza a propinarle patadas en el estómago, el pubis, los pechos,
la cara y la espalda. Una, tres, cuatro…, veinte veces, hasta que, provocando
un ruido ensordecedor, la tira sobre los cubos de basura esparciendo un charco
de sangre alrededor suyo. Reconoce la voz jadeante del otro, su aliento a sarro
y nicotina, el olor a sudor, los dedos ásperos de yemas agrietadas apretando su
garganta, la longitud del pene dentro de la vagina, las palabras obscenas que
tanto detestó y luchó por borrar de la memoria, la frustración y la derrota, el
deseo apremiante de acabar con el sufrimiento cuanto antes, la luz y la oscuridad,
el bien y el mal, el ayer y el presente, el último anochecer... Detrás de unos
arbustos, paralizado como el cobarde que soy, lo he presenciado todo. Ella, al
verme, pide auxilio con la mirada y con la punta de los dedos roza la nada para
palparme, pero, igual que siempre, no quiero problemas y huyo sin ningún cargo
de conciencia, o eso creo.
La
policía recibe una llamada anónima y la patrulla que hace la ronda por la zona
se persona hasta el lugar de los hechos donde encuentran al presunto homicida
sentado en el suelo con un cuchillo de grandes dimensiones y a la mujer tumbada
de espaldas, con el pelo impregnado en orina y vómito, inmóvil junto a él. Con
sumo cuidado, para no alterar ninguna prueba en la escena del crimen, le impiden
moverse y avisan por radio para activar el protocolo. Treinta minutos después,
y a la espera de la llegada del FBI encargados de la investigación, el sheriff
del condado de Wayne, guiándose de su instinto sabueso husmea cada rincón por si
descubre cualquier cosa, como así ocurre. Se agacha, y con la punta del
bolígrafo, gira una nota manuscrita, quizá conteniendo las huellas del hombre y
la confesión del asesinato, piensa para sí. Pensativo, con los pulgares metidos
entre la goma de los tirantes y rumiando algo que no le cuadra, ve aparecer el
coche oficial de la Gobernadora de Michigan doblando la esquina una cuadra más
abajo.
–¡Agente!
–¡Señora!
–¿Qué
tenemos?
–Ya
lo ve.
–¿Ha
interrogado al detenido?
–No,
de eso se ocupan los chicos inteligentes –suelta sarcástico señalando hacia el
furgón donde vienen.
–¿Y
usted qué opina?
–Mire,
en los líos de pareja no me meto, allá cada cual con sus motivos, yo me limito
a poner orden, nada más.
–Pero
su experiencia cuenta.
–No
se crea, según ellos –vuelve a apuntarles–, nuestros métodos y nosotros mismos
nos hemos quedado obsoletos.
–Déjese
de gilipolleces y responda mis preguntas –está visiblemente enfadada.
–Fíjese
en la posición de los brazos. ¿No le resulta extraño?
–Pues
no.
–¿Y
la media melena abierta en abanico con los mechones bien extendidos?
–Tampoco.
¿Adónde quiere ir a parar?
–Pues
que todo está muy bien colocado, además, el asesinato no se ha cometido ahí,
estoy casi seguro.
–¿Entonces?
–En
aquel rincón, venga –le sigue casi corriendo–. ¿Ve aquellas manchas?
–Sí,
claro, son de grasa.
–No,
es parte del cerebro, ha saltado al romperse el cráneo probablemente con el filo
de aquellas tapaderas.
–¿En
qué se fundamenta para diferenciar la sustancia?
–Si
se fija en el cadáver verá la brecha del lado izquierdo, los sesos han saltado por
ahí. –Pero ella no presta atención distraída con el despliegue del operativo
del FBI por el perímetro buscando pruebas.
–Sheriff,
soy el jefe al mando –se presenta un inspector–, y estos dos de mis mejores
hombres, facilíteles toda la información que tenga
–¡A
la orden, señor! Debajo de aquello estaba esto, es una confesión en toda regla.
Juzguen ustedes mismos.
–La
escena parece muy bien colocada y por las heridas tan violentas del cadáver la
muerte no se ha producido ahí –señala hacia donde está–, sino unos cuantos
metros más allá.
–Eso
mismo le estaba diciendo yo a la señora –la Gobernadora asiente.
–Muchachos,
presionadle –dice a sus hombres– a ver qué podéis sacarle. ¡Ah!, y no seáis blandos
con él.
El
interrogatorio discurre dentro del marco de los patrones normales en tales
circunstancias, sin pisarle el terreno al que a posteriori realizaran en la
central. La sirena de la ambulancia cada vez se oye más cerca, de repente deja
de sonar y minutos después el equipo médico certifica la hora del fallecimiento.
Aguardan la llegada del juez para levantar el cadáver y del coche fúnebre para
llevárselo. Mientras, al detenido le proporcionan botellas agua y le curan una pequeña
herida en los nudillos, a consecuencia, tal vez, de haber dado tantos puñetazos.
Aunque en prensa apenas aparece información sobre el caso, a las pocas semanas supimos
que la víctima y el presunto asesino han mantenido, tiempo atrás, una relación
sentimental. En declaraciones a la policía el tipo da su versión argumentando
que la mujer le provocaba a cada momento, le era infiel y le hizo la vida imposible.
Sin embargo, la compañera de piso de ella confirma la versión contraria y por
tanto de más peso, aportando conversaciones de chat donde su amiga confesaba sufrir
maltrato, acoso verbal y físico, así como amenazas mortales. Un confidente de
la oficina del sheriff del condado cuenta que los propios presos, The
Old Wayne Country Jail, adonde ha ingresado provisional a la espera de ser
trasladado a otra cárcel de mayor seguridad, le han dado una brutal paliza…
Como
cada día, a las 4:30 a.m., el yerno de Megan Aniston sale de casa camino del almacén
donde trabaja descargando la mercancía de los camiones, sin embargo, hace más
de un mes que ha perdido el empleo por cese del negocio. Indeciso, y sin habérselo
comunicado a su esposa, mantiene la misma rutina sin levantar sospecha. Así
que, ataviado como si tal, cruza la ciudad de punta a punta, hasta una iglesia
Baptista alejada de su vecindario donde, tragando bilis y orgullo, pide
limosna. Mientras, la mujer, prudente y respetuosa, preocupada por su madre, valorando
al marido y satisfecha con los hijos, toma las riendas del hogar ajena a lo que
se les viene encima…
Además de ser un texto lleno de sensibilidad, decirte que me alegra mucho tu vuelta.
ResponderEliminarPrimero la buena, luego la mala, como las noticias.
ResponderEliminarDos temas vigentes sobre todo el 2⁰ que por desgracia vivimos cada día en cualquier noticiario y que no tiene visos de acabar nunca.
En tu línea, metiendo el dedo en la llaga con tu maestría de siempre.
Gracias.
Como los edificios sólidos, construidos ladrillo a ladrillo, colocas palabras en los huecos hasta completar el rompecabezas con esa maestría que tanto te caracteriza y que mantiene al lector atento y reflexivo.
ResponderEliminarMuy intenso. Nos introduces en la historia y nos dejas con la intriga y las ganas de seguir leyendo. Esperaré con ganas la próxima entrega.
ResponderEliminarMuchas gracias
Directa, sensible, concreta, firme, delicada, fuerte...
ResponderEliminarDuro y brutal relato que cuentas tan bien que realmente duele leerlo. Espero intrigada el siguiente. Besos
ResponderEliminarTe echaba de menos, escritora. Relato impregnado de conocimientos, elaborado con esmero y desprendiendo sentimientos en cada párrafo, en cada palabra. Me sigues zamarreando, que lo sepas. Abrazo, amiga.
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