12.
A su regreso de Alabama, concretamente
de la ciudad de Stevenson, lo primero que hizo Opal Nelson fue visitar a su familia
ya que discutían constantemente por teléfono. La madre no estaba dispuesta a
dejarse intimidar por las fantasías de una soñadora, influenciada por las
historias que la abuela Tillie, tan disparatada y fuera de la realidad como lo
estaba la joven, la había metido en la cabeza; tampoco aprobaba la decisión de
que viviera en una autocaravana, presumiendo de liberal y nómada, mientras tiraba
por tierra los valores y principios fundamentales que le habían transmitido. A esa
hora de la mañana el cielo mostraba un mosaico de nubes esparcidas hasta donde
alcanzaba la vista y atravesadas por el vuelo de aves migratorias hacia lugares
más cálidos. La zona de Lenoir City donde tenían la humilde casa era un espacio
tranquilo en el cruce de S Cherry St con Bell Ave. La Iglesia Baptista
ubicada en esa misma calle servía de centro social donde los vecinos compartían
experiencias y actividades y también de dispensario para que homeless y
alcohólicos recibieran ayuda especializada. Los postes que sostenían la
infraestructura eléctrica dibujaban en su conjunto un entramado de cables horizontales
cruzando por encima de los tejados; según iba llegando Opal recordó el miedo
atroz que sentía de niña pensando que aquello cualquier noche se les caería sobre
la cama, abrasándolos. El olor característico de galletas horneadas recientemente
despertó fragmentos de su infancia cuando los días eran un collage de juegos
imaginando que nada había imposible. Tal y cómo sospechó las cosas poco habían
cambiado entre los suyos, el padre lijaba un trozo de madera hasta dejarlo con
el grosor exacto para calzar la pata de la mesa que seguía coja y la madre
frotaba con ímpetu los cristales como si una cagada invisible de mosquitos los
hubiera empañado. Era como retroceder a otra época sabiendo que afuera el
tiempo había evolucionado.
–Desde
que tengo memoria he peleado contra un amasijo de sentimientos encontrados, por
un lado comprendía que las narraciones de la abuela Tillie guardaban muchísima coherencia:
el empeño por destapar la verdad y reconciliarse con el pasado, la lucha constante
y prolongada que mantuvo firme hasta el final de sus días, la certeza de que
sus raíces estaban al otro lado de la montaña, en las cimas donde habitaban los
espíritus de los antepasados, esa delicadeza tan suya considerando elementos
sagrados al aire, los ríos y el fuego, entre otros, guardándoles absoluto
respeto y esa valentía para afrontar las adversidades surgidas a lo lardo del
camino; y por otro las dudas abiertas dentro de mí que a punto estuvieron de empujarme
al abandono y al vacío más aterrador, pero una noche quedándome fija mirando el
atrapasueños colgado encima de mi cama, decidí continuar con su legado –la mujer,
por el ventanal que daba a la parte trasera, observó cómo dos ardillas trepaban
por los árboles, a la vez que cada palabra pronunciada por la hija se le
clavaba en el corazón como puntas de puñales afiladas.
–Estás
disgustando a tu madre.
–No
lo pretendo papá, sólo necesito saber, entiéndelo.
–¿Acaso
entiendes tú su inmenso dolor con todas esas patochadas que estás contando? –dice
sin quitarle ojo a su esposa.
–Mamá,
siéntate aquí conmigo y mira esto –saca la fotografía del padre de Topanga Sizemore–,
¿le reconoces?
–Nunca
le he visto –responde evitándola.
–¿Estás
segura? –Opal insiste.
–¡He
dicho que no le conozco!
–¿Sabes
de quién es la letra de esta postal? –muestra la tarjeta.
–Puede
ser de cualquiera –responde cada vez más pálida.
–Es
tu caligrafía madre, característico en ti los palitos de las letras altas, ¿o
no?
–Pues
no sé, si tú lo dices, será, pero vamos que yo no lo he escrito –Opal Nelson
tomó la palabra y no escatimó en cada detalle de los últimos descubrimientos. Por
ejemplo, que el padre de la abuela Tillie, nacida fuera del matrimonio, es
decir bastarda, era el padrastro del padre de Topanga y por tanto descendiente
directo de los indios Cherokee, un superviviente de El Sendero de las
Lágrimas. También pronunció el apellido Gunter y, por último, Salali,
es ahí cuando la madre no puede más y se derrumba, paró en seco al esposo a
punto de montar en cólera y se sonó la nariz.
–Para
mí está siendo bastante difícil digerir que gran parte de lo vivido anteriormente,
en cierto sentido, no se ha ajustado a la realidad, no digo que haya sido una
mentira, pero tantos desprecios que le habéis hecho a la abuela Tillie y he
presenciado sintiendo vergüenza ajena, de alguna manera han marcado mi forma de
ser.
–Nunca
quisimos engañaros, entendimos que ocultarlo sería más fácil para vosotros sintiéndoos
auténticos ciudadanos del sur, estadounidenses con arraigo, hombres y mujeres
de ley, pero tu abuela era testaruda como ella sola, jamás transigió y mira por
dónde fue a dar contigo que también lo eres, y así estamos, a un paso de hundir
los pies sobre tierras movedizas –volvió a mediar el padre.
–Nunca
he entendido por qué os avergonzáis de nuestra procedencia, es como negarle a
la naturaleza quiénes realmente somos, yo en estos momentos lo tengo muy claro:
la nieta de una india Cherokee con vestidos de occidental que jamás se sintió cómoda
llevándolos.
–Coge
el abrigo y ven conmigo, Opal –dijo su madre sacando desde las entrañas un tono
de voz autoritario. Afuera, las rachas de viento cortante abofetearon sus
caras. La mujer pulsó el interruptor que abría la puerta del garaje, entraron,
y la luz dejó al descubierto muchos trastos amontonados: herramientas quizá ya
inservibles, cajas de cartón con ropa antigua, juguetes mutilados y muchos
recuerdos escolares. Adentro también estaba la vieja camioneta que apenas nadie
conducía, se puso al volante e indicó a su hija que ocupase el asiento del
copiloto–. Abróchate el cinturón.
–¿Quieres
que conduzca yo?
–Todavía
tengo reflejos. –La carretera que lleva de Tennessee a Carolina del Norte tenía
bastante tráfico, en un principio Opal Nelson no reconoció el paisaje, pero
según sumaban millas…
–¿A
dónde se supone que vamos? –pregunta.
–Ya
lo verás –¡Y lo vio, vaya que si lo vio! Enseguida iniciaron ruta hacia las
Smoky Mountains y, aunque por un momento pensó que se dirigían al territorio
encerrado en el límite Qualla, donde se encuentra la Reserva Cherokee, no
confundir con el pueblo, la madre tomó otro camino…
Encima
del intenso dolor por la pérdida del pequeño de los O’Neal, ahora sumaban
también la inquietante preocupación por los hijos varones, incluida Aretha, cuyo
cambio desde que volvieron de Oak Ridge era bastante significativo. Cuando el
matrimonio oyó hablar de nitazenos, pensaron que sería un nuevo
medicamento contra alguna de las enfermedades raras o crónicas que se ensañan
con la humanidad, después supieron que se trataba de una de las llamadas “drogas
de diseño”, aparecida por primera vez en el Medio Oeste como una sustancia
blanca en polvo que algunos confundieron con cocaína. La Agencia de Control de
Drogas de Estados Unidos, en 2022, hizo público que se encontró igual componente
en pastillas azules de más fácil distribución. Poco más se supo al respecto
salvo que sus efectos tóxicos eran más fuertes que la morfina y fentanilo, además
de que ralentizan los sistemas respiratorio y nervioso, pudiendo llegar incluso
a provocar la muerte. Cada miembro de la familia como era de suponer se sentía
desubicado, vacío, perdido en un laberinto sin salida donde faltaba uno de los
suyos. Sin dinero ni perspectiva de encontrar trabajo a corto plazo, el padre y
la madre hacían malabares con los ahorros para estirarlos hasta que no quedase nada.
Todos buscaban desesperados una salida a la delicada situación económica, pero nadie
los contrataba a pesar de estar dispuestos a realizar cualquier tipo de tarea
siempre que fuese honrada, la soga la tenían cada vez más apretada y el oxígeno
menos fluido. Meses después llegaron a Orlinda un grupo hombres interesados en
un terreno abandonado a las afueras para montar no se sabía muy bien qué.
Apenas quedaba en pie el establo y de lo demás sólo la base de los cimientos.
Una mañana, comprando en el supermercado, hablaron entre ellos que necesitaban
contratar a gente: encargado de obras, operarios y personal de construcción, de
limpieza, etcétera. Aretha O’Neal y sus hermanos mayores lo oyeron por
casualidad, volvieron a la casa y, absolutamente emocionados, dijeron que las
cosas muy pronto se iban a solucionar. Sin embargo, los forasteros eran tipos bastante
peligrosos…
–¿Notas
a los hijos raros? –preguntó a su esposa el señor O’Neal.
–Hace
tiempo, y si es la niña, mucho más. ¿Crees que se habrá enamorado? Los pobres
han sufrido tanto con la muerte del niño que un respiro no les vendría nada mal
–responde preocupada.
–No
sé, desde que se juntan con esos chicos tienen un comportamiento extraño –añade
él escueto.
–Sí,
muy excitados y un lenguaje más violento –aparece el pequeño de la familia y se
tira a los brazos de la madre, desde que falta su gemelo parece como si hubiese
retrocedido a la etapa de bebé.
–¿No
crees que tendríamos que informarnos y saber a qué se dedican? Se oye que van a
abrir un negocio, que han empezado ya las obras, pero he pasado por allí varias
veces y todo sigue igual, aunque esta semana, tanto ellos como la niña han
traído su primer sueldo. La otra noche se pusieron muy nerviosos cuando les
dije que a mí también podrían darme allí un empleo de lo que fuese, que soy el
cabeza de familia y estoy en la obligación de manteneros.
–Eso
es una bobada, querido, nosotros siempre hemos trabajado los dos. ¿Dijeron algo?
–Claro,
que soy abogado y no albañil.
–Por
cierto, mañana empiezo a dar clases particulares a unos niños, no pagan mucho,
pero ayudará.
–Total,
que el único que no encuentra soy yo. –Días después de producirse esa
conversación, mr. O’Neal decide seguir al mayor de sus hijos…
Aunque
el orgullo le impediría reconocerlo es muy probable que en la conciencia de
Alvin Evans hubiese un antes y un después tras atropellar al pequeño. Apenas
cuidaba de la granja dejando que gallinas y conejos campasen a sus anchas convirtiéndose
en cebos fáciles para lobos y demás depredadores exentos de la vil amenaza de su
escopeta. Hacía días que arrastraba una pierna y apenas podía moverse del
sillón de orejeras posicionado frente a la tele, sin embargo, le preocupaba lo
que pudiese estar pasando en Orlinda, así que, se obligó a darse un baño, arregló
un poco la barba, cogió unos tejanos limpios y fue a visitar a los Brady para
que hiciesen volver a los chicos, ya que, en el fondo, pensaba que la pobre
familia O’Neal recibió suficiente castigo al morir su hijo. El viejo Jordan,
como siempre, se mostró hospitalario con él.
–Tienes
que parar a tus primos, esa pobre gente ha sufrido demasiado enterrando al hijo
–dice Alvin tras permanecer unos minutos en silencio.
–Me
temo que las nuevas generaciones han acabado con mi autoridad, ya no pinto
nada, pero tampoco quiero –responde el granjero.
–Aquello
nunca debió pasar, fue un descuido por mi parte y yo tengo toda la culpa.
–No,
fue un accidente, cosas inevitables que suceden en la vida, sin más.
–Dime
la verdad, ¿qué han ido a hacerles? –pregunta.
–Nada
por lo que debas de preocuparte, tú ocúpate de criar un buen pavo para Acción
de Gracias aunque todavía queda.
–No
me trates de idiota, he oído por ahí cosas muy preocupantes –le dice al viejo
granjero que, como él, en muchos aspecto están desfasado.
–Muy
bien. ¿Has oído hablar de la droga de diseño que se llama nitazenos?
–No,
ni idea.
–Pues
la negrita y sus hermanos mayores se han hecho adictos, nuestros muchacho les
han introducido en el negocio, tienen una tapadera, un solar que en teoría
arreglarán para gestionar una nueva empresa, pero es mentira. Les ofrecen una
cantidad de dinero bastante tentadora a cambio de que la distribuyan en las
escuelas y los colegios, entre los compañeros, aunque nuestro principal
objetivo será engancharlos, los históricos del Klan opinan que no han tenido
suficiente escarmiento. –Alvin Evans, que sabía muy bien lo que era perder a un
hijo, discrepó en todo, pero de poco sirvió.
–¿Tú
te estás oyendo, Jordan? –se le llenaron los ojos de agua–, a veces damos miedo,
la vida ya la tienen arruinada para qué más.
–Haré
como que no te he escuchado. En pocas semanas volverán y todo habrá acabado.
Aquel jodido negro fue una vergüenza para nuestro país al defender al gay
y encima ganar el juicio, intolerable. Nuestros métodos de castigo han
cambiado, ya no quemamos cruces ni damos palizas, pero usamos otras
herramientas tan certeras como aquellas.
–Me
pregunto si merece la pena tanto sufrimiento, esa pobre gente ha pagado un
precio muy alto y, aunque estoy de acuerdo con vosotros, me parece una
barbaridad.
–¡Uy!,
te están ablandando y eso no nos conviene.
Alvin
Evan regresó a su casa con una idea muy clara en la cabeza: encendió una vela
ante el altar donde tenía la foto de su hijo, militar de profesión, que perdió
la vida en Afganistán, en 2002, en la Operación Anaconda, elaboró el moonshine
de mucha calidad cuya fórmula secreta heredó de sus abuelos, cenó copiosamente a
base de pollo frito picante, con pan blanco y sus encurtidos preferidos como eran
los pepinillos, jengibre y cebollas; echó de comer al ganado y relleno los
recipientes con agua para que no les faltase, dejó encendida la bombilla del
porche y, con la emisora de radio Sólo Country, bebió hasta el amanecer.
Tres días después unas mujeres fueron a la granja para comprar huevos, lo
llamaron y, viendo que no contestaba y que la puerta del granero estaba
semiabierta, entraron y lo encontraron ahorcado igual que él encontró, años
atrás, a su esposa. Junto a la botella de whisky casero y el vaso aún con
restos de alcohol había una nota en la podía leerse: vivir es una mierda…
Vaya empiece y sobre todo vaya final.
ResponderEliminarMe haces vivir las historias como si estuviera yo dentro de ellas, estoy con un nudo en la garganta y el ojo húmedo.
Eres única transmitiendo sentimientos.
Como siempre, gracias.
Cuando se escribe desde el corazón, como lo está esta historia, ser lector es todo un lujo.
ResponderEliminarTú, y unos pocos más sois mis autores de cabecera. Admiro tu generosidad porque no todos regalan arte cada quince días. Gracias.
ResponderEliminarTodos tus textos me enseñan a comprender que hay otras culturas
ResponderEliminarDespués de esta triste entrega, no puedo decirte más que "gracias" a esa forma de narrar estos lamentables hechos, me has llegado a tocar el corazón. Por desgracia, hay mucha maldad en muchos seres "inhumanos".
ResponderEliminarMuchas gracias y hasta la próxima.
Sigue así preciosa. 😘😘😘
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