8.
Cuando Ernesto Acosta, el
morenito, salió de la ducha, tuvo la sensación de haber permanecido bajo el
agua una eternidad, habitando una realidad diferente a la conocida hasta
entonces. La casa parecía el día después de un tornado, estaba hecha un
desastre, así que, no tuvo por más que llenar bolsas grandes con desperdicios,
envases vacíos y las hojas caídas de los árboles cercanos. Afuera, las metió en
los cubos de basura listos para la recogida que efectuaba el camión dos veces
por semana. La mayoría de las cosas estaban tal y como las dejó la policía,
especialmente en el dormitorio de Tracy, al que todavía no se había atrevido a
entrar, pero tenía que pasar esa prueba y cuanto antes lo hiciera, mejor.
Agarró con fuerza el picaporte, lo mantuvo así unos segundos, notando el frío
del material en la piel, empujó un poco y, a punto de retroceder, chirriaron
las bisagras de la puerta, similar al maullido de los gatos. Ya no había marcha
atrás. Aunque olía a cerrado perduraba un cierto aroma a orquídeas, la flor preferida
de ella. Entornó los ojos para enfocar la vista atravesando la cortina de polvo
como si salvaguardara las escasas pertenencias acumuladas a lo largo de toda
una vida. Abrió la ventana y se coló dentro la luz de un día despejado de
nubes, pasó los dedos de la mano izquierda por encima del candado que cerraba
el viejo baúl donde, según Tracy, guardaba recuerdos sin importancia y pensó
que, llegado el momento, lo abriría más adelante. Acarició las pocas prendas de
vestir colgadas en el armario y colocó la colcha de la cama. En uno de los
cajones encontró antiguas fotografías y resguardos de comprar realizadas con
mucha anterioridad. Empezaba a ganarle terreno la parte emocional, así que,
recordó lo que hicieron cuando Andrew murió y supo que tenía que repetirlo. En
cajas de cartón fue guardándolo todo y las selló con cinta adhesiva; escribió
el contenido de cada una en la tapa correspondiente para saber lo que había:
adornos, ropa en general, objetos personales, utensilios de pesca… Ahí se
detuvo, cogió las herramientas artesanales con mucha delicadeza: el calibrador
que determina el tamaño de la malla y la lanzadera con su hilo de nailon o
cuerda fina con que se teje la red e introdujo el material en un estuche vacío,
de los que ella coleccionaba no se sabía muy bien para qué. Haciendo varios
viajes lo llevó todo al garaje, lo puso junto a las cosas de Andrew y se quedó
un buen rato pensativo. Entonces recordó las palabras del agente de policía
cuando dijo que Tracy había sido muy generosa quitándose de en medio y tenía
razón. En aquella época –actualmente aún cuesta hablarlo con claridad–, tomar
la decisión de terminar con la vida y no por problemas mentales, sino para no
quedarse como un vegetal, era tabú. En Estados Unidos la eutanasia es ilegal,
pero desde hace algunos años, diez estados y el Distrito de Columbia si
contemplan el suicidio asistido. Sonó el teléfono y fue deprisa hasta el
supletorio de la cocina desde donde contestó.
–¿Ernesto Acosta? –preguntó una voz fina, casi de adolescente.
–Sí,
soy yo.
–Tiene
una entrevista de trabajo con nosotros en EFC Everglades Fishing CO,
mañana a las 8:00 a.m.
–Allí
estaré sin falta. –A partir de esa primera toma de contacto empezó a trabajar
en la tienda de pesca. Han pasado bastantes años desde entonces y ahora solo va
unas horas en semana, el resto del tiempo lo dedica a navegar, contemplar el
horizonte del que siempre saca una lectura diferente, recordar para no olvidar
y colaborar en aquello que se convirtió en el motor de su vida. A seis días de
la llegada de Santa Claus, una pareja entró a comprar anzuelos, chalecos
salvavidas, bengalas e impermeables.
–Hola.
¿Cuál es la mejor caña que tienen? –le pregunto al morenito.
–Esta
de aquí –afirmó mientras se pellizcaba la barbilla pensativo porque sus caras
le sonaban muchísimo, pero no conseguía ubicarles. Pagaron y dejaron sobre el
mostrador un folleto de propaganda que decía: Charla-Coloquio a cargo de Koa y
Amy Dayton, en el polideportivo náutico de la ciudad, el 20 de diciembre de 1982,
a las 5:00 p.m. “Razones que empujan a una persona a quedarse o abandonar el
país de origen”. ¡Claro!, dijo para sí, es el mismo papel que cogió él en la
oficina de correos.
Koa
y Amy Dayton, él de origen hawaiano, ella neoyorquina, recorrían pueblos,
aldeas, condados, ciudades, distritos, barrios, por remotos que fueran con tal
de brindar apoyo a cualquier causa que considerasen justa. El 11 de mayo de
1975, siendo muy jóvenes, se conocieron en Central Park celebrando el fin de la
Guerra de Vietnam, entre una multitud incalculable de personas convocadas por
los movimientos estudiantiles, del espectáculo, intelectuales de prestigio,
científicos, abogados y maestros comprometidos con sus alumnos para consolidar
un mundo más habitable. Posteriormente se han manifestado contra el racismo, la
xenofobia, la discriminación de la mujer en la sociedad o los abusos a menores,
por destacar algunos; y a favor del aborto, el matrimonio entre personas del
mismo sexo, la legalización de la marihuana y el amor libre. Apoyaron el
movimiento de los indignados en 2011 y, un año antes, a los damnificados en el
terremoto de Haití. Estos locos activistas, como les llaman los amigos más
cercanos acérrimos defensores de los Derechos Humanos a ultranza, disfrutaban
de la pesca siempre que podían. Con la llegada de Barack Obama a la presidencia
empezaron a interesarse por los cubanos que pisaban suelo americano sin ser
interceptados. También protestaron en más de una ocasión, con otras
personalidades, en el muro fronterizo con México, una valla de acero cruel que
impide la entrada de refugiados por sitio seguro, teniéndolo que hacer por los
desiertos o río Bravo, con sus corrientes tan rápidas, arriesgando la vida y
exponiéndose también a los coyotes –mafia que les ayudan a cambio de
cantidades ingentes de dinero–, que deciden quien cruza y quien no,
aprovechándose de la vulnerabilidad de la gente que huye de las maras –organizaciones
criminales que se financian a través de la extorsión, el secuestro y el
narcotráfico– en sus países de origen.
–Compañeros
–megáfono en mano decían en una asentada–, no podemos consentir que peligre la
libertad y la democracia, ni que haya niños y niñas viviendo por debajo del
umbral de la pobreza, que se mate a los negros sacando a pasear a los perros de
la intolerancia. No podemos tolerar tanta injusticia repartida en porciones
individuales, tocándole siempre a los mismos, es hora de reflexionar y
preguntarnos: ¿qué demonios estamos haciendo mal? –a continuación, los
asistentes acompañaban a Joan Baez entonando el “No, nos moverán”.
Como
tantas otras veces la convocatoria había sido un auténtico fracaso, apenas una
docena de personas compuesta por afroamericanos, latinos y un asiático estaban
en el polideportivo como público asistente, claro reflejo de una sociedad que
se mira el ombligo y a la que le importa un carajo lo ajeno. Ernesto Acosta
tomó asiento más atrás, preguntándose, qué demonios hacía él allí salvo por
haber seguido un impulso. Cuando Koa y Amy Dayton repasaban las notas de la
charla-coloquio se abrió la puerta y se unieron al grupo otras cinco personas
más que, por los rasgos, seguramente eran nativos descendientes de antepasados
desterrados quizá a las montañas de Kentucky o Alabama. Tras presentar
brevemente en qué consistía el acto, marcaron las pautas y provocaron el
diálogo sobre “cuáles serían las razones por las que un migrante deja su
patria, la familia, la cultura, el hogar, sus raíces…”, y la respuesta, sin
duda, era siempre universal: “para mejorar la vida de los suyos y la propia”,
algo tan humano como fácil de entender. Para motivarles pasaron diapositivas de
protestas en Washington, asentadas frente a la sede de Naciones Unidas, marchas
contra el Apartheid y estallidos sociales denunciando la venta ilícita
de armas. A partir de entonces surgieron las reflexiones.
–¿Qué
opináis de lo visto? –preguntaron los dos activistas–. Quien quiera, aunque
esto no es una terapia de grupo, puede contarnos su historia.
–¡Eh!,
oigan, ¿nos van a dar vales para comida o qué?, he venido a eso –dijo la mujer
de raza coreana antes de dar media vuelta e irse, aunque lo pensó mejor y se
sentó de nuevo.
–¿Podrías
acercarte más, por favor? –pidieron a Ernesto. Con paso cansino se colocó en
las primeras filas y empezó a hablar con idéntica cordialidad que lo haría con
un íntimo amigo.
–Yo
estoy muy agradecido a los hermanos Garber que me salvaron la vida, y no tendré
años suficientes para agradecérselo, mi deuda para con ellos es eterna. Nací en
Puerto Escondido, un humilde y pequeño pueblo pesquero, en Cuba. Soy el único
superviviente de más de cuarenta personas que nos embarcamos en una balsa
rudimentaria, en cuestión de segundos todos desaparecieron, incluida mi
familia, nadie se salvó. Un cuerpo inmóvil compartía espacio conmigo, era el
cadáver de una joven embarazada, entonces comprendí que de seguir con ella a
bordo ambos seríamos carnaza para buitres y tiburones, así que, sacando fuerzas
de donde no las tenía, la arrojé por la borda y, exhausto, abandonado en la
inmensidad del océano, la deriva me cruzó en el camino de Andrew y Tracy.
Cuando me rescataron medio moribundo estaba deshidratado, deliraba y la
intensidad del sol había dado mordiscos sobre mi piel, gracias a su solidaridad
he tenido la oportunidad de labrarme un presente, lo que soy es gracias a ellos
y lo que tengo, también, me acogieron y dieron eso tan preciado para el ser
humano: un hogar, sorteando todas las dificultades imaginables –Koa y Amy
Dayton se miraron y pensaron que una vez más había merecía la pena el esfuerzo
solo por ese testimonio.
–¿Alguien
quiere añadir algo? –nadie pudo intervenir porque el morenito continuó.
–¿No
creen que, de haber tenido herramientas y recursos suficientes, saldríamos de
nuestra zona de confort? ¿Por qué, en lugar de que la gente migre, no dotan de
lo necesario a los países más desfavorecidos y preparan a la población en el
ámbito laboral y académico?, así la mano de obra y la producción se quedarían
en el lugar de origen. ¡Que lo haga quien corresponda! Sí, ya sé, van a decir
lo mismo que soltaba Tracy cuando tocábamos este tema, que desde que el mundo
es mundo existen las injusticias. De acuerdo, pero el que se va pierde eso tan
fundamental como es el contacto con la tierra.
–¿Cuánto
hace de eso, hijo? –quiso saber una mujer de descendencia nativa
–Seis
años, que en un sentido se me han hecho larguísimos y por el contrario
demasiado cortos.
–¿Sigues
con ellos? –preguntó otro asistente
–No,
fallecieron los dos: él de muerte natural en 1980, y ella de cáncer hace pocos
días –al morenito se le puso cara de tristeza.
–¿Alguien
quiere aportar otro testimonio? –intervino Koa.
–Mis
antepasados huyeron de la Republica de Suráfrica antes de que los mataran –dijo
un afroestadounidense que lucía un chaleco hasta los pies y varias sortijas
extravagantes.
–Ese
es otro punto de vista interesante –intervino Amy–, la inseguridad.
–Si
nosotros hubiésemos tenido la oportunidad de quedarnos en Cuba, nunca habríamos
salido de la isla en un trozo de lona hinchable jugándonos la vida –el
morenito tenía la mirada perdida, buscaba el camino de vuelta a la patria a
través de las palabras–. Jamás olvidaré la pena de mis abuelas y abuelos cuando
partimos, el dolor de quienes se quedaban con ganas de embarcarse y la tristeza
de los amigos a los que los juegos de calle se les quedarían casi sin
competidores. Ahora, con la perspectiva que da la distancia y el tiempo que te
hace madurar rescato de la memoria recuerdos y veo el abandono urbano sin
intención de invertir para mejorar las infraestructuras. No sé, soy un simple
pescador cuya cotidianidad se fundamenta en la sencillez –se produjo un
silencio roto por otro de los asistentes.
–¿Han
estado en todos esos sitios que muestran en las diapositivas? –dijo, obviando
por completo la intervención de Ernesto.
–Sí,
somos activistas, en eso consiste nuestra labor. ¿Pero no os parece interesante
lo que cuenta el compañero? ¿Cómo te llamas? –preguntó Amy Dayton bastante
interesada.
–Ernesto
Acosta.
–¿No
nos hemos visto con anterioridad? –Koa estaba intrigado.
–Claro,
en EFC Everglades Fishing CO, les vendí anzuelos y algunas cosas más.
–Cierto
–afirmaron ambos.
–No
he vivido en primera persona el Apartheid –una voz apagada les
interrumpió–, pero se saben muchas de las atrocidades que se cometieron, igual
que con el racismo, de los que estamos aquí no creo que a ninguno la vida nos
lo haya puesto fácil.
–Mi
esposo y yo –dijo Amy–, no somos de ninguna organización, vamos por libre, pero
en algunos de los sitios donde conferenciamos se nos une gente a la causa con ganas
de luchar por construir un mundo mejor denunciando injusticias cometidas contra
las personas. Compañeros: el maltrato, la persecución al semejante por el
simple hecho de tener otro color de piel, la violación a la libertad, la
vulneración a la justicia, a los derechos humanos, la expropiación del
territorio y la represalia por pensar diferente no puede quedar impune en
nuestra sociedad, por eso tenemos que salir del cascarón y luchar con una sola
voz.
–¿Y
por nosotros quién lucha? A mí solo me interesa el vale de comida –insistió la mujer–.
¿Nos lo darán o no? –Koa reunió veinte dólares y ella se largó tan contenta.
Quizá
habían pasado de puntillas analizando la propuesta de la charla-coloquio:
“Razones que empujan a una persona a quedarse o abandonar el país de origen”,
pero los asistentes hicieron confesiones profundas, personales y muy delicadas.
Tendieron lazos a las emociones, la soledad, el miedo, la desconfianza y el
tormento, todo ello sintiéndose parte de la tribu y reconociendo en ella las
mismas miserias e inseguridades propias en los semejantes. Antes de dar por
concluido el encuentro los Dayton repartieron tarjetas con su número de
teléfono cuyo código correspondía a Harlem, barrio en el Alto Manhattan, donde
tenían una pequeña oficina. El helicóptero de la policía del condado de Collier
sobrevolaba Chokoloskee a poca altura, señal de que algún convicto había
escapado de la cárcel y adentrado en los Everglades, lugar del que difícilmente
saldría a pie siendo atacado por los animales salvajes que lo pueblan.
Ernesto
Acosta, el morenito, terminaba de escribir los recuerdos anteriormente
descritos, ejercicio que realizaba a diario por si perdía la memoria. Cerró el
cuaderno tras poner al final de la página la fecha: finales de octubre de 2024.
Estiró las piernas y desde la ventana miró un rato la Bahía, faltaba menos de
una semana para las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos y le
preocupaban los votantes de los estados del Cinturón Bíblico que en su opinión,
estaban fuera de la realidad. Los insultos y despropósitos hacia el
contrincante no auguraban un futuro alentador con repercusión mundial, el
patriarcado intrínseco no soportaba el hecho de que una mujer pudiera gobernar
el país, menos aún de origen negro. Puso las noticias y la elegancia de
Michelle Obama se desparramó por la pantalla, la dejó de fondo. En la
computadora cargó su página Garber House, a través de la cual mantenía
contacto con sus compatriotas, Cuba agonizaba sufriendo continuos cortes de
electricidad, sin petróleo, alimentos ni medicinas, sin futuro ni horizonte,
pronto habría presencia social en las calles peleando por lo básico que se
precisa para vivir: artículos de primera necesidad, respeto y dignidad. En el
correo electrónico abrió un e-mail de su primo Gilberto, hijo de un hermano de
su madre, apenas tres líneas directas reflejaban gran preocupación: “Delicado
estado de salud de la prima Elsa, urge sacarla de la isla, aquí no pueden hacer
nada”. Se sirvió un vaso de leche fría y cogió una porción de tarta de lima e impotente
pensó cómo hacerlo, cómo conseguir dinero rápido para el pasaje. Sin embargo, en
otro correo del mismo remitente escrito cuatro días después, leyó la triste noticia de su muerte…
Me gusta pensar que algo queda impregnado en las paredes de los dormitorios de quienes ya no están y que al abrir por primera vez esa puerta es como si nunca se hubieran ido.
ResponderEliminar"No nos moverán", ahí está la clave: nunca bajar los brazos y entregarse, permaneciendo siempre en posición reivindicativa.
ResponderEliminarEsta entrega es la más activistas que has hecho hasta el momento y eso me gusta.
ResponderEliminarBuenos consejos para los que dicen no querer migrantes en su país, pero aunque los conocen, no les interesa llevarlos a la práctica porque no tendrían con que dar carnaza a sus seguidores.
ResponderEliminarViendo los sentimientos y el comportamiento del "morenito" , que son los de la mayoría de los que vienen, no entiendo tanta xenofobia.
Buenas denuncia este post.
Soy cubana y su escrito me ha llegado al alma.
ResponderEliminarUn buen capítulo para reflexionar sobre lis tan pisoteados derecho humanos.
ResponderEliminarVivimos en un mundo con tantas desigualdades, tanta injusticia. Es necesario tomar conciencia y no acomodarse
Gracias por tus palabras .