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domingo, 22 de diciembre de 2024

La otra Florida

8.

Cuando Ernesto Acosta, el morenito, salió de la ducha, tuvo la sensación de haber permanecido bajo el agua una eternidad, habitando una realidad diferente a la conocida hasta entonces. La casa parecía el día después de un tornado, estaba hecha un desastre, así que, no tuvo por más que llenar bolsas grandes con desperdicios, envases vacíos y las hojas caídas de los árboles cercanos. Afuera, las metió en los cubos de basura listos para la recogida que efectuaba el camión dos veces por semana. La mayoría de las cosas estaban tal y como las dejó la policía, especialmente en el dormitorio de Tracy, al que todavía no se había atrevido a entrar, pero tenía que pasar esa prueba y cuanto antes lo hiciera, mejor. Agarró con fuerza el picaporte, lo mantuvo así unos segundos, notando el frío del material en la piel, empujó un poco y, a punto de retroceder, chirriaron las bisagras de la puerta, similar al maullido de los gatos. Ya no había marcha atrás. Aunque olía a cerrado perduraba un cierto aroma a orquídeas, la flor preferida de ella. Entornó los ojos para enfocar la vista atravesando la cortina de polvo como si salvaguardara las escasas pertenencias acumuladas a lo largo de toda una vida. Abrió la ventana y se coló dentro la luz de un día despejado de nubes, pasó los dedos de la mano izquierda por encima del candado que cerraba el viejo baúl donde, según Tracy, guardaba recuerdos sin importancia y pensó que, llegado el momento, lo abriría más adelante. Acarició las pocas prendas de vestir colgadas en el armario y colocó la colcha de la cama. En uno de los cajones encontró antiguas fotografías y resguardos de comprar realizadas con mucha anterioridad. Empezaba a ganarle terreno la parte emocional, así que, recordó lo que hicieron cuando Andrew murió y supo que tenía que repetirlo. En cajas de cartón fue guardándolo todo y las selló con cinta adhesiva; escribió el contenido de cada una en la tapa correspondiente para saber lo que había: adornos, ropa en general, objetos personales, utensilios de pesca… Ahí se detuvo, cogió las herramientas artesanales con mucha delicadeza: el calibrador que determina el tamaño de la malla y la lanzadera con su hilo de nailon o cuerda fina con que se teje la red e introdujo el material en un estuche vacío, de los que ella coleccionaba no se sabía muy bien para qué. Haciendo varios viajes lo llevó todo al garaje, lo puso junto a las cosas de Andrew y se quedó un buen rato pensativo. Entonces recordó las palabras del agente de policía cuando dijo que Tracy había sido muy generosa quitándose de en medio y tenía razón. En aquella época –actualmente aún cuesta hablarlo con claridad–, tomar la decisión de terminar con la vida y no por problemas mentales, sino para no quedarse como un vegetal, era tabú. En Estados Unidos la eutanasia es ilegal, pero desde hace algunos años, diez estados y el Distrito de Columbia si contemplan el suicidio asistido. Sonó el teléfono y fue deprisa hasta el supletorio de la cocina desde donde contestó.
          –¿Ernesto Acosta? –preguntó una voz fina, casi de adolescente.
          –Sí, soy yo.
          –Tiene una entrevista de trabajo con nosotros en EFC Everglades Fishing CO, mañana a las 8:00 a.m.
          –Allí estaré sin falta. –A partir de esa primera toma de contacto empezó a trabajar en la tienda de pesca. Han pasado bastantes años desde entonces y ahora solo va unas horas en semana, el resto del tiempo lo dedica a navegar, contemplar el horizonte del que siempre saca una lectura diferente, recordar para no olvidar y colaborar en aquello que se convirtió en el motor de su vida. A seis días de la llegada de Santa Claus, una pareja entró a comprar anzuelos, chalecos salvavidas, bengalas e impermeables.
          –Hola. ¿Cuál es la mejor caña que tienen? –le pregunto al morenito.
          –Esta de aquí –afirmó mientras se pellizcaba la barbilla pensativo porque sus caras le sonaban muchísimo, pero no conseguía ubicarles. Pagaron y dejaron sobre el mostrador un folleto de propaganda que decía: Charla-Coloquio a cargo de Koa y Amy Dayton, en el polideportivo náutico de la ciudad, el 20 de diciembre de 1982, a las 5:00 p.m. “Razones que empujan a una persona a quedarse o abandonar el país de origen”. ¡Claro!, dijo para sí, es el mismo papel que cogió él en la oficina de correos.
          Koa y Amy Dayton, él de origen hawaiano, ella neoyorquina, recorrían pueblos, aldeas, condados, ciudades, distritos, barrios, por remotos que fueran con tal de brindar apoyo a cualquier causa que considerasen justa. El 11 de mayo de 1975, siendo muy jóvenes, se conocieron en Central Park celebrando el fin de la Guerra de Vietnam, entre una multitud incalculable de personas convocadas por los movimientos estudiantiles, del espectáculo, intelectuales de prestigio, científicos, abogados y maestros comprometidos con sus alumnos para consolidar un mundo más habitable. Posteriormente se han manifestado contra el racismo, la xenofobia, la discriminación de la mujer en la sociedad o los abusos a menores, por destacar algunos; y a favor del aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la legalización de la marihuana y el amor libre. Apoyaron el movimiento de los indignados en 2011 y, un año antes, a los damnificados en el terremoto de Haití. Estos locos activistas, como les llaman los amigos más cercanos acérrimos defensores de los Derechos Humanos a ultranza, disfrutaban de la pesca siempre que podían. Con la llegada de Barack Obama a la presidencia empezaron a interesarse por los cubanos que pisaban suelo americano sin ser interceptados. También protestaron en más de una ocasión, con otras personalidades, en el muro fronterizo con México, una valla de acero cruel que impide la entrada de refugiados por sitio seguro, teniéndolo que hacer por los desiertos o río Bravo, con sus corrientes tan rápidas, arriesgando la vida y exponiéndose también a los coyotes –mafia que les ayudan a cambio de cantidades ingentes de dinero–, que deciden quien cruza y quien no, aprovechándose de la vulnerabilidad de la gente que huye de las maras –organizaciones criminales que se financian a través de la extorsión, el secuestro y el narcotráfico– en sus países de origen.
          –Compañeros –megáfono en mano decían en una asentada–, no podemos consentir que peligre la libertad y la democracia, ni que haya niños y niñas viviendo por debajo del umbral de la pobreza, que se mate a los negros sacando a pasear a los perros de la intolerancia. No podemos tolerar tanta injusticia repartida en porciones individuales, tocándole siempre a los mismos, es hora de reflexionar y preguntarnos: ¿qué demonios estamos haciendo mal? –a continuación, los asistentes acompañaban a Joan Baez entonando el “No, nos moverán”.
          Como tantas otras veces la convocatoria había sido un auténtico fracaso, apenas una docena de personas compuesta por afroamericanos, latinos y un asiático estaban en el polideportivo como público asistente, claro reflejo de una sociedad que se mira el ombligo y a la que le importa un carajo lo ajeno. Ernesto Acosta tomó asiento más atrás, preguntándose, qué demonios hacía él allí salvo por haber seguido un impulso. Cuando Koa y Amy Dayton repasaban las notas de la charla-coloquio se abrió la puerta y se unieron al grupo otras cinco personas más que, por los rasgos, seguramente eran nativos descendientes de antepasados desterrados quizá a las montañas de Kentucky o Alabama. Tras presentar brevemente en qué consistía el acto, marcaron las pautas y provocaron el diálogo sobre “cuáles serían las razones por las que un migrante deja su patria, la familia, la cultura, el hogar, sus raíces…”, y la respuesta, sin duda, era siempre universal: “para mejorar la vida de los suyos y la propia”, algo tan humano como fácil de entender. Para motivarles pasaron diapositivas de protestas en Washington, asentadas frente a la sede de Naciones Unidas, marchas contra el Apartheid y estallidos sociales denunciando la venta ilícita de armas. A partir de entonces surgieron las reflexiones.
          –¿Qué opináis de lo visto? –preguntaron los dos activistas–. Quien quiera, aunque esto no es una terapia de grupo, puede contarnos su historia.
          –¡Eh!, oigan, ¿nos van a dar vales para comida o qué?, he venido a eso –dijo la mujer de raza coreana antes de dar media vuelta e irse, aunque lo pensó mejor y se sentó de nuevo.
          –¿Podrías acercarte más, por favor? –pidieron a Ernesto. Con paso cansino se colocó en las primeras filas y empezó a hablar con idéntica cordialidad que lo haría con un íntimo amigo.
          –Yo estoy muy agradecido a los hermanos Garber que me salvaron la vida, y no tendré años suficientes para agradecérselo, mi deuda para con ellos es eterna. Nací en Puerto Escondido, un humilde y pequeño pueblo pesquero, en Cuba. Soy el único superviviente de más de cuarenta personas que nos embarcamos en una balsa rudimentaria, en cuestión de segundos todos desaparecieron, incluida mi familia, nadie se salvó. Un cuerpo inmóvil compartía espacio conmigo, era el cadáver de una joven embarazada, entonces comprendí que de seguir con ella a bordo ambos seríamos carnaza para buitres y tiburones, así que, sacando fuerzas de donde no las tenía, la arrojé por la borda y, exhausto, abandonado en la inmensidad del océano, la deriva me cruzó en el camino de Andrew y Tracy. Cuando me rescataron medio moribundo estaba deshidratado, deliraba y la intensidad del sol había dado mordiscos sobre mi piel, gracias a su solidaridad he tenido la oportunidad de labrarme un presente, lo que soy es gracias a ellos y lo que tengo, también, me acogieron y dieron eso tan preciado para el ser humano: un hogar, sorteando todas las dificultades imaginables –Koa y Amy Dayton se miraron y pensaron que una vez más había merecía la pena el esfuerzo solo por ese testimonio.
          –¿Alguien quiere añadir algo? –nadie pudo intervenir porque el morenito continuó.
          –¿No creen que, de haber tenido herramientas y recursos suficientes, saldríamos de nuestra zona de confort? ¿Por qué, en lugar de que la gente migre, no dotan de lo necesario a los países más desfavorecidos y preparan a la población en el ámbito laboral y académico?, así la mano de obra y la producción se quedarían en el lugar de origen. ¡Que lo haga quien corresponda! Sí, ya sé, van a decir lo mismo que soltaba Tracy cuando tocábamos este tema, que desde que el mundo es mundo existen las injusticias. De acuerdo, pero el que se va pierde eso tan fundamental como es el contacto con la tierra.
          –¿Cuánto hace de eso, hijo? –quiso saber una mujer de descendencia nativa
          –Seis años, que en un sentido se me han hecho larguísimos y por el contrario demasiado cortos.
          –¿Sigues con ellos? –preguntó otro asistente
          –No, fallecieron los dos: él de muerte natural en 1980, y ella de cáncer hace pocos días –al morenito se le puso cara de tristeza.
          –¿Alguien quiere aportar otro testimonio? –intervino Koa.
          –Mis antepasados huyeron de la Republica de Suráfrica antes de que los mataran –dijo un afroestadounidense que lucía un chaleco hasta los pies y varias sortijas extravagantes.
          –Ese es otro punto de vista interesante –intervino Amy–, la inseguridad.
          –Si nosotros hubiésemos tenido la oportunidad de quedarnos en Cuba, nunca habríamos salido de la isla en un trozo de lona hinchable jugándonos la vida –el morenito tenía la mirada perdida, buscaba el camino de vuelta a la patria a través de las palabras–. Jamás olvidaré la pena de mis abuelas y abuelos cuando partimos, el dolor de quienes se quedaban con ganas de embarcarse y la tristeza de los amigos a los que los juegos de calle se les quedarían casi sin competidores. Ahora, con la perspectiva que da la distancia y el tiempo que te hace madurar rescato de la memoria recuerdos y veo el abandono urbano sin intención de invertir para mejorar las infraestructuras. No sé, soy un simple pescador cuya cotidianidad se fundamenta en la sencillez –se produjo un silencio roto por otro de los asistentes.
          –¿Han estado en todos esos sitios que muestran en las diapositivas? –dijo, obviando por completo la intervención de Ernesto.
          –Sí, somos activistas, en eso consiste nuestra labor. ¿Pero no os parece interesante lo que cuenta el compañero? ¿Cómo te llamas? –preguntó Amy Dayton bastante interesada.
          –Ernesto Acosta.
          –¿No nos hemos visto con anterioridad? –Koa estaba intrigado.
          –Claro, en EFC Everglades Fishing CO, les vendí anzuelos y algunas cosas más.
          –Cierto –afirmaron ambos.
          –No he vivido en primera persona el Apartheid –una voz apagada les interrumpió–, pero se saben muchas de las atrocidades que se cometieron, igual que con el racismo, de los que estamos aquí no creo que a ninguno la vida nos lo haya puesto fácil.
          –Mi esposo y yo –dijo Amy–, no somos de ninguna organización, vamos por libre, pero en algunos de los sitios donde conferenciamos se nos une gente a la causa con ganas de luchar por construir un mundo mejor denunciando injusticias cometidas contra las personas. Compañeros: el maltrato, la persecución al semejante por el simple hecho de tener otro color de piel, la violación a la libertad, la vulneración a la justicia, a los derechos humanos, la expropiación del territorio y la represalia por pensar diferente no puede quedar impune en nuestra sociedad, por eso tenemos que salir del cascarón y luchar con una sola voz.
          –¿Y por nosotros quién lucha? A mí solo me interesa el vale de comida –insistió la mujer–. ¿Nos lo darán o no? –Koa reunió veinte dólares y ella se largó tan contenta.
          Quizá habían pasado de puntillas analizando la propuesta de la charla-coloquio: “Razones que empujan a una persona a quedarse o abandonar el país de origen”, pero los asistentes hicieron confesiones profundas, personales y muy delicadas. Tendieron lazos a las emociones, la soledad, el miedo, la desconfianza y el tormento, todo ello sintiéndose parte de la tribu y reconociendo en ella las mismas miserias e inseguridades propias en los semejantes. Antes de dar por concluido el encuentro los Dayton repartieron tarjetas con su número de teléfono cuyo código correspondía a Harlem, barrio en el Alto Manhattan, donde tenían una pequeña oficina. El helicóptero de la policía del condado de Collier sobrevolaba Chokoloskee a poca altura, señal de que algún convicto había escapado de la cárcel y adentrado en los Everglades, lugar del que difícilmente saldría a pie siendo atacado por los animales salvajes que lo pueblan.
         Ernesto Acosta, el morenito, terminaba de escribir los recuerdos anteriormente descritos, ejercicio que realizaba a diario por si perdía la memoria. Cerró el cuaderno tras poner al final de la página la fecha: finales de octubre de 2024. Estiró las piernas y desde la ventana miró un rato la Bahía, faltaba menos de una semana para las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos y le preocupaban los votantes de los estados del Cinturón Bíblico que en su opinión, estaban fuera de la realidad. Los insultos y despropósitos hacia el contrincante no auguraban un futuro alentador con repercusión mundial, el patriarcado intrínseco no soportaba el hecho de que una mujer pudiera gobernar el país, menos aún de origen negro. Puso las noticias y la elegancia de Michelle Obama se desparramó por la pantalla, la dejó de fondo. En la computadora cargó su página Garber House, a través de la cual mantenía contacto con sus compatriotas, Cuba agonizaba sufriendo continuos cortes de electricidad, sin petróleo, alimentos ni medicinas, sin futuro ni horizonte, pronto habría presencia social en las calles peleando por lo básico que se precisa para vivir: artículos de primera necesidad, respeto y dignidad. En el correo electrónico abrió un e-mail de su primo Gilberto, hijo de un hermano de su madre, apenas tres líneas directas reflejaban gran preocupación: “Delicado estado de salud de la prima Elsa, urge sacarla de la isla, aquí no pueden hacer nada”. Se sirvió un vaso de leche fría y cogió una porción de tarta de lima e impotente pensó cómo hacerlo, cómo conseguir dinero rápido para el pasaje. Sin embargo, en otro correo del mismo remitente escrito cuatro días después, leyó la triste noticia de su muerte…

6 comentarios:

  1. Me gusta pensar que algo queda impregnado en las paredes de los dormitorios de quienes ya no están y que al abrir por primera vez esa puerta es como si nunca se hubieran ido.

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  2. María Doloresdiciembre 22, 2024

    "No nos moverán", ahí está la clave: nunca bajar los brazos y entregarse, permaneciendo siempre en posición reivindicativa.

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  3. Esta entrega es la más activistas que has hecho hasta el momento y eso me gusta.

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  4. Buenos consejos para los que dicen no querer migrantes en su país, pero aunque los conocen, no les interesa llevarlos a la práctica porque no tendrían con que dar carnaza a sus seguidores.
    Viendo los sentimientos y el comportamiento del "morenito" , que son los de la mayoría de los que vienen, no entiendo tanta xenofobia.
    Buenas denuncia este post.

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  5. Soy cubana y su escrito me ha llegado al alma.

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  6. Un buen capítulo para reflexionar sobre lis tan pisoteados derecho humanos.
    Vivimos en un mundo con tantas desigualdades, tanta injusticia. Es necesario tomar conciencia y no acomodarse
    Gracias por tus palabras .

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