20.
Taraji Evans, del Partido Demócrata,
congresista por el condado de Baldwin, en el estado de Alabama, era de origen
afroamericano. Octava de nueve hermanos, todos varones, descendientes de
campesinos en las plantaciones de algodón, estaba acostumbrada a luchar duro
contra la corriente de una sociedad cada vez más hostil. Con veinte años, y a raíz
de participar en una huelga de estudiantes en el campus, tras el asesinato de
un compañero por llevar dibujado el símbolo de la paz en la camiseta, se le
despertó el activismo y siguió los pasos de algunos defensores de los derechos civiles,
hombres y mujeres que, impulsados por el legado del reverendo Martin Luther
King, y la educadora Septima Clark, recorrían el país transmitiendo el mensaje
de que, con esfuerzo, la igualdad en el mundo se podría conseguir. En una cena
benéfica a la que asistió cumpliendo el protocolo, conoció a diversas personalidades
de las más altas esferas: banqueros, abogados, empresarios, magnates, intermediarios,
especuladores…, gente con mucho poder que nada tenían en común con el ciudadano
de a pie. Por esa razón fue allí donde oyendo tanto discurso vacío de contenido,
en la cuna de aquel ambiente relleno de superficialidad y tan distinto al suyo,
determinó que, para mejorar la calidad de vida de las personas más vulnerables,
era fundamental dedicarse a la política y cumplir el principal de los compromisos:
trabajar para el conjunto total de los ciudadanos y las ciudadanas. Reunió a un
grupo de expertos y expertas bastante cualificados para preparar la candidatura,
obtener apoyos suficientes y culminar en el Capitolio llevando un equipaje
cargado de reivindicaciones. Así fue como, en febrero de 2009, recién nombrado Presidente
Barack Obama, con una temperatura en Washington muy por debajo de cero y la
emoción agarrada a la boca del estómago, caminó por Pennsylvania Avenue hasta
una de las entradas. Durante los años siguientes, pagando un altísimo coste emocional
que se llevó por delante la única relación conocida hasta ahora, no ha habido
ni un solo día que no lo haya dedicado a su empleo público, atendiendo a los
compatriotas y dejando en un muy buen lugar a cuantos confiaron en sus
propuestas, convirtiéndola en alguien importante y muy querida, esa voz de muchos
y muchas que, por miedo, amenazas o timidez nunca se han atrevían a abrir la
boca.
El
despacho donde la congresista Evans atendía votantes estaba ubicado dentro de
las oficinas de la sede del condado de Baldwin, en la ciudad de Bay Minette. El
brillo de su piel negra perfectamente hidratada, de aspecto saludable, mirada
limpia, actitud cercana e infinita amabilidad, precedían a un ser humano de gran
calidad y muy interesante. Paul Cox llegó puntual a la cita, tocó en la puerta
con los nudillos y esperó respuesta del otro lado. ‘Entre, por favor, no se
quede ahí –dijo ella–. Perdone el desorden, están pintado y fíjese cómo lo
han dejado todo’. ‘No se preocupe, lo entiendo. Gracias por recibirme’.
‘Es mi deber. ¿Le importa que almuerce? –sacó un sándwich de pollo en
pan Graham, rico en fibra, con hojas de lechuga y mahonesa cayendo en cascada
por los bordes–. Después tengo una reunión con cooperativas para el
suministro del agua y no tendré tiempo’. ‘Claro. Adelante. Faltaría más’.
‘¿Quiere?’. ‘No, ya comí’. ‘Cuénteme’. El consejero
escolar y actual director en funciones narró detalladamente irregularidades
administrativas descubiertas nada más ponerse al mando de la escuela, chantaje
emocional con llamadas a deshoras de otros electores, desvío de dinero del
anterior gerente a sus cuentas personales y, lo más preocupante: el aumento de
alumnos y alumnas que acudían a clase llevando armas. ‘¿Tiene pruebas?’.
‘Por supuesto –puso sobre la mesa una carpeta–, de lo contrario no
habría venido’. ‘Referente a la primera cuestión que plantea, con estos documentos
–levantó un puñado de hojas– será fácil emprender las diligencias
oportunas. ¿Ha oído hablar de John Lewis?’. ‘Pues no, la verdad’. ‘Durante
más de treinta años fue el representante del estado de Georgia. En 2016, tras
la horrible masacre en una discoteca de Orlando con 49 muertos y 53 heridos, lideró
una protesta con congresistas y senadores demócratas reclamando la regularización
de la venta y uso de armas. Pero la segunda enmienda ampara el derecho que tiene
todo ciudadano estadounidense a la autodefensa. Además, la ley federal
especifica que con 18 años se puede adquirir una escopeta o rifle’. ‘Nuestros
alumnos y alumnas son menores’. ‘En el mercado negro, un chico o chica
por debajo de esa edad compra lo que le venga en gana o se lo proporciona la
propia familia’. ‘Me habían dicho que usted era muy sensible respecto a determinados
temas y que abanderaba iniciativas para conseguir una sociedad más segura donde
nadie se sienta amenazado, pero imagino que interesa muy poco la violencia juvenil’.
‘No se confunda, señor Cox, para mí cuanto ocurre en el distrito es
importante y si he dado la imagen de acomodada no se corresponde con mi forma
de ser’. ‘Perdone, no he querido ofenderla’. ‘Y no lo ha hecho’.
‘Entonces, ¿hará algo?’. ‘De momento estudiar el caso y encontrar
vías de solución, no se puede tomar decisiones a la ligera en asuntos tan serios,
hay que contrastar los documentos que ha traído con las empresas
distribuidoras, por lo que veo hay varias piezas que entran en juego: material
deportivo, alimentación, transporte… Pero no se preocupe que no nos vamos a
quedar quietos. En cuanto a lo otro que plantea ya nos gustaría que saliese
adelante la ley presentada para restringir la asistencia a las aulas con armas
blancas o de fuego, aunque mucho me temo que no verá la luz ya que hay mayoría conservadora
en todos los ámbitos, a parte del papel fundamental que desempeña el lobby
armamentista’. Sin embargo, ninguno de los dos podía sospechar que varios
días después un individuo de veinte años se levantaría una mañana con el firme
propósito de pasar a las páginas de historia más sangrientas de los Estados
Unidos, como autor del tiroteo masivo en una escuela de primaria. Taraji Evans
terminó de almorzar, despidió al hombre y cambió de registro para enfrentarse a
la comunidad agrícola. Antes de ir a la sala contigua donde ya esperaban, anotó
dos nombres en un pósit que dio a su equipo: Mitch Austin y exsheriff Landon.
‘¿Han
llegado los resultados del laboratorio? –preguntó Anthony Cohen–. Metedles
prisa, sin nada contundente no puedo retener mucho más a la mujer’. Betty
Scott rebuscaba dentro de su bolso un pañuelo para sonarse la nariz. ‘¿Puedo
irme? –dijo al agente del FBI cuando éste regresó–. Seguro que ha habido
una confusión con mi esposo y habrá regresado a casa’. Lo cual no sería
posible al estar prisionero por haber agredido a un superior hiriéndole gravemente.
‘Dígame dónde está su hijo y podrá marcharse’. ‘No lo sé, de verdad
que no lo sé. Ya sabe cómo es la juventud hoy en día, no cuentan nada a los
padres y van por libre’. ‘¿Le suena Irlanda? Hemos encontrado montones
de cartas y postales’. ‘Claro, mi bisabuela era irlandesa y parte de la
familia vive allí, a veces nos escribimos’. ‘Mucha casualidad, ¿no cree?
Resulta que ninguna lleva remite ni firma’. Ella titubeó y perdió un poco los
nervios. ‘¿Puedo ir al lavabo?’. Pero Anthony no la escuchó. ‘Pide
una orden urgente para intervenir su teléfono e interceptar la correspondencia –dijo
a uno de los policías que se puso con ello–. Vamos a soltarla. Sin embargo, antes
de ponerla en la calle necesito que vosotras –se dirigió a dos de las
compañeras–, la sigáis de cerca. Estad preparadas y esperad por los
alrededores. Eso sí, no vayáis de uniforme –todos rieron–, tengo un presentimiento’.
‘A la orden, jefe’. Cuarenta y cinco minutos después volvió a la habitación.
‘Disculpe la espera, ya se puede ir –malhumorada lo hizo sin mediar
palabra–, un coche la llevará hasta Foley’. La vio alejarse y sintió
pena por ella porque llevaba todo el peso de la culpa sobre los hombros. Con un
guante cogió el vaso donde había bebido agua, lo metió en una bolsa y lo mandó
también al laboratorio para cotejar el ADN con los objetos sacados de la casa.
Anthony Cohen ya tenía concedido el traslado a la academia de entrenamiento a
agentes especiales del FBI, en la base del Cuerpo de Marines, en Quantico,
Virginia, así que, ansiaba dejar encaminado lo más pronto posible este caso y
cambiar a un modo de vida sin tantos sobresaltos. ‘Aquí los tienes –irrumpieron
dos personas en el despacho–, acaban de llegar y no te va a gustar’. Las
huellas de la pistola y la pornografía infantil eran suyas. Betty Scott lo había
limpiado todo para borrar las de su hijo ignorando que alguna quedó. ‘¿Por
qué lo dices?’. ‘En Alabama tenemos pena de muerte e Irlanda no lo va a
extraditar precisamente por ese motivo’. ‘En realidad no está acusado de
asesinato –dijo otro policía–. El marido de la maestra murió a
consecuencia de la paliza recibida por más de una persona’. ‘Bueno,
habrá que probar su grado de implicación –intervino Cohen–, puede que fuera
el cerebro y quien eligiese a las víctimas, además del sucio asunto del
material pornográfico. En fin, confiemos en que su madre nos lleve hasta él,
creo que no tardará, la he estudiado de cerca y se ve acorralada’. ‘Señor
–llamó alguien desde fuera–, el dispositivo de seguimiento está en
marcha, las avispas van tras el paquete’. ‘¡Chico, tienes una forma de hablar
que no me entero!’. ‘Coño, Anthony, pues que las agentes vigilan a la
mujer’. ‘Lo tuyo es de nota, colega’. Le dio una palmadita en la
espalda y cerró la puerta tras de sí. En la computadora abrió la carpeta donde
tenía el expediente del marido de Coretta Sanders y volvió a repasarlo porque quizá
se les escapara algún detalle, alguna conexión con el sospechoso huido.
Minutos
después de las 12 p.m. tras el almuerzo ligero en la escuela, Helen Wyner puso
rumbo a su destino dejando atrás el pueblo de Elberta, ahora si cabe mucho más
vacío desde que su madre se fue a Montana con el grupo de senderismo a visitar
el Parque Nacional de los Glaciares. La Ruta Estatal 31 que atraviesa Alabama y
sigue hacia el estado de Tennessee estaba colapsada a consecuencia de una
caravana de camiones trailer en dirección norte. Hasta la ciudad de Kimberly no
se movió del carril de la izquierda y, a pesar de los nervios internos removiéndola
los jugos del estómago, durante las 283 millas disfrutó del azul intenso con un
discreto estampado de diminutas nubes esparcidas por el cielo. Iba a tener el último
encuentro profesional con la periodista antes de la publicación del reportaje.
Antes de coger el desvío a Jefferson St aminoró la marcha y desde la ventanilla
de la vieja camioneta saludó a los abuelos de Rachell W. Rampell quienes apostados
en el mismo lugar de siempre, indicaban a los forasteros del peligro de
adentrarse en el bosque por equivocación. Aunque The taco mexican cantina
gozaba de una clientela fiel que acudía a diario, no interactuaban entre sí.
Cada cual conservaba su espacio, el toque personal a los platos favoritos, la manía
de usar el mismo vaso, la mesa reservada o el taburete en barra, así como la
máquina de discos conectada, ya que, entrada la noche, cada comensal
seleccionaba su canción favorita y los demás muy respetuosos escuchaban
atentamente. ‘¿Estás preparada? –preguntó Rachell mientras colocaba la
grabadora cerca de Helen–. ¿Quieres otro tequila?’. ‘De momento no me
apetece beber más. Empecemos’. ‘Muy bien. ¿Recuerdas dónde lo dejamos?’.
‘Refréscame la memoria’. ‘Volvíais con Beth de Montgomery de recoger materiales
para restaurar muebles y tu madre os dijo que la policía estuvo buscándola allí,
así que la acompañaste a la oficina del sheriff’. ‘Mi sobrina era una
niña alegre y, por consiguiente, eso mismo nos trajo a nosotras: la dicha de
ver crecer a un ser inocente. En las noches de verano se tumbaba conmigo a
mirar las estrellas en el jardín. ¿Esa cuál es? ¿Y aquella otra? ¿Cómo han
llegado hasta ahí? ¿Por dónde subieron?, preguntaba a carcajadas para que yo
dudara y acabase haciéndola cosquillas. Pero también, a su manera, cambiaba de
registro y manifestaba la tristeza de pertenecer a una familia desestructurada,
el miedo que se apoderaba de ella cada vez que venía el padre y lo agresiva que
regresaba después. No lo supimos ver y pasó lo que pasó –tomo aliento, se
miró las palmas de las manos y continuó–. He traído el dibujo del que te
hablé, es muy significativo. Fíjate bien, esto de aquí –señaló una esquina
del papel– es un monstruo que la va persiguiendo y está calvo, como lo
estaba su papá’. ‘Helen, sabes que mi periódico y yo no queremos entrar
en detalles escabrosos ni sensacionalistas, pero necesitamos adentrarnos en las
entrañas de lo que ocurrió’. ‘A pesar de la distancia entre vecinos su
testimonio versó en que los gritos de la niña se oían en un amplio perímetro a
la redonda, ya que para largarse de fiesta con sus amigos moteros la encerraba
en un cuarto oscuro – en el juicio él lo corroboró–, aquella vez cesó el
llanto haciéndola tomar un zumo cargado de tranquilizante. De madrugada, poco
antes de aclarar el día, regresó bastante borracho, aunque no lo suficiente
como para intuir que algo iba mal. Abrió el candado y la puerta, se acercó
hasta el camastro donde la acostó y se aseguró de que respiraba. Con mucha
frialdad la sacó envuelta en una manta y la tendió en la parte trasera del
coche creyendo que había muerto. Arrancó con violencia y desapareció’. ‘¿Quieres
descansar un poco?’. ‘No, prefiero terminar’. ‘De acuerdo. ¿Qué certificaron
en la autopsia?’. ‘Hipotermia’. ‘¿Y tú te lo crees?’. ‘Lo
que yo piense no es relevante’. ‘¿Falleció tras abandonarla detrás de unos
matorrales?’. ‘Exacto, simplemente con haberla llevado al hospital ahora
estaría viva’. ‘¿Y la sustancia qué era?’. ‘Una mezcla indeterminada
de varias drogas’. ‘¿Qué ponía en las cartas que os mandaba desde la
cárcel?’. ‘Nunca las leí’. ‘¿Por qué?’. ‘Oye, ¿acaso me
culpas de no haber sido más comprensiva?’. ‘Jamás cuestionaría tal cosa’.
‘Mi hermana Beth espera la muerte recluida en una clínica psiquiátrica y ya
no nos reconoce, ¿es ese un motivo suficiente? Durante el juicio un contacto
suyo muy estrecho, declaró que el acusado se jactaba de no haber auxiliado a la
pequeña por vengarse de su exmujer. Ella sufría una de sus crisis y no estuvo
presente, a pesar de que el abogado defensor uso todo tipo de trucos, la
mayoría bastante sucios, para llamarla al estrado’. ‘Tremendo. ¿Cómo cuáles?’.
‘Pues que tenía desatendida a la niña, que era una fulana arruinada viviendo
de prestado en casa de nuestra madre, que se inventaba los problemas
psiquiátricos para dar pena. Cosas así’. ‘Pero no fue, ¿verdad?’. ‘El
magistrado pidió asesoramiento médico y su historial clínico, desestimó la
asistencia reforzada con el caso de –buscó el dato en sus notas– Diana
F. Gary contra el estado de Pennsylvania, cuya presencia en Sala no tuvo lugar al
estar convaleciente de un trasplante de hígado’. ‘¿Qué pretendes
conseguir con el reportaje?’. ‘No lo sé. Tal vez que este testimonio ayude
a otras personas a salvar la vida de sus hijas e hijos antes de que sea tarde.
Los niños y niñas expresan mucho, pero los adultos seguimos sin enterarnos’.
Rachel
W. Rampell, del Reports Alabama Times, trabajó durante toda la noche, tenía
la historia estructurada en la cabeza, las palabras de Helen frescas en la
memoria y mucha rabia por dentro. Veinticinco folios fueron el resultado final.
Le dolían las cervicales, necesitaba una ducha urgente y dormir un rato. Cuando
la impresora escupió la última hoja, las sujetó con un clip, bajó las persianas,
cerró los ojos y se dejó llevar…
Tienes la cualidad de captar tan bien el espíritu sureño y de hacerlo con total sencillez. No es fácil ponerse en la piel del otro y tú lo haces con total elegancia.
ResponderEliminarLa profesionalidad para tratar temas de actualidad como la violencia vicaria, pornografía infantil y la libertad en el uso de armas, con sus trágicas consecuencias, en tu relato de hoy es de 10 y hace que no perdamos comba.
ResponderEliminarExacto, la rigurosidad, el detalle y la actualidad, es un reflejo de lo que ocurre. Lo hace cercano.
ResponderEliminarPara mí realizar este vieja a lo profundo de las emociones y hacerlo de tu mano, está resultando una experiencia excelente.
ResponderEliminarGracias a sus narraciones muchos prejuicios que tenía contra los norteamericanos están desapareciendo. Gracias por ayudarme a entender algo más de ese gran país.
ResponderEliminar…y se dejó llevar...
ResponderEliminar¡Ea!, y aquí me dejas quince días boquiabierto, asombrado una vez más con tu forma de escribir, con la duda de si para entonces seguiré teniendo 'uso de razón', sin saber qué contestar cuando me preguntan "¿qué te pasa?" - estoy pensando en Taraji Evans -... En fin, a "tirar" de paciencia, escritora. Te camelo. Besos.