domingo, 3 de junio de 2018

Nueva York. Cuarto día de la primera quincena de abril

Puntual, a la hora prevista de llegada, toma tierra, en el Waco Regional Airport, el avión procedente de Nueva York donde viaja Eric Coleman, que desciende por las escaleras con un empedrado de sudor en la frente por el pavor que tiene a volar. Allí, en algún lugar recóndito del parking, aguarda un automóvil para llevarle cuarenta y dos millas más allá, a la prisión de mujeres Unidad Mountain View, ubicada a las afueras de la ciudad de Gatesville, en el Estado de Texas. Susan, su cuñada, violada en repetidas ocasiones, ha sido acusada del asesinato de su expareja, que apareció degollado en mitad de un descampado después de que mantuvieran una fuerte discusión. Y, aunque las pruebas periciales nunca fueron concluyentes, como no arrojaron otra posible vía de investigación, celebraron un juicio cargado de irregularidades, propiciando el veredicto irreversible de pena capital. Grupos de activistas se manifestaban a diario, bloqueando la puerta de entrada a la fortaleza, con pancartas y mensajes de viva voz pidiendo la abolición de la condena. Aprovechan cuando los medios están en directo para concienciar al resto de la sociedad y se unan a su lucha, ya que las estadísticas nos dicen que, una vez consumada la ejecución, un buen número de personas resultaron ser inocentes…
          E.J. realiza casi todo el trayecto repasando la documentación obtenida sobre el caso, así como diferentes informes de organizaciones internacionales muy sólidas que detallan minuciosamente el hábitat de la sala de ejecuciones y también testimonios de algunos reos narrando cómo pasan las últimas horas previas a la muerte. Hay quien dice que si gozan de ciertos privilegios es para que el verdugo sacuda así el polvo del remordimiento. También dejan testamento: qué hacer con el cuerpo, con las pocas pertenencias atesoradas, cuál será el menú a elegir para la última comida, si quieren o no la presencia de un sacerdote dispuesto a quedarse al otro lado de la celda hasta que llegue la hora… A menos de quince minutos del destino le pide al chófer que pare en la calzada, porque respira con dificultad. Agacha la cabeza, se inclina un poco y vomita apenado. Sin más conocimientos jurídicos, salvo los que le otorga el sentido común, está convencido de la inocencia de la chica, a la que conoce por fotografías familiares. El sonido de las rejas al cerrarse tras de sí activa un escalofrío sobrecogedor por la columna vertebral, así como el tintineo de las llaves que cuelgan del cinturón del guardia que le precede parece que anuncia la pronta llegada de la parca. Su condición de psicoterapeuta le permite, como excepción, estar en el mismo cuarto con la joven. Cuando de golpe abren la pesada puerta se azara, mira al suelo y encuentra unos pies, más bien pequeños, arrastrando la cadena que acorta la zancada. Entonces, ante él, aparece una mujer de estructura exánime, pálida, con delgadez enfermiza, licuada herida en la dignidad, el pelo casi rapado −seguro que para despoblar a los piojos− y el semblante bonachón y sonriente de Michelle clonado en los gestos de su hermana…
          Carlota vive rodeada de ruidos que ya ni le molestan: mis gritos regañándola, el temblor del edificio cuando el metro elevado atraviesa Queens, las bocinas del atasco permanente, el spanglish que cruza de lado a lado nuestra calle o las chapas de refrescos con las que Bobby juega en el pasillo del apartamento. En cambio, se acojona con la algarabía que levantan las muestras de afecto. Por eso, cuando intuye que Ralph va a venir, se sube al sillón con cierta dificultad, para colocarse entre nosotros. ‘Acabo de preparar coffee, ¿te apetece una taza?’. ‘Sí, muchas gracias. Pero rebájalo con agua, que lo haces muy fuerte’, −no digo nada, pero me hace gracia−. ‘¿Cómo se te ha dado hoy?’. ‘Igual, Maurita, no encuentro trabajo, y lo peor es que no sé cómo voy a pagar el próximo alquiler, con lo que saco como “paseador de perros” no me alcanza’. ‘Siento no poder ayudarte. ¿Regresarás a Kansas City?’. −Reconozco que realizo la pregunta con una punzada en las entrañas−. ‘Haré lo imposible para que eso no ocurra. Anoche estuve tomando copas con los compañeros del hotel. Ya sólo falta por despedir a uno de ellos, los demás estamos todos en la calle. Nos dijo que los últimos clientes se han visto afectados en el servicio de habitaciones, vamos que han tenido que comprarse hasta el papel higiénico’. ‘Pronto la agencia donde lo contrataron se querellará con la cadena, quizá ya lo han hecho’. ‘A saber. ¡Qué pena, vamos a la deriva y nadie pone remedio! Ayer hablé por teléfono con la madre de mi hijo, el chico tiene problemas de autoestima. Ella dice que la culpa es mía por haber crecido sin la figura de un padre, quiere llevarlo al psicólogo, y que como mi vida es chévere he de mandar más plata, al menos la mitad de lo que cuesta. Figúrate la papeleta. A ver cómo explico mi situación para no dar la falsa imagen de que me desentiendo’. ‘No lo sé. Las mujeres en esto solemos salir peor paradas, no digo que sea tu caso, pero vosotros lo tenéis más fácil… Aunque desde luego soy la menos indicada para decir algo al respecto’. ‘¿Tú también lo piensas?’. ‘Hace tiempo que dejé de pensar y de opinar sobre aquello que no me atañe a mí en particular’. Ralph se ha ido cabizbajo, y supongo que en parte decepcionado al no encontrar en mí mayor complicidad o un compromiso de amistad mucho más sólido. Pero…
          “Nueva York. Cuarto día de la primera quincena de abril. 1972, año del llamado caso Watergate, ha quedado en las páginas de historia de los Estados Unidos de América marcado por el mayor escándalo de espionaje y corrupción gubernamental antes nunca visto, cuando cinco hombres muy cercanos a la Administración del Partido Republicano irrumpieron en las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata. Al principio sólo fue una pequeña noticia que pasó inadvertida, puesto que muy pocos lectores se fijaron en ella. Sin embargo, cuando los desconocidos periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward, del The Washington Post, perseveraron en su investigación, se encontraron con la información proporcionada por Garganta Profunda −Mark Felt, el entonces número dos del FBI− sacando a la luz todo el entramado y ocupando portada también en muchos periódicos internacionales, donde destacaron, a su vez, el trabajo de ambos jóvenes que cumplieron la regla principal del reporterismo: buscar la verdad. Todo ello condujo en 1974 a la dimisión de Richard Nixon, el único presidente electo que ha renunciado a su cargo. No se hablaba de otra cosa. En el vecindario del Maspeth bromeaban incluso con la posibilidad de que cualquiera era susceptible de escuchas ilegales, aunque también en esta década preocupaba mucho el incremento de la tasa de criminalidad, afectando a toda la city, especialmente a Harlem y al South Bronx, en los que doblar una esquina era un peligroso ejercicio. Yo, a quien los disgustos despiertan el apetito, me di a los Burritos de harina rellenos de carne asada y frijoles refritos, que compraba en el carrito de comida ambulante que la polaca más famosa del barrio de Greenpoint tenía a la altura del 161 Driggs Avenue con Humboldt St. También sufría arrebatos de nostalgia, por eso iba a menudo a la Pequeña Polonia, y no sólo por lo que ya he contado respecto a la granja Eagle Street Rooftop Farm, ubicada en una azotea, sino porque los rasgos de sus calles, tiendas y viandantes me acercaban más a Europa, y por consiguiente a España. Pero el calentón no duraba mucho. En cuanto al escenario político, desde mi condición de aldeana inmigrante, no entendía muy bien lo que pasó, y callaba en público, no fuera a haber por ahí perdido algún carcaj con lanzas destinadas a terminar conmigo. No obstante, claro que tenía criterio para comprender las cosas: simpatizar con lo contrario a lo que haría padre me ponía en el buen camino…”.
          E.J. lleva una camisa hawaiana que no le he visto antes, en estampado chillón sobre amarillo intenso, tan ridícula como la gafa de concha grande que se pone ahora −las redondas de siempre le daban un aire más intelectual y quedaban mejor−. ‘Van a echar a Ralph del piso, está agobiado, hace dos meses que no paga y... Su expareja quiere más dinero, total que se le junta todo’. ‘¿Preocupada?’. ‘No, sólo me apena. La semana pasada me preguntaste qué cambiaría de ahora en adelante, y no supe dar respuesta. Hoy la tengo: la suspicacia que me impide abrir el corazón, el enfado perenne por no haber disfrutado más de esta ciudad de acogida y la postura fácil de no plantarle cara a las dificultades. Eso sería lo sensato, pero la realidad es bien distinta porque, en cuanto meto las manos entre las sábanas que me cubren, encuentro fajos de hierbas secas, costrones de tierra que no me quito de encima y ese río que circula a mi lado, en paralelo, por si olvido que en cualquier momento puedo tropezar y ahogarme. ¿Cómo separo lo que verdaderamente siento de la frialdad que me amortaja? He vivido en el pasado mientras dejaba correr la vida, ¡la mía! He vivido el rencor de otros mientras dejaba correr la vida. ¡La mía! He sido tirana y desagradable con quienes han intentado acercarse y profundizar. ¿Te haces idea de lo que es llegar a la vejez y estar vacía? No quiero que se vaya Ralph, pero tampoco haré por impedirlo…’. ‘Imagino cómo te sientes. Sin embargo me alegra que plantees cambios. Cuando las personas proyectamos cosas nuevas, giros en el comportamiento, sin duda significa ir a mejor’. ‘¿Cómo lo hago, Eric?’. ‘Ya lo estás haciendo. Nos vemos la próxima semana’. Abandono Brooklyn con sensación de lejanía, como si no fuera yo la que camina metida en la carcasa de estas ropas pasadas de moda y me separara un siglo de la primera consulta con Mr. Coleman. Levanto la vista y observo que el sol empieza a ocultarse, que el metro pronto se llenará de cansancio y que en las aceras de Manhattan los nuevos homeless, rondando la edad de la infancia, insignificantes bajo los rascacielos, pedirán unos centavos con la cara sucia de mocos mezclados con lágrimas…
          Circula el rumor de que algunos congresistas han acondicionado, dentro de sus oficinas en el Capitolio, un pequeño espacio donde dormir, ya que afirman que no pueden permitirse el lujo de mantener dos casas abiertas: la familiar en otro estado o ciudad y la laboral en Washington D.C. Hay quien dice que eso no les convierte en ocupantes ilegales, otra parte de la ciudadanía opina que sí, y algunos conocemos a alguien que duerme en las salas de urgencias de los hospitales, en las estaciones de metro o escondidos en stores open 24 hours, y que al menor descuido eso puede llevarlos a la cárcel. Pero son sólo eso: gente normal, sin importancia…

8 comentarios:

  1. Lo malo de las buenas historias es que tienen un punto final. Dignificas la profesión. Un beso, nena

    ResponderEliminar
  2. Espero no sea cierto lo que viene anunciando Elvira, o te conoce mucho o yo estoy tan enganchada que espero no sea cierto.
    Es de admirar el trabajo que te tomas para documentar la historia; como haces sentir antes de narrarlo la dificultad de Maura para abrirse a los demás mostrando sus sentimientos.
    Eso es maestría.
    Muchas gracias por este placer quincenal.

    ResponderEliminar
  3. Maravilloso estudio psicologico, me estremece al leerlo, Gracias Mayte por permitirme penetrar en tan excitante relatos,

    ResponderEliminar
  4. Miguel Ángeljunio 03, 2018

    "Vivir en el pasado mientras se deja pasar la vida...", "vivir en el rencor...", "ser desagradable con los que intentan acercarse...". Seguimos los pensamientos y vivencias de los distintos personajes. Un beso, Mayte.

    ResponderEliminar
  5. Que bien lo haces. Se me hacen cortas cada una de las partes del relato. No dejes nunca de escribir. Un beso grande

    ResponderEliminar
  6. Antonio Álvarezjunio 03, 2018

    Contigo valoro la grandeza que debe suponer escribir, los buenos momentos vividos con la lectura, compruebo que llegan tus mensajes con claridad, las historias con absoluta nitidez...
    Como buena escritora, te considero una gran observadora. Todo en ti es positivo.
    Gracias por ello.
    Mi amistad y admiración.

    ResponderEliminar
  7. Como siempre le digo: un gusto leer sus textos desde Buenos Aires.

    ResponderEliminar
  8. Como siempre me alucina el gran trabajo de documentación que se adivina en cada entrega, lo que hace interesante aparte de didáctico y ameno lo que se lee.
    Además demuestras también un conocimiento de los sentimientos que atribuyen a tus personajes dignos de E.J.
    Espero que Maura tenga un final féliz si los designios de Elvira se cumplen.
    Gracias por tu entrega, y nunca mejor dicho.

    ResponderEliminar